Un vasco muy charro anda suelto. Por María Calle Bajo

Un vasco muy charro anda suelto. Por María Calle Bajo

Conozco a don Miguel de Unamuno desde antes de nacer, pues él, como buen «maestro» ya estaba en la ciudad del Tormes unas décadas antes de que yo lo hiciera. No está nada mal si tenemos en cuenta las fértiles virtudes de este «agitador de conciencias». En el principio de los tiempos intramedulares del pensador fue un hombre rehecho a imagen y semejanza de su infanto-juventud, pues por todos es sabido el gozo por el dogma cristiano que amamantó desde el seno de la cuna. Matriarcas que fecundaron su psique «per saecula saeculorum» para abrir camino a su encrucijada fe.

Y, es que, el bilbaíno, no por casualidad nació el 29 de septiembre, pero trescientos dieciocho años después de su crucial referente intelectual, don Miguel de Cervantes y Saavedra. Meticulosamente, el don Miguel vasco, podría ser un heterónimo de ceño fruncido en el «in medias res» de su propio relato, o dícese también de sus fulgurantes «nivolas» o bien, de sus díscolos «drumas».

La magnánima opera cervantina será la jarcha de su metaficcionalidad. El hombre que se mira al espejo desde dentro del propio reflejo. Un «homo sapiens illuminatis» que enciende la hoguera de su cavernario pensamiento con racionalidad teológica y el desasosiego que lo eviterna en su prolífero corpus extra-/intra-/meta- o ese contrariado «plus ultra» de lo literario.

Quése puede esperar entonces de este polímata decimonónico zarandeado por los conflictos civiles de comienzos del pasado siglo, que le suponen, no solo un destierro físico, sino también el destierro de su «alter ego», un volitivo acto de presencia de inverosímil dialéctica cognitiva. Qué se espera pues, de un niño que a sus diez años presenció el estallido de una bomba a unas cuadras de su casa familiar entre‘guerras’ carlistas. La tierna infancia entre cascotes y escombros dejan como dato curioso, la incipiente inquietud del quinceañero por ‘escribir’, ‘expresar’ o ‘comunicar’, dado que el 27 de diciembre de 1879 se publica en El Noticiero Bilbaíno, su primer artículo titulado «La unión constituye la fuerza». Episodios que el célebre Unamuno deja perpetuados en sus novelas Paz en la guerra (1897) y Recuerdos de niñez y mocedad (1908).

Sin duda alguna, la formación del joven filósofo va a ser de concienzudo e incesante compromiso a lo largo de su biográfica expansión intelectiva. Pues lo que comienza con el estudio de la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central madrileña, tras el término de sus estudios de bachillerato en el Instituto Vizcaíno de Bilbao, el veinteañero Unamuno intensificará esta labor con la asistencia asidua a las frecuentes tertulias que se sucedían en el Ateneo o en el Círculo Vasco-Navarro. Casi un lustro más tarde, se doctora con su tesis sobre la lengua vasca,de cuyo título no puedo acordarme, pero sí, entonaba algo simultáneo entre El problema de origen y la prehistoria de la raza vasca… Imaginemos el regreso al norte de España después de este incipiente logro, donde el maestro inquieto estaba inmerso en la docencia de sus clases de Latín en un Instituto de Vizcaya y sus clases de Psicología, Lógica y Ética en el Colegio de San Antonio e incluso llegó a explicar Retórica y Matemáticas. Eso sí,todo ello en régimen de interinidad, por lo que,en esta incesante operatoriedad académica, prosigue su ambiciosa hazaña intelectual para preparar oposición a las Cátedras de Vascuence y de Psicología, Lógica y Ética. Como recordaremos, fue el primer choque contra molino norteño, lo que agradecemos por ende, pues abrirá la senda mesetaria (y, que conste en acta que menciono esto con absoluto cariño y respeto) a nuestro futuro-pasado y muy presente ‘Rector salmantino’.

