Fragmento de Toda la voz de América en mi piel: ensayo sobre las crónicas de Pedro Lemebel de Juan Botana intrepretado por María Margarita Pérez Vallejos.
“Llegue a la escritura sin quererlo, iba para otro lado, quería ser cantora, trapecista o una india pájara tirándole al ocaso. Pero la lengua se me enroscó de impotencia y en vez de claridad y emoción letrada produje una jungla de ruidos. No fui musiquera, ni le canté al oído de la trascendencia para que me recordaran a la diestra del paraíso neoliberal. Mi padre me preguntaba porque a mí me pagaban por escribir y a él nadie le remuneró ese esfuerzo. Aprendí a la fuerza, aprendí de grande, como dice Paquita La del Barrio; la letra no me fue fácil. Yo quería cantar y me daban palos ortográficos. Aprendí a arañazos la onamatopeya, la diéresis, la melopea y la retona ortografía. Pero olvidé todo enseguida, me hacía mal tanta regla, tanto crucigrama del pensar escrito. Aprendía por hambre, por necesidad, por laburo, de cafiola, pero comenzaba a estar triste”.
Y sigue:
“Pude haber escrito como la gente y tener una letra preciosa, clarita, clarita como el agua que corre por los ríos del sur. Pero la urbe me hizo mal, la calle me maltrató, y el sexo con hache me escupió el esfínter. Digo podría, pero sé bien que no pude, me faltó rigurosidad y me ganó la farra, el embrujo sórdido del amor mentido”.