Carta abierta de Gregorio Anduja Rojas a su perro Salamero

Carta abierta de Gregorio Anduja Rojas a su perro Salamero

SALAMERO.

Pila, avispado, vivás, como un prospecto de político, o un payaso profesional.
Salió a mi encuentro como si me conociera de antes, y destacó en seguida por su peluca marrón y por ser la primera vez que lo veía
en el grupo que me vino a recibir.
Estaba la flaca, que siempre aparenta estar criando y sus cinco hijas que parecen gemelas. El señor negro alto de poca expresión. El fulano de la mancha, y el tipo huraño y receloso y manco, que siempre tiene la mirada gacha, que todavía no sé si es tímido o algo violento,
Vino también el jefe de calle que distribuye los beneficios, o al menos acapara lo mejor. Y la peleadora, que es muy buena chica pero tiene el defecto de hablar gritado.
El único que no se movió fue el gordo cara cortada, de la melena, al parecer tiene un cable pelado en la comunidad…
Total que el nuevo, me engatusó corriendo a mi lado moviéndose con gracia y así llegamos al sitio de concentración.
Me preguntaba por qué estaban tan flacos en un puerto de embarque donde llegan las cavas por el producto del mar, y los buques se llevan el hueso de la ciudad, quiero decir, la chatarra ferrosa… En fin que apagué el motor que ya conocen desde lejos y saqué las bolsas de desperdicios del baúl.
Me estoy acostumbrando a verlos felices compartiendo los poquitos que les llevo.
Salamero, acordé con los nietos y su abuela, que es un buen nombre, incluso nos reímos de la connotación; Salao, por su mala suerte y Mero, que es un pescado, por vivir a la orilla del mar, aunque también podría llamarse Carisma o Rabo Frito.

Desde Guanta, Anzoategui, Venezuela

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