Un lustro antes de la toma de posesión de su plaza en Salamanca, entre sus decadáctiles cábalas ensayísticas, el intelectual configura, sin llevarla a término, Filosofía Lógica (1886). Con el devenir de los años surgen viajes al extranjero, donde, además,realiza estancias por la gala, itálica y helvética Europa.Es, por tanto,durante casi a sus tres décadas de ‘existencia’ (27 años), cuando se suceden dos acontecimientos de vital importancia en el íntimo tránsito más unamuniano,dado que en la primavera de 1891 aprueba las quijotescas oposiciones a la Cátedra de Lengua y Literatura Griegas de la Universidad de Salamanca, ante un tribunal presidido, entre otros, por Menéndez Pelayo. Y ya sitiado y bien hallado, unos meses después contrae matrimonio con su Dulcinea, doña Concha Lizárraga, su inestimable mujer, «su costumbre».Un año posterior a la consagrada fecha nace su primogénito, Fernando, al que le sigue con dos años de diferencia el nacimiento de Pablo, su segundo hijo (permítanme destacar que siempre me pregunto la elección de los nombres, Unamuno no daba puntadas sin hilo…). Destacamos en esta década de alumbramientos un menester político, dado que en ese mismo año de 1892, el catedrático comienza a formar parte del Partido Socialista Obrero Español. Y un par de años más tarde nacerá su tercer hijo, Raimundo Jenaro y, con el padecimiento y secuelas de la grave enfermedad de este vástago, también se desencadenará el eslabón de la primera gran crisis espiritual de don Miguel, marcada en el trasunto de 1897 y evidenciada en su posterior y latente ideario.Sin deslindar al autor de su constantes contribuciones socialistas al semanario sobre La lucha de clases con un total de doscientos cuarenta artículos escritos, lo que comenzó en octubre de 1894 hasta el abril de 1897.

«Unamuno y Jubo a la edad de Cristo»

La configuración de la obra del artífice vasco eclosiona en una sucesión de novelas que se encarnan en la irreversible búsqueda de la propia evolución narrativa hispana. Un proceso que emana de la propia búsqueda de interiorización y en última instancia decreación. El dogma unamuniano se sienta en «la última cena» junto al logos y a la episteme sin dejar de lado el virtuosismo de la técnica. Convite que gestará el conjunto evolutivo,in fieri, acentuando el gen novelístico, desde donde el escritor,perteneciente a la Generación del 98, desafiará al lector como una desatada aventura conceptual de lanza en ristre, pues en buena medida, el artífice de fin de siglo, utiliza la literatura como vehículo de la filosofía. Muestra de estos años de ‘conmoción cognitiva’, y resalto lo de conmoción en su más estricto sentido etimológico, porque a la crisis espiritual se le suman a don Miguel, entre otros menesteres, la económica.Es, por tanto, cuando de ‘aquella manera financiera’ engendra en años consecutivos a la publicación de la citada Paz en la guerra (1897), obras como, Nicodemo el Fariseo (1898), los dramas La esfinge (1898) y La venda (1899). Sí, agudo interlocutor, Unamuno alterna esta confección de encaje de bolillos con la escritura de artículos en la prensa de actualidad para la que realiza colaboraciones, como el periódico La Libertad de Salamanca o El Nervión de Bilbao, además de otras colaboraciones, tanto de corte nacional (El Heraldo, El Imparcial o La Ilustración Española),como internacional (La Nación de Buenos Aires).

«El Rectorado unamuniano»

Nuestro vizcaíno del Tormes, al fin, es armado como ‘caballero del conocimiento’ en la Universidad de Salamanca, o tal vez, para los más puristas, quede mejor citar que en 1900 se crea la Cátedra de Filología Comparada de Latín y Castellano, en la que por méritos propios y acumulativos, don Miguel, tras su nombramiento, accede a ella como rector hasta 1914.

El excelso reconocimiento y ascenso público de Unamuno se descoyunta anímicamente por la pérdida de su tercer hijo a los dos años de obtener el rectorado. Tragedia que interna al escritor en un ‘profundo declamar’ de incesante producción literaria, evidencias de ello serán las publicaciones que se suman a su fecunda bibliografía durante estas incipientes décadas del siglo XX, tales como, Amor y pedagogía (1902), Paisajes (1902), De mi país (1903), Vida de don Quijote y Sancho (1905), un extenso libro de poemas, titulado Poesías (1907), la publicación de la nombrada Recuerdos de niñez y mocedad (1908), la cual coincide con la muerte de su madre.Un año después da a conocer sus obras teatrales La esfinge y La difunta. Le sucedieron las publicaciones de Mi religión y otros ensayos (1910), continuó su escritura poética con Rosario de sonetos líricos (1911), y la recopilación de los artículos de sus viajes los tituló Por tierras de Portugal y España (1911), llegaron Soliloquios y conversaciones (1911), Una historia de amor (1911), Contra esto y aquello (1912), Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos(1913), y otra colección de novelas cortas El espejo de la muerte, de la producción de obras teatrales germinan La venda y La princesa Doña Lambra, como antesala a la «antinovela» Niebla (1914), mismo año en el que se promulga su candidatura como autor al Senado.

