Carta abierta de Claudio Valerio: Tratemos dulcemente a los enfermos

Carta abierta de Claudio Valerio: Tratemos dulcemente a los enfermos

En el hoy por hoy, se vivieron transformaciones sociales que han cambiado
profundamente las condiciones del enfermo y, es así que, en muchas situaciones la
medicina, vista como disciplina o como ciencia, da una esperanza razonable de
curación, en algunos casos y, en otros, al menos extiende los tiempos de evolución del
mal, en caso de enfermedades incurables.
Tanto la muerte, como las enfermedades, lamentablemente aún no están del todo
derrotada y, en el caso específico de la muerte, jamás lo estará; ambas forman parte de
la condición humana y, para el primer caso, resulta necesario expresar dos
planteamientos: uno para los enfermos mismos y el otro para quienes, o quien, debe
de atenderles
El enfermo, ciertamente, tiene la necesidad tanto de la competencia científica, como
también de cuidados; pero más aún tiene la necesidad de esperanza… Según
Aristóteles, “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. Ninguna medicina
aliviará al enfermo tanto como oír decir de su médico: “Tengo buenas noticias para
usted, hay esperanzas”.
La esperanza es la mejor tienda de oxígeno para un enfermo y, cuando nos es posible
hacerlo sin engaños, hay que dar esperanzas de mejoría, de sanación. Algo que
nosotros podemos hacer por los enfermos es orar y no dejarlos en soledad… Visitar a
los enfermos es una de las obras de misericordia; vale recordar que muchos (por no
decir todos) de los enfermos del Evangelio llegaron a curarse porque alguien rogó por
ellos y con ellos, a Jesús, Nuestro Sanador… La más sencilla oración es una
herramienta muy poderosa.
Antiguamente, a la enfermedad se la vinculaba con el pecado. Dicho de otra manera, se
creía que la enfermedad siempre era la consecuencia de algún pecado personal que la
persona debía expiar. Jesús hizo cambios al respecto; Él le dio un nuevo sentido al
dolor de las personas, incluso de tratarse de enfermedades, puesto que ya no se la
consideraba castigo, sino de redención. La enfermedad afina el alma y nos une a Él y
nos prepara para el día en el que ya no habrá enfermedad ni llanto ni dolor, el día que
Dios nos enjugará toda lágrima.

Todos nosotros en general y los enfermos en particular, somos miembros preciosos en
la Iglesia y, además, miembros activos. Reflexionemos acerca del amor de Jesús por los
enfermos.
Tanto el sufrimiento, como la enfermedad, abren un canal de comunicación entre
nosotros y Jesús; un conducto, por cierto, del todo especial.
El enfermo en general, y el terminal particular, requieren de ser tratados con dignidad
humana. Tanto el sufrir, como el morir, son procesos inevitables y naturales para cada
persona, nadie está exento de ello.

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