Los domingos a la mañana mi papá me hacía un lugar en su cama para ver la TV. Eran los tiempos de la tele blanco y negro, y en el viejo canal siete pasaban los partidos de tenis de la Copa Davis o las carreras de F1.
Los partidos eran lo que mas me gustaba ver por mi amor al deporte, en ese entonces, “blanco” pero las carreras tenían un interés especial. Eran los tiempos de grandes pilotos como Niki Lauda , Nelson Piquet, y Carlos “Lole ” Reutemann entre otros. El Lole era protagonista, era un heroe nacional, y un ídolo para todos los pibes de mi generación. Por ello, después del almuerzo dominical nos reuníamos toda la barra de amigos en la puerta de mi casa, ya que mi cuadra era asfaltada pero moría en una calle de tierra, y no pasaban coches. Con la euforia de la carrera recién vista y para rememorarla, los pibes iban cayendo en bici arrastrando unos aparatos estrafalarios hechos de madera y ganas, pero no muy confiables para mi mirada adulta actual.
Eran verdaderos bólidos endemoniados que fueron diseñados y fabricados por nosotros mismos con ruedas de rulemanes y dirección “asistida” por los pies sobre una madera, cuyo punto de unión al chasis( una tabla gruesa) estaba a cargo de un simple bulón con arandelas el cual lubricábamos con aceite de cocina, y una soga atada a los bordes bien cerca de las ruedas delanteras oficiando de “volante”. Entre los pies y las manos le dábamos la dirección al aparato. Por último, el “cockpit” era un asiento hecho con requechos de tela de jean relleno con lo que podíamos encontrar, goma espuma era lo ideal pero era dificil de conseguir asi que aprovechábamos sobrantes de trapo, lana o lo que fuera mejor para mullir el mismo. Eran arrastrados por las bicis con una soga, y llevados al máximo de velocidad posible hasta una línea o marca desde donde el piloto se soltaba de su móvil impulsor y corría hasta la meta tratando de llegar antes para cruzar la línea final y recibir la bandera a cuadros.
A veces chocábamos y salíamos despedidos quedando llenos de raspones y moretones como consecuencia de ello. Otras se trababa una rueda con algún cascote frenando el envíon y por ende, al que le sucedía, perdía la carrera. Otra variante era hacer chicanas en zig zag, con cajones de verdura lo que hacía mas dura la prueba.
Al viajar sentados casi a la altura del suelo la sensación de velocidad era impresionante haciéndonos sentir que estábamos corriendo en Ipanema, Mónaco, o en nuestro querido Autódromo Gálvez, seguros de subir al podio en los pilares del frente de mi casa, con coronas de laureles del árbol de la vecina de enfrente.