Mi trayectoria como divulgadora me ha permitido siempre observar la historia de una manera objetiva, intentando desprenderme de los presentimientos en los que muchas veces tendemos a caer. No es una tarea fácil. Desproveerte de aquello que ha formado parte de tu ética y educación es un ejercicio de contención constante. Aun así, analizar los diferentes contextos políticos que desembocaron en los acontecimientos históricos que todos conocemos, sirve para constatar que todo se repite y que la historia no es que sea cíclica, sino que las miserias humanas son esencialmente las mismas. En un mundo en el que las humanidades han dejado de ser necesarias en los ámbitos educativos y en el que el pensamiento crítico ha sido substituido por la tecnología, no para complementarse sino para suplirla, nos aboca irremediablemente a un futuro donde el ser humano no utilizará su razón para cuestionarse sus sociedades, más bien seguirá obediente a su amo como las reses sometidas y azuzadas por el cayado de quienes les rigen. No hay mayor tesoro a uno mismo que el cultivo de la mente, leer hasta cansar la vista, pensar hasta fatigar cada neurona que despertamos. Los antiguos griegos, pioneros en el estudio de la razón y la ciencia, entendieron que ambas disciplinas son indisolubles en el ser humano, si no somos capaces de educar a nuestros hijos en la historia, en la literatura, en la música o en el arte, les estaremos engrilletando hasta el fin de sus días, haciéndolos vulnerables, maleables y solícitos a cualquier temerario que ostente el poder aunque éste no lo merezca. Condenados a repetir el pasado, sólo nos queda agitar los hombros de nuestra sociedad, gritar hasta desgañitarnos para que la conciencia asome y no dejarnos llevar por los mensajes que nos venden, salivados y masticados para que sean ingeridos sin apenas esfuerzo. El mundo jamás ha estado tan perdido ni ha transitado hacia un horizonte tan imprevisible. Hagamos de nuestras casas, calles y barrios un espacio de libertad, donde la creatividad impere sobre el poder, las tertulias suplan a los gritos y los pinceles sustituyan las armas. No es una cuestión de dinero, es la voluntad del hombre para hacer de nuestra tierra un hogar y no un lugar, izar el pensamiento como única bandera para respetarnos y hacernos libres.
Mireia Gallego es divulgadora de historia antigua y escritora