El valor de la mirada. Por Mónica Samaniego

El valor de la mirada. Por Mónica Samaniego

Observando al ángel, que ilumina la noche en Buenos Aires, en este momento tan especial que vivimos a nivel mundial, esta guerra contra el virus, que no reconoce clase social, sexo, edad ni ideología política, el único paradigma es la igualdad ante la ley.

Me pregunto, ¿qué poder y valor tiene una mirada?  Puede clavarte un puñal o hacer que tus ojos se llenen de lágrimas y el corazón palpite velozmente de felicidad.

Recuerdo mi infancia, en los años setenta,en la provincia de Tucumán, una casa humilde en Cruz Alta, un pueblo con pocos habitantes, vivíamos con mamá y mi abuela materna.

Mamá una trabajadora incansable en el Ingenio azucarero, mientras yo pasaba gran parte del día con mi abuela Elena, mi segunda mamá.

Mis primeros años de vida y adolescencia transcurrieron en el campo, peloteábamos con los chicos en las calles de tierra, ¡cómo olvidar a Lucas y Alfonso!, los tres inseparables de la manzana, qué inocencia, tan poco conocíamos, pero éramos felices,bastaba un beso en la mejillay un cuentito de mamá antes de dormir.A los quince años, viajé con mamá Andrea a la gran urbe, al centro de la ciudad de Buenos Aires, quedé deslumbrado al ver el Obelisco, recorrer la calle Corrientes, Florida, me encantaba todo, las luces, las marquesinas en los teatros, la gente caminaba rápido no comprendía por qué, pues nosotros teníamos un andar más lento en la provincia. Respecto al viaje, fue muy concreta.

—Tobías, vamos a visitar a alguien—dijo mamá.

—¿A quién? ¿Yo vine alguna vez? —pregunté.

—Es la primera vez que venimos. —respondió.

Tomamos un colectivo que nos dejó en una Avenida, de ahí caminamos dos cuadras y en

una puerta negra muy grande, donde veía un jardín hermoso y una entrada de coches, mamá toca el timbre, una voz femenina le dice a quien busca y ella pregunta ¿vive acá Roberto?

Pasó el tiempo y jamás olvidé ese viaje, esa casa, ese colectivo, esas cuadras, y la voz de mamá quebrada.

Por mi mente pasaban tantas cosas, pero el gran respeto por mi madre sumado a mi timidez, hacía que nada preguntara. Reconozco que quedé fascinadocon ese viaje, todo era nuevo, mi vida era tan distinta,nunca había visto esos autos lujosos, la gente tan bien vestida, mi idiosincrasia era otra y era feliz con el amor de mi madre y mi abuela.

A los 6 años, en mi ingreso a la escuela primaria, estaba triste, todos mis compañeritos estaban con sus padres, y yo solamente con mamá, no conocía a mi papá, sólo sabía que había viajado, pero no cuándo volvería.

A medida que iba creciendo, tenía más necesidad de saber de mi padre y mamá me decía que mejor lo olvidara, porque él había viajado y perdió contacto con nosotros.

Una tarde de otoño estábamos sentados en el patio con mamá, ella mateando y yo tomando la leche con tostadas con manteca, ya era adolescente y le dije que quería conversar.

—¿Tobías qué te está pasando? —dijo.

—Madre hace tiempo que tengo muchas dudas de mi identidad —respondí.

—No tienes que tener dudas, yo te expliqué todo acerca de tu papá —acotó.

—Si me explicaste todo, ¿por qué no llevo su apellido? ¿por qué no lo conozco? ¿ni una foto tienes de él cuando eran novios? ¿él tiene fotos mías? —pregunté.

Cuando pensaba contestar, aunque la noté muy temblorosa, aparece mi abuela y le dice

que la llaman del Ingenio azucarero, que un jornalero tuvo un accidente, si lo podía cubrir. Me quedé sin respuestas, me sentía mal, mi abuela lo notó, pero desconocía el motivo, me preguntó que quería comer esa noche, le dije nada y me fui a la cama.

