Los pasos se hacen dueño, el vivir se disfruta a fuego lento.
Las miradas reconocen, el tacto de la vista que jamás desoye.
Hay ladridos que custodian el paseo impostergable del aire y los aromas más amigables.
Changuitos repletos de compras y conversaciones de señoras que van y vienen al mercado, donde lo super es hablar del vecino de al lado.
Caminan los recuerdos que no saben morir en el portarretrato blanco y negro ni en ese digital tan moderno.
Conviven las plazas con su pasto, sus juegos y los críos detrás de una pelota en cualquier baldío.
Se regodean las esquinas con sus faroles, a veces dejando a oscuras para que nazcan los amores.
Ay! esos clubes de barrio, que nos alegran el alma que no nos permiten olvidar el barro.
Cruzar una vereda para firmar con un abrazo el acta de una amistad de largo plazo.
Llorar desconsolado hasta que se acerque el árbol para respaldar y no dejarte solo con el daño.
Pasar horas sentados sobre un cordón, resolver los problemas del mundo hasta que las vainillas se humedezcan en un tazón.
El bondi que te para a mitad de cuadra, sabiendo que ya es tarde y aguarda hasta que entres en casa.
Dar mil vueltas manzana y desear que mañana, el sol vuelva a pegar y a decir buen día por las calles de este pueblo, que por los siglos de los siglos serán mías.