Me gusta demorar en las iglesias vacías, recoger las palabras perdidas, observar santos cabizbajos mientras buscan en los rostros una sonrisa. Me gusta sentarme sin prisa entre los destellos que entran oblicuos y las velas apagadas que esperan. Me gusta contemplar los crucifijos, hablar con ellos como si me oyeran y con los ojos fijos abrir las manos para dejar escapar los pecados. Me gusta lo que no aligera y escapa, dejar ir la suerte hedionda. Me gusta pedir sin que nadie responda, sabiendo que es a mi misma que lo pido.