«Señoras y señores… Ladies and gentlemen… Signore e signori… Mesdames et Messieurs… Damen und Herren… Dense por bienvenidos, pues suponemos que se han esforzado en el pago de la entrada, sobre todo, por aquellos que con un guiño de compadreo persiguen el prestado ocio para engalanarse… Bien, una vez adentrados por el apabullante hall de pulido suelo, pisoteándose para agolparse en los sanitarios (como si hasta ese momento las necesidades fisiológicas nunca hubieran sido tan bien avenidas); donde su notoria seña de identidad nunca han sido ni serán sus pulcras y refinadas mañas… Desde el aseo se habrán percatado del reflejo en esos inmensos e impolutos espejos, a los que sus sinuosas y entrometidas narices se acercan y se alejan indiscretamente. Mientras tanto, sus manos quedan tendidas bajo ese secador automático, que se pronuncia en un ruinoso quejido de aire, el cual alienta el colágeno de sus desgarbadas ansias por pulsar una vez más el ambarino aparato… Piensen que han llegado al preámbulo de la dramaturgia, de manera que han resuelto su codiciado reclamo por entregarse al ejercicio de un espectador de patio de butacas. Ahora sí, caminen con el comedido sigilo del que no están dispuestos a conferir a los demás asistentes y, de entrada, olviden sus abrigos de poliéster estufados de indecoro prometeico. Dejen caer el pulverizado pañuelo biodegradable con su tornado de secuencias bacterianas previas. Ahora tomen el asiento delante de los que a más les disturbe su presencia, es decir, aquellos que son partícipes de su propio melodrama. Cítese aquí a los contrariados y quejicosos. Cuando llegue el momento en el proceso de aposentarse, no, no lo duden… Es el momento: Sí, ahora sí… Golpeen y codeen sin mesura para procrear el duelo de ceños fruncidos que pueda terciarse en un acto de benefactores de ángulos agudos cuyo desenlace sería la pendiente secante, ambos cortan en dos puntos su igual recta de miras… De lo que se deriva la unidad de medida de su soberbia thalesiana, es decir, sus lados equivalen a la misma patochada de su obtusa hosquedad… En tanto que los imberbes y barbilampiños señoritos del barrio del Carmen toman cerca del teatro unos jerecitos con aceitunas sin pipo… Para no perder las costumbres de graderío al entrar y ocupar el asiento, eso sí, de sus plateas reservadas; pues nada puede estimular mejor ese garbo fino o amontillado del paladar grupal que hacerse de rogar ante el mundanal ruido… Eso sí, como es previsible, el grupo engominado hará las veces una vez haya comenzado el espectáculo. Nada puede sucumbir al reclamo de la cortesía en la irrespetuosa puntualidad… Pues, finalmente, uno es impuntual desde el reloj al que se dirige su artificioso esfuerzo, y en cuestiones cronológicas el kairós es un plato suculento que se sirve en dosis frías o en cicuta […]»
Sin más dilación, la voz alzada proseguía con los látigos de la discordia ante el púlpito:
« […] Tengan sus artefactos encendidos, al máximo de volumen, por favor. Utilicen los dedos para presionar el envoltorio de caramelo en ese hueco del ocaso de la desfachatez y, por supuesto, anhelen la dicha de los artistas, focalicen la virtud en su actuación y ya de paso, simplemente por casualidad, disfruten del arte de la representación… Eso sí, absténganse de comportarse como personas civilizadas. Como es habitual, podrán estar en contacto con la butaca, desde ella asistirán a la representación de su propia versión, la más fiel que puedan personificar en público…»
Desde el escenario vimos el principio de la obra. Tuvimos en cuenta varios actantes con los que no contábamos: En primer lugar, al salir al escenario, la locución presentaba o más bien, describía a la perfección todo lo que nuestros sentidos eran capaces de percibir, e incluso todo lo que nuestra cordura era capaz de verificar sin ni siquiera presenciarlo. Pero lo más curioso, es que aquella locución parecía ser espontánea y jocosa, sin embargo, el técnico de sonido se percató de lo ocurrido. La grabación punzaba sin atisbo de duda, ni balbuceo de error… Incluso nosotros, entre bambalinas ya percibíamos el olor a polilla de los bolsillos rencorosos del señor de la butaca 54, junto al pasillo…
«[…] Los asistentes tienen la ventaja de estar a oscuras, estén tranquilos en ese sentido, los actores no podrán ver de quién de ustedes disfrutan de ese bocado de chorizo con pan que mastican… Para los más refinados están las almendras garrapiñadas, quienes con el cincelado de su lengua desintegran la glucosa frita que recubre el fruto seco, sí, hasta el sangrado y dulce deleite […]»
En segundo lugar, en los ensayos, nadie podía presagiar que los acontecimientos ocurrieran a medida que la voz alzada se pronunciaba… Los técnicos de sonidos tuvieron algún que otro chispazo, pero se terciaban como buenos profesionales y con un poco de cinta aislante todo quedaba en el azar de la experiencia… ̶ Si algo puede fallar, fallará igualmente… No se entretengan en agitarse sin necesidad hasta que los percances ocurran, sin más… ̶ Nos informaba uno de los profesionales.
En el primer acto, ni siquiera tuvimos que movemos, pues todo el mejunje de dramatización se lo llevó el abanico de una imponente señora que tatareaba a la mismísima Monserrat Caballé… ¡Qué suntuoso poderío de carmín! Sí, desparpajo para una soprano amateur que secuenció de una tirada el rito del cortejo… Todos quedamos embaucados por sus pestañas de porcelana… No podíamos apartar la vista de su maquillaje… Sí, hasta el punto que pusimos la boca con forma de tutú brocado…
« […] Aquellos que quieran perder de vista a su acompañante, pues su cita espera ansiosa en otra parte, pueden responder a los corazones volteando el teléfono móvil como si tratara de hacer la búsqueda de una tuerca dorada de pendiente entre sus zapatos y lo utilizara a modo de linterna… No pierda de vista la secuencia de quien le ofrece ayuda para llevar a cabo el ritual… es posible que se haya visto en la misma tesitura. Si quiere, puede ausentarse unos minutos para ir al baño, recuerde que en primera instancia le fue imposible hacer la grabación de un mensajito de audio, pues no tuvo ni un minuto de amor cortés internauta para ofrecer a la otra… persona que parece ser que tiene siempre en estado de espera […]»
Lo curioso, en tercer y último lugar, es que esta voz alzada y entrometida solo se escucha por mis auriculares, parece que hayan potenciado la última tecnología de la retransmisión para un espectáculo en ‘vivido’, que no en vivo y en… ‘experimentado’ o directo… De cualquier manera cuando dejo de escuchar esa locución de timbre cóncavo o de persuasión infinita, me doy cuenta de que es uno de los mecanismos más fascinantes para prestar y mantener la atención…
«El espectáculo finaliza cuando depositen su goma de mascar sobre la endurecida que se cierne a la madera de cerezo de la parte inferior de la butaca».
[…]
¡SE ABRE EL TELÓN!