La absolución no validó la voz de Juan Darthés
Aun cuando el fallo absolutorio desató una serie de bravuconadas en redes y también en las palabras del abogado defensor de Juan Darthés, Fernando Burlando, el propio fallo valida la denuncia y la voz de Thelma Fardín. Sin embargo, los hechos probrados, según las leyes vigentes en Brasil en el momento que sucedieron los hechos no alcanzan para una condena. ¿Cómo llega la reparación para quienes denuncian? ¿Cómo opera la palabra dicha y escuchada en ese camino? Por qué es imprescidible sacar de la ejemplaridad a una causa y a una denunciante particular cuando han sido tantas voces las que consiguieron desnaturalizar el abuso sexual.
“Las necesito más que nunca”, “perdí”, fueron dos mensajes consecutivos de Thelma Fardín el sábado, antes de su conferencia de prensa, que sin dudas habrá llegado a la mayor cantidad de feministas posible. Perder, la peor contracara de haber tomado el riesgo de poner el cuerpo para desbaratar una fachada: la del galán de la telenovela familiar que cuando Thelma lo denunció ya había contra denunciado a otras dos actrices, Calu Rivero y Anita Co, por calumnias. Para que quede claro: ellas fueron las primeras en denunciarlo públicamente por acoso sexual y él, acomodado sobre el respaldo que le ofrecía el canal y el negocio de ser galán, las acusó por injurias.
Thelma Fardín perdió en primera instancia un juicio complicado. La causa se presentó en Nicaragua -donde sucedieron los hechos de la denuncia-, podría haber sido juzgado o tal vez extraditado desde Argentina para que tenga que comparecer en Centroamérica. Pero él se fue a Brasil cuando la polvareda que se había levantado después de que Thelma hablara consiguió ensuciar su buen porte. Brasil no extradita a sus ciudadanos y Darthés lo es, pero una causa que había pasado ya por dos países exigía que fuera retomada en territorio brasileño. Así fue. Entre idas y vueltas, pandemia de por medio, el imputado recién fue citado a declarar en 2022, cuatro años después de la denuncia.
¿Perdió Thelma Fardín? El primer impacto puede haberse sentido así, pero tal vez es necesario desplegar un poco más los sentidos de una causa judicial. ¿Ganar es siempre obtener una condena? La voz de Thelma Fardín fue validada, tanto por quienes hicieron lugar a la causa en Nicaragua como por el fallo brasileño que lo absuelve. Mal que le pese a Fernando Burlando, y se nota por los niveles de irritación que manifestó en cada nota que le hicieron -también en que silenció sus amenazas de judicializar a las personas que hablaron de su cliente, por ejemplo-, el abuso se describe como certeza. No quedan dudas de que Thelma, cuando tenía 16, fue sometida a prácticas sexuales que no quería por el galán de 45, el único adulto del elenco que estaba de gira con la obra Patito Feo -una pieza infantil resultado de una tira de tv, también infantil. El juez le hace lugar a la duda sobre el acceso carnal genital -y si tiene una duda es, lo dice el fallo porque en 2009, cuando Thelma le contó a las amigas con angustia lo que había pasado no habló de la penetración genital, sí de las otras prácticas que entonces quedan probadas. Cuando hay duda, ésta opera a favor del acusado. No hay declaración de inocencia, hay absolución sobre un delito que según la tipificación de 2009 sólo puede ser cometido mediante los genitales. ¿Dice el fallo que no la abusó? No. Darthés perdió en su intento de hacer creer a la Justicia y a la sociedad que la adolescente lo había “buscado”. Perdió.
El riesgo que tomó Thelma Fardín cuando hizo a la vez la denuncia penal en Nicaragua y la denuncia pública en Buenos Aires, narrando lo que le había sucedido cuando tenía 16 en un video filmado en un cuarto de hotel -lo que relataba había sucedido en un cuarto de hotel- fue grande. Fue un riesgo que tomó acompañada, habiendo pensado la estrategia legal y mediática -fundamental para no correr, por ejemplo, la misma suerte que las dos denunciantes anteriores-, el año en el que la lucha por el aborto había revolucionado calles, casas, escuelas, plazas, lugares de trabajo y de militancia. Lo que desató la denuncia fue otra marea.
Si desde 2015, después de la primera marcha Ni Una Menos, se habían sucedido denuncias de violencia sexual y de género con campañas como Ya no nos callamos más o Yo te creo, hermana; que lograron también causas colectivas, como la que condenó a Cristian Aldana, ex líder de la banda El otro yo; la voz de Fardín con el respaldo del grupo Actrices Argentinas, les dio legitimidad a muchas otras voces. Hubo denuncias en sindicatos, partidos políticos, programas de televisión, clubes, universidades. El largo etcétera de esta enumeración todavía se despliega. Su punto más áspero fueron los “escraches” en las redes sociales y en las escuelas secundarias. Es polémico leer las consecuencias de esa efervescencia y obliga a pensar y repensar cómo se fue consolidando la idea de que toda negociación -o su falta-, incomodidad, conflicto relacionado con las derivas y experimentaciones sexuales puede ser leído retrospectivamente en clave de abuso. En algún momento se desdibujó el vector poder para calificar un abuso
En el caso de la denuncia de Thelma Fardín las condiciones del abuso son claras. No es un cálculo matemático de edades, que de por sí podrían no alcanzar, es la figura del adulto de 45 responsable, el protector, el galán de la familia, el seductor, el cariñoso con las adolescentes que estaban trabajando lejos de su casa en una gira de hoteles y público fanático interminable. Acá fue Darthés, en otros casos el padre, el abuelo, el entrenador, el profesor, el cura; personas a las que se respeta y se les tiene confianza. Se les cree. Líderes de grupos, familiares o cualquiera de los descriptos, que nadie entre lxs pares quiere ver mancillado. Es una historia común en los abusos contra niñes y adolescentes. Denunciar, y no sólo judicialmente, denunciar frente al grupo, la congregación, la comunidad, la familia, es no sólo enfrentar al poder. Es arriesgarse al exilio de los afectos. Ser la que destruye la casa (del amo) y dejar a muches sin techo. El derrumbe puede arrasarte también.
Belén López Peiró, la autora de ¿Por qué volvías cada verano?, escribió un libro que desde el título clava la pregunta en el punto más débil de las víctimas de abuso sexual intrafamiliar o por parte de personas queridas y respetadas. ¿Por qué no hablaste antes? ¿Acaso haber vuelto a ver a ese tío que te abusó durante largos años no es ser cómplice de ese abuso? ¿Cómo vas a decir eso de tu tío? Desagradecida. O peor. ¿Acaso no te gustaba? La “culpa” de las víctimas, su “falta de valentía” para resistir, el dedo levantado desde afuera se acumula en el cuerpo junto a ese fantasma ominoso de ser la que arruine la familia, el club, el equipo, el elenco… Pero no hay reparación en el pacto (involuntario) de silencio. Hablar se impone. A todo riesgo.
Cuando denunció, Thelma Fardín asumió ese riesgo, ella lo dijo esta semana, tenía un porcentaje ínfimo a favor de “ganar” un juicio, pero “jugó” (así lo mencionó en diálogo con Flor de la V) igual. Ella no iba a ser la que ampare con su silencio al galán. Con su acto, en cambio, Thelma amparó a las otras actrices que estaban siendo juzgadas por la denuncia de este guapo, bonachón, familiero, amante de su mujer y de sus hijos; de todas las instituciones que hacen lucir mejor el saco y la corbata del abogado que lo defiende. Pobre Juan. El cancelado. En horas ya estaba poniéndose a salvo en Brasil, de donde no iba a ser extraditado, como le sugirió Fernando Burlando.
Thelma también fue cancelada, no trabajó más como actriz. Las pocas veces que lo intentó fue vapuleada, acusada de lucrar con su lugar de víctima. Fue cuestionada por sus relaciones, por dar talleres de género, por seguir viviendo y batallando. Nunca escuché a Thelma Fardín pedir una pena ejemplar, aunque su historia haya sido puesta en el lugar de la ejemplaridad. Como si no hubiera habido otros juicios, ganados y perdidos en este mismo terreno, una carga que se suma sobre su cuerpo mientras recorre -porque el trayecto no se termina en esta primera instancia, como se anunció- el camino farragoso de la denuncia penal, los vericuetos jurisdiccionales, el cambio de leyes, las tretas de la Justicia. Sí la escuchamos, cansada después de cuatro años, decir que se había llegado a algo cuando Darthés tuvo que declarar como imputado, aun cuando no contestó preguntas de la fiscalía ni de la querella que representa la abogada Carla Junqueira. Ese alivio, de que más allá del resultado sea el poder público el que acusa y que los denunciados tenga que someterse a escrutinio, lo he escuchado de otras denunciantes. Por algo hay víctimas que reclaman los juicios de la verdad en casos de abuso y esos juicios sólo pueden ser pedidos por quienes denuncian. Porque la palabra opera su propio camino de reparación.
¿Es insuficiente el resultado en primera instancia del juicio contra Juan Darthés? Y sí, porque ya que estaba probado el abuso esto debería tener alguna consecuencia, que no pueda acercarse a la víctima, que tenga que abonar una reparación económica, que asuma los gastos del juicio como mínimo. ¿Es la única forma de reparación conseguir una condena a prisión para el acusado que en el mismo fallo que lo absuelve se da por probado que cometió un abuso? Belén López Peiró escribió otro libro después de ¿Por qué volvías cada verano?, su título es Donde no hago pie y relata ahí el proceso del juicio contra su tío, sus estrategias para sostenerlo, también mediáticas y judiciales, amistosas y de redes con otras feministas; la revictimización, el peso de tener que volver a declarar, de ver al abusador, un comisario querido por los suyos. También la necesidad de salir de ahí, de comer rico, de disfrutar, de darle descanso al cuerpo. El libro no termina con la condena. Tampoco da una clave sobre qué es la reparación, ensaya, pregunta, insiste sobre esa búsqueda. La condena llegó después de que el libro fuera publicado. Había pasado casi una década desde la denuncia. Hubo una prisión en suspenso y una carga económica. “Ya está. Se acabó. C’est fini…” escribió en una columna en el diario El País de España. Lo escribió para volver al lugar donde encontró reparación, la palabra. Y lo hizo también para amparar a quienes atraviesan procesos similares.
No hay un solo camino para la reparación, pero ojalá la palabra validada de Thelma Fardín sea un alivio para ella. Ojalá los laberintos judiciales puedan quedar más en manos de quienes los conocen que en las suyas. Su historia fue una marea, pero es su historia. Tomarla como ejemplo de lo que es o no es justicia es una carga innecesaria porque lo que sí necesita saber es que no es la única, tampoco la primera, ni que aquí se van a terminar las posibilidades de denunciar, de hablar, de buscar el camino que sea para encontrar reparación. Su voz se escuchó también porque hubo otras antes. Y habrá otras después. Tomar esta causa como el principio o el final de la respuesta judicial a una denuncia es hacer la misma operación que se hace en redes sociales con los discursos de odio que apuntan contra Thelma Fardín y pretenden acusarla de haber mentido y con ella a todas, todos y todes les que denuncian. Igual que hicieron con las condenadas por la muerte de Lucio Dupuy. Las feministas también matan, el feminismo mata. Las mujeres mienten, el feminismo es una máquina de cancelar. Ese es el discurso de Fernando Burlando, que no es cualquier abogado. Es uno que le puso un chip a “su mujer” por seguridad, para no “perderla”, si le creemos, frente un posible secuestro. Es el mismo que prometió seguir persiguiendo con la prisión perpetua a quienes ni siquiera habían tