El loco automóvil. Por Mariano Bucich

El loco automóvil. Por Mariano Bucich

En los alrededores de casa transita él.

Acelera y acelera, no para de andar al máximo ritmo que soportan sus piernas. Va casi corriendo mas por la calle que por la vereda en su insólita carrera.

Lo cruzo por Av. Rosales finita, cerca de la cancha de Talleres, por el Boulevard frente a la Iglesia, o a veces la altura del Colegio. Nadie conoce su rumbo ni cuando ni dónde terminará con su derrotero.

Maneja su coche imaginario, invisible e inconsistente, mientras otros lo esquivan prudentemente, para evitar su desgracia en un accidente.

Tanto en verano como en invierno, ” el loco automóvil ” anda siempre en cuero.

Él lleva su botella en la mano con nafta, cada tanto la bebe y sigue corriendo, desquiciado.

Avanza tenaz y tozudamente sudado, inmerso en su delirio, deschavetado.

A veces intento adivinar lo que le pasa, qué piensa, qué siente, o si lo esperará la famila en alguna casa. Qué fue de su suerte, que le sucedió a su mente.

Él ya no es joven, ya peina canas, va perdido en su carrera al límite de sus pobres piernas. Corre y corre mientras sacude sus manos y sus pies. Entabla pelea a los gritos con algún imaginario coche que lo frena o lo choca en mitad de la carrera.

Yo lo escucho hablar sin entender su idioma desde mi precaria normalidad pero imagino que tiene bien en claro su destino. Su cabeza se zarandea y su mirada persiste en mirar el semáforo o a algún coche que lo intenta pasar.

Hace años que lo veo, soy testigo de su viaje, siempre por la misma Rosales. Así transita su vida recorriendo esa avenida, asi transcurren sus días quemando sus pantortillas.

Ojalá que este “loco” encuentre su línea de llegada. Qué dios le de fuerza y coraje en su viaje de ida hacia la meta final, donde lo espera la muerte, para arrebatarle la vida al detener su motor y pasarlo a desguace para por fin detener el trance. Quizás sea allí en donde se estacione por fin, después de tanto y tanto andar en ese viaje de dolor, a descansar.

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