Mi abuela aprendió a cocinar entre las ollas, cazos y sangrías practicadas a gallinas y puercos desde los siete años. No fue sorpresa cuando al caer enferma la nina, mi abuela tomó su lugar. Sin embargo, la receta más célebre de mi familia no es de mi abuela, sino de mi madre quien empezó a cocinar a los cuarenta años. No tiene chiste preparar el pastel de carne: es básicamente una revolvedera que admite la improvisación y te deja mezclar todas las pendejadas que piensas al picar, picar, picar. El paso más complicado del pastel de carne es romper el cascarón de los huevos que no pueden faltar. Hacerlo requiere estar en gracia de mi padre. Pero después de veinte años perfeccionando las cantidades, a mí todavía me tiembla la mano al hacer este platillo cada Navidad, y pensar en las generaciones pasadas y futuras que morirán conmigo.