Carta abierta de Mariano Bucich al Beethoven del fútbol

Carta abierta de Mariano Bucich al Beethoven del fútbol

Era una tarde de domingo soleada. El estadio monumental de Nuñez retumbaba con el canto efervescente de la marea albiroja. La banda grita a puro corazón. Estábamos todos queriendo cumplir un sueño, romper esa maldita racha de sequía, esa que ya había cumplido la mayoría de edad. En el aire se respiraba gloria, en la cancha desfilaban los rivales uno a uno, sometidos a su gambeta. El tipo no era alto, ni corpulento, mas bien flaquito y ágil. Nuestro crack se llamaba Norberto Osvaldo Alonso, alias el Beto. Épico, se encaramaba hacia el arco rival. Y de pronto, se detuvo bruscamente dejando a alguno pasar. Iba, venía, giraba, y hasta parecia volar.

El tipo jugaba otro partido.

Mientras los otros 21 jugaban por ganar, por los puntos, por ser campeones, por trascender, por no descender, o por ser titulares… él jugaba por amor a la pelota.

La amaba, la cuidaba tanto o más que a una novia, la llevaba siempre a su lado. La acariciaba.

Si hasta cuando pateaba un tiro libre parecía que la envolvía en la alfombra mágica de su botín de Aladín, enviándola de paseo en un vuelo sin escalas y en primera clase, como a una diva, en estela de estrella sin fin con destino al ángulo del portal del eden futbolero.

Su magia trascendía más allá del rival al que enfrentaba, y a todos los gambeteaba. Pero esa tarde, justo esa tarde se recibió de ángel con una jugada.

Mostaza Merlo le dio un pase a lo mostaza. Duro y rústico luego de frenar a un rival y robarle el esférico, mordido y rebotando azarosamente.

Entonces él, como en un concierto de Bethooven en MI bemol, la bajó al piso delicadamente, esa fue la introducción al pasaje “piano” de la sinfonía. Levantó la mirada y decidió. Encaró, cruzó entre dos elevado como en paso de Vallet. Afinó su Stradivarius, y siguió ya en pleno pasaje allegro…los rivales eran invitados de lujo para semejante obra maestra, no obstante lo intentaron alcanzar. Fracasaron.

Luego eludió entre musas a todo aquel que intentó robar su protagónico, obviamente en vano porque el concierto prosiguió. Lo que se acabó fue el campo.

Llegando a la línea de cal frenó, y empezó el solo para ídolo de la sinfonía n°75, en la partitura mas virtuosa que alguien haya compuesto hasta ese momento. Comenzó el placentero pasaje de jueguitos tacos, vueltas, y contrapuntos hasta que, en un silencio de negra, tiró un pase de gol. ¿A quien? ¿A nadie?!?

Nooo,¡a él mismo!!!, y en acordes de placer que lo llevaron y lo elevaron a su encuentro alcanzó a la redonda allí, blanca y resplandeciente, mientras ella pareció esperarlo para el final del compás, feliz bajo los palos del umbral divino, ese que no podía ser otro, ese que hasta el cielo iluminó en un sinfónico grito de Goooooool!.

BETOven saludó inclinándose levemente mientras la ovación enardecida, lo transformó en leyenda.

Mariano Bucich.

Desde Lanús, Buenos Aires, Argentina

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