Tenía sensaciones encontradas, ya estaba terminando el secundario y se me ocurrió ir en busca de otra palabra, que me despejara dudas acerca de mi padre, fui con Lucas a su casa para hablar con su mamá Lorena respecto a mi historia, ya que era como una tía para mí y Lucas el hermano que no tuve.

Lorena nos prepara un mate cocido a los dos y conversamos de la escuela, que nos gustaría seguir estudiando, pero yo necesitaba hablar de otro tema y no sabía cómo interrumpirla, además no quería que mamá se enterara. Encontré el momento justo para dialogar.

—¿Lorena conociste a mi papá? —dije. —Me sorprende la preguntaTobías ¿a qué obedece? —respondió.—Muy simple, quiero saber mi origen ¿mi papá vive? —Querido Tobías, me parece que esas preguntas debes hacer a tu mamá, seguramente ella te dará una respuesta. —Ocurre que siempre se va en evasivas y tengo necesidad de comprendermi historia. —Tobías no conocí a tu papá y es un tema muy íntimo, lamento no poder aclarar tus inquietudes.

Cuánto tiempopasó de esa época y aún es una asignatura pendiente, pero hoy, todo cambió, el mundo es otro, estamos viviendo una pandemia por el Covid-19,y cada día que amanezco junto a mi familia, como creyente que soy, doy gracias a Dios por tener vida. Además, estamos atravesando con Gabriela un momento muy especial, ya que me voy a convertir en papá en un par de meses, así que reina en nuestro hogar la felicidad.Con Gabriela nos casamos hace 5 años en la provincia de Tucumán, ella es salteña, pero hacía años que vivía en el jardín de la República junto a sus padres y hermanos.

Cuando terminé el secundario, tuve muy claro que quería estudiar, y comencé Psicología,

sin duda,la elección tuvo que ver con mi pasado,necesitaba desnudar el alma y curarla de las heridasinternas que padecía, por no conocer mi identidad, y eso me frustraba mucho.

Tuve varios intentos de reanudar con mamá el tema, pero no llegó a esclarecer mis interrogantes sobre el origen de mi padre, sólo se limitó a decirme que era un hombre de bien, de una familia prestigiosa y un gran profesional. Que tuvo una aventura con ella y no supo que había quedado embarazada, pues tuvo que viajar.

Debo decir, que la incertidumbre era un gran peso, pero tampoco la quería torturar con preguntas, pues notaba que a ella le afectaba hablar de él, y mi única familia eran mi madre y mi abuela, y gracias al esfuerzo de mi madre pude estudiar una carrera universitaria y ser hoy quien soy. Cuando estaba promediando el último año en la facultad, con un grupo de amigos organizamos una reunión en la casa de uno de ellos, ahí conocí a Gabriela, quien se convirtió en mi mujer,nos amamos mucho, es una gran compañera y excelente persona.Tuvimos un noviazgo de tres años, amante de los chicos, quien lo demostraba día a día en el jardín donde trabajaba, me enamoró de ella su dulzura.Admiraba su familia tan unida, la relación ejemplar con sus hermanos y el afecto que se manifestaban todos, quizás algo que siempre añoré en mi vida, pues mi grupo familiar era tan pequeño, pero reconozco queellos, fueron mi segundo hogar.

Cómo olvidar mi graduación, siempre presentes mi abuela Elena y mamá Andrea, estaban tan felices, a ambas se les cayeron algunas lágrimas cuando me entregaron el diploma, yo también estaba emocionado, porque en ese momento me vino la película de mi infancia, mis primeros años en nuestra humilde casa de Cruz Alta y agradecido por el valor de esas dos mujeres que tuve en mi vida, que forjaron este hombre. —Gracias por estar siempre a mi lado, las amo. —Tobías eres un orgullo para nosotras, tus logros son tan merecidos, qué admiramos la esencia y los valores que tienes. —Todo se los debo a ustedes, fueron el sostén que acompañó mi crecimiento —dije.Nos estrechamos en un fuerte abrazo, de intensa felicidad por un sueño cumplido, ¡con mucho amor!

Ese fue un día muy feliz en mi vida, porque encontré el apoyo incondicional, no sólo de mi familia de sangre, sino también de mi novia Gabriela.

Hace un mes todo cambió, mi abuela se contagió de Covid-19, no sabemos dónde, pues ella se cuidaba mucho, quizás lo trajo mamá, porque en el Ingenio hubo algunos casos, pero ella no se infectó, así que desconozco dónde lo contrajo.A mi abuela la trasladaron a la ciudad de Tucumán al Hospital Ángel C. Padilla, quien luchó durante quince días en terapia intensiva,hasta su último respiro. Fue un golpe muy fuerte, con el agregado que esta enfermedad transcurre en el aislamiento, los médicos vestidos como astronautas y sin poder despedir a mi abuela, mucha tristeza nos invade a mi madre y a mí.

Después de la partida de la abuela, Gabriela comenzó con problemas en el embarazo, pérdidas y mucha presión, así que a resolver urgente el tema. El obstetra que la atendía decidió internarla, para controlar su evolución durante 48 horas. No podía transmitir a Gabi el pánico que sentía que estuviera internada, pues ella estaba preocupada, era nuestro primer hijo y nos había costado, así que me encomendaba a Dios y le pedía fuerzas para sobrellevar la situación y que Gabi y nuestro bebé estuvieran bien.

Tuvimos que trasladarla al Hospital Italiano en Buenos Aires, porque se complicó y según los estudios, el médico sugeríauna interconsulta y lo más probable que se adelantara una cesárea, con el riesgo que conlleva un nacimiento prematuro.

Esa tarde, Gabriela me dijo que tenía mucho miedo, no quería perder al bebé, no se sentía bien y quebró en llanto. —Amor, va a estar todo bien, quédate tranquila, ya nos recomendaron un especialista, quien te seguirá en Buenos Aires. —Tobi si me pasa algo, te pido que cuides a nuestro hijo y encuentres la felicidad en otra mujer.

Ya instalados en el Hospital Italiano, converso con el médico que atenderá a Gabi, quien me informa,según el resultado de los estudios,que mañana toman la decisión si la operan. Esas horas fueron interminables, no pasaban más, trataba de darle calma a ella, pero no tenía fuerzas, estaba destruido, además de la reciente muerte de mi abuela, me sentía sobrepasado y no soportaría otra pérdida.

Gabriela fue sometida a una cesárea, previo a llevarla a quirófano, se presenta el jefe de obstetricia en la habitación y nos explica como seguirá todo.El bebé al ser prematuro y por su bajo peso, se quedaría internado. Escuchamos al médico, se llamaba Roberto Lemat, se retira de la habitación, me mira fijamente, me pone la mano en el hombro y me dice, «estoy seguro que será un éxito, los veo después de la cirugía».

Mientras esperaba, mi cabeza estallaba, la mirada del médico me dio seguridad y estaba convencido que todo saldría bien, era mi fuerza interior u otra cosa, no sabía. Del ascensor sale la camilla con Gabriela, me acerco, estaba dormitando por la anestesia, y atrás se acerca el médico, me abraza, mi corazón se agita, su mirada me penetraba, se me cayeron las lágrimas, me dice «tu mujer está bien y el bebé también, los felicito».

Salgo con él para preguntarle por nuestro hijo, me da las explicaciones y le manifiesto que su mirada trasciende en mi interior, el valor de su mirada me genera confianza, templanza.Le pido que se saque el barbijo, que quiero verle su rostro, lo hace un segundo y me dice, —Me pasan cosas al mirarte y me abraza.

Ambos supimos, que nuestros ojos sentían el fuego de tantos años sin conocernos y que ese hombre Roberto, a quien mamá fue a buscar y no encontró, hizo posible que me convirtiera en padre de un hermoso varón, al que llamamos Roberto, en honor a mi padre.

Quien no comprende tu mirada, tampoco comprenderá una larga explicación.

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