En el tumulto del dolor que retumba, siento un alboroto que desgarra la quietud, desmorona las murallas de las montañas y resquebraja la noche callada, esparciendo grietas en la piel de la tierra.
De pronto, como una ráfaga de luz en el horizonte, su sombra lacerante me fragmenta como frágiles piezas de un rompecabezas, dispersas en el suelo, testigos mudos de mi revuelo interior.
Bajo un mosaico de estrellas veladas, perdidas entre la oscuridad celeste, me arrodillo para recoger las piezas del puzle, dispersas, dejando que los gemidos del corazón se disuelvan en la brisa del olvido.
Con la habilidad de una restauradora, recojo cada fragmento con reverencia. En el lento ensamblaje de los pedazos esparcidos, junto las esquirlas con el hilo del entendimiento. Artesana de mi redención, abrazo la lección impresa en cada eslabón del enigma de mi vida.
Como la paleta de colores que pinta el lienzo del perdón, empiezo a revisar cada episodio, cada susurro sordo que resuena entre los pliegues de mi ser.
Paso a paso, renace la trama de mi existir, un tapiz tejido con la sabiduría del tiempo.
Hoy, mi alma se despliega, liberada del eclipse que oscurece el brillo de la vida. Soy un colibrí que busca néctar en la fresca mañana, como un destello de aurora anhelando el beso del sol…
Lienzo Esther Jiménez Coïa.