El filósofo, en el ejercicio de la confección de su sistema de ideas, sigue cautivo en su compromiso medular de ‘racionalizar la fe’ en dialéctica con su «modus vivendi», pues ha caído en abismos inexorables por los irremediables imprevistos de incontenibles consecuencias, una combustión intimista y latente que se forja a través del logos y que se conjuga y vertebra en base a lo conceptualmente oprimido y, en suma, va a ser lo que sustancialmente genere a través de la literatura,pues se convierte, como decíamos, en un potente mecanismo narrativo para el autor, dado que,cual adarga antigua, parte de la propia psique unamuniana y se desglosa en un inter e intrapersonal ‘alma colectiva’, pues el cultivado escritor, no solo intercepta de manera racional en el desengaño y, dicho sea, el eje de su vital trayecto,la ‘inquietud teológica’ o el ‘dogma inquieto’ de ‘el uno’, como individuo, para emanar en‘los otros’, como colectivo. Es, por tanto, que el artífice categoriza materialmente en modo y forma para enunciarlo como una obra que respondepero que también reclama a ‘ecos sociales’. Y dicho sea de paso también, lo que converge en un ‘ser unitario’ entre la ‘multiplicidad social’ que lo atestigüe. 

«La argucia bélica desde 1914»

Los ojos de quien mira pueden cambiar de color pero no de forma… Sí, podríamos hacer uso de sofismos tales y cuales para plantear otra cuestión muy importante en el trasunto de este biográfico y entrañable encuentro. Pero lo que es ineludible es que a don Miguel de Unamuno se le destituye de su rectorado a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando apenas empieza a tomar partido por el bando de los aliadófilos. Un comunicado de prensa lo notifica a nivel nacional, lo cual genera un levantamiento popular en apoyo a la inconcebible e injustificada decisión. Esta notoria campaña ciudadana y el continuado reconocimiento social erigen al ex rector como concejal del propio Ayuntamiento salmantino un año después del fatídico detonante bélico. No en vano, el reciente nombrado edil publica su novela perspectivita, Abel Sánchez (1917).Y como dato significativo, entre 1916 y 1918, la Residencia de Estudiantes publicaría los siete volúmenes de Ensayos que compilan prácticamente toda la obra ensayística del excelso autor.

Sí, también este Miguel decimonónico tuvo desencuentros regios, como su homónimo barroco ulterior, cuya condena no sería estar cautivo cinco años en Argel,sino que la desproporcionada reprensión, en este caso, ascendería a un total de dieciséis, que de no haber sido indultado, vayan ustedes a saber si no hubiera escrito el tercer tomo de la obra hispana cumbre de la literatura universal y, tal vez, al salir del cautiverio por injurias al Rey de España, don Unamuno, subido a su rocín flaco con maletín en mano y como un clamoroso estruendo hubiera pronunciado: «¿Con Alfonsitos a mí?».

Téngase en cuenta que, para nuestro «desfacedor vizcaíno de entuertos», no será el primer ni el último desencuentro a los que se enfrente dialécticamente con los mandatarios del país. Pero no perdamos de vista «el camino hacia las Ventas», o en este caso hacia el Paraninfo de la Universidad de Salamanca de 1920, pues los acontecimientos que se suceden en esta agitada revuelta sociopolítica (ya que fue elegido como candidato por el partido socialista para el Congreso de los Diputados), dictaminan las sucesivas publicaciones del recién designado vicerrector por esa misma Universidad en ese mismo citado año. He aquí, por tanto, la mención de algunos de estos víveres literarios, tales como el extenso poema El Cristo de Velázquez (1920), sus Tres novelas ejemplares y un prólogo(1920), junto con la publicación, un año póstumo a los anteriores, de la novelaLa Tía Tula (1921).

«Del Jugo de su apellido que tambiéndel yugo»

Y pronuncio «yugo» por la remisión bíblica que podría encomendarse al mundo de lo sensible y de lo inteligible del maestro, como un grácil (o impertinente y deliberado, si me permiten) bifronte epíteto en el baptisterio del ideario más humano de don Miguel. Como si de una suerte de «epifanía metaficcional» se tratase, la «metanoia de su creación literaria» será el «código semiótico» por el que circule el autor de manera autorreferencial para ‘sacudir’ o ‘remediar’ la realidad desde la «metaficción» con «sofisticados mecanismos especulativos» con lo que, en última instancia, pretende surtir la equivalencia entre Dios/Creador de una reconstructivista «remediación» a través, en cierta medida, de la presencia de «anagnórisis» en el «circuito ontológico» de gran parte su obra. A este complejo e inexorable camino de interiorización y recorrido entre la historia y la intrahistoria que perpetuaba a través de su narrativa es lo que Unamuno denominabacomo el conflicto entre el «yo histórico o agónico» y el «yo intrahistórico o contemplativo».

En este punto, como hecho historiográfico,tras la proclamación de la Dictadura en 1923, es preciso señalar la polémica que aconteció entre el vicerrector Unamuno y el general Primo de Rivera debido a las revelaciones epistolares por parte del escritor, quien denominaba (entre otras perlas)«botarate sin más seso que un grillo»al dictador para manifestar la acusada agitación y contrariedad frente a la frágil situación política del país, cuya consecuencia, de nuevo, será la destitución, tanto de su Cátedra, como de su vicerrectorado. Además del destierro previamente citado, cuyo destino fue a las Islas Canarias en 1924, a Fuerteventura en un primer momento y a Las Palmas en segundo lugar, surte con posterioridad el traslado a la parisina Cherburgopara,finalmente, refugiarse un año después en Hendaya y asípoder estar más cerca de los suyos, más cerca de España. Situación proclive de la gestación de parte de los textos de Romancero del destierro y del alumbramiento de las publicaciones de La agonía del cristianismo y De Fuerteventura a París de 1925.

No será, por tanto, hasta la caída de Primero de Rivera en 1930 cuando el reconocido  intelectual regrese a su país entre vítores y sea aclamado como un Cid campeador de incólume vehemencia. Hecho trascendental será también la consecuente caída del rey Alfonso XIII cuando en 1931 se proclama la II República española. Año en el que don Miguel de Unamuno es electo (o deberíamos decir, reelecto) como rector de la Universidad de Salamanca, además de presidente del Consejo de Instrucción Pública y diputado y miembro de la Real Academia Española, aunque por todos es sabido que el célebre autor nunca llegaría a leer su discurso de ingreso.Publica entonces, bajo el género epistolar, ligado a la literatura confesional, San Manuel Bueno, mártir(1931), junto con dos historias más y El otro. Dos años antes de su muerte se jubila de su docencia universitaria y muere «su primera y única novia, el amor de su vida, su esposa Concha».

«El espejo de la muerte»

Tras los nombramientos de Unamuno como Rector Vitalicio de la Universidad de Salamanca y doctor honoris causa por las respectivas Universidades de Grenoble, Oxford, Cambridge y Londres, se le concede el galardón de Ciudadano de Honor de la II República Española y la propuesta como candidato al Premio Nobel de 1936. Sin embargo, su apoyo al Alzamiento Nacional de los militares le supuso la retirada de todos los cargos públicos citados, pero con posterior restitución en septiembre de ese mismo año por el general nacional Cabanillas.

En cualquier caso, la realidad de nuestro «praeceptor» o «excitator Hispaniae» siempre latía con beligerancia, pues no pasó mucho tiempo en manifestar su contrariedad hacia el bando Nacional,hecho del que la prensa sehizo eco, dada la magnitud y relevancia de los sucesos que tuvieron lugar en el mismísimo Paraninfo del templo del conocimiento (Universidad de Salamanca), en una fecha tan señalada para la Hispanosfera como es el 12 de octubre pero de 1936. Un discurso de improvisado proyectil, cuyo sentido y fundamento venían a vislumbrar en la «turba» presente una cierta ética heroica» de desatinado alcance, que acabaría con el yelmo más humano de nuestro «maestro pensador» don Unamuno el 31 de diciembre de ese mismo año en su casa de alquiler de la calle Bordadores de la blanca y dorada ciudad charra.

«Yo misma, María Calle Bajo»

Heme aquí, de tu mano en mi frente, de tu corazón en mi pecho. También es de noche en mi estudio. Pronuncio tu profunda soledad; oigo el latido de tu pecho agitado  ̶ es que te siente solo, y es que se te siente blanco de tu mente ̶ . En una constante alegoría de la que pende tu preexistencia. Sí, también bajo tu nombre se amparan todos los testigos, mi muy presenciado, Unamuno.

Vuelven a mí mis noches,

noches vacías,

rumores de la calle,

las pisadas tardías,

rodar de coches,

conversaciones rotas

y desgranadas notas

de un pobre piano,

viejo y lejano.

Hundióse así el tesoro de mis noches,

en esta misma alcoba,

aquí dormí, soñé, fingí esperanzas

y al recordarlas me revuelvo en vano…,

no logro asir aquel que fui, soy otro…

Miguel de Unamuno (1987: II, 79-81), poema VI de Rimas de dentro (1923).

¿Por qué y para qué es todo nada?

Miguel de U, &.4, /, Teresa (Rima 7, v. 15).

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