Aventura en la cantera. Por Mariano Bucich

Aventura en la cantera. Por Mariano Bucich

El calor era insoportable a la hora de la siesta. Cuando lograba zafar de ellas , por mi madre impuestas. iba por los pibes para salir en busca de alguna aventura siempre montado a mi fiel compañera, la bicicleta.

Jugar con el agua de las canillas de los frentes de las casas era una de las mas comunes, o saltar los regadores de los jardines, ya qué aún no tenían rejas.

Pero un día íbamos en las bicis y pasamos por la cantera de la vuelta de casa y ahí me frené. Me acordé que entré con mi padre y que vi algo que valía la pena investigar…

La ” cantera” era una simple montaña de piedras partidas y otra de arena en un terreno, pero ese terreno era parte de una vieja casa de campo cuando el barrio no existía y era simplemente eso, campo.

Dicha casona era entonces una especie de tapera que se empeñaba en subsistir en el presente. Evidentemente le costaba.

En ella había algo que recordé, y que me hizo frenar y bajar de la bici. Algo preciado en ese tórrido día de enero en el que el termómetro era rojo. Había un “tanque australiano” .

El resto de los pibes pegaron la vuelta para ver porqué yo me había detenido ahí. Mientras protestaban yo solo miraba el tanque. Y se fueron callando.

Cuando ya era un silencio apropiado comencé a hablar. Yo ya tenía un plan.

“Vamos a entrar y a meternos al tanque”

Como era de esperar mi plan gustó y empezamos a diseñar la estrategia para poner en marcha la aventura.

Entrar era simple, había un portillo de madera forrado en alambre tejido pero con suficiente espacio por debajo de él para que pasen nuestros magros cuerpos. Primer problema resuelto. Yo no vi el día que entré a acompañar a mi padre ningún perro , así que decidimos entrar muy despacio y sigilosamente. Y así lo hicimos.

Ya adentro enfilamos hacia el fondo en busca del preciado oasis. Pasamos por el costado de la vieja casa buscando hacer el mínimo ruido y muy de a poco fuimos llegando.

Una vez ahí nos entró una emoción indescriptible y entre risas contenidas nos ahondamos en su refrescante interior. Nos sentíamos como si fuéramos astronautas al bajar a la Luna, felices de estar en un lugar diferente y tan deseado.

Pero la alegría fue efímera. Al poco rato de entrar al agua se oyó una voz mas profunda que el estanque gritar, “¿ quién anda ahí?

Enmudecimos y nos entró un pánico de esos que no te dejan respirar y te ponen a temblar. Yo no sabía que hacer ni por dónde salir ya que para salir por donde habíamos entrado había que pasar por la casona, y era de ahí de donde había salido la voz. Estábamos perdidos!

Pero fue entonces cuando uno de los pibes pudo ver entre las plantas del costado la vereda y que solo había que saltar un alambrado de hilos para huir.

Era la única salida!!!. Fue entonces cuando oimos el chirriar de la vieja puerta mosquitero y sin perder un segundo mas corrimos hacia el alambre y hacia nuestra libertad, por suerte, salimos.

Menos mal que la casona daba a una esquina!

Al salir nos escondimos tras los arbustos y esperamos a que la puerta mosquitero nos de la señal para poder pegar la vuelta y así recuperar nuestras bicis, la tranquilidad de la libertad, el placer que da haber cumplido la hazaña pedaleando mojados y frescos por la brisa, y las risas complices de la aventura vivida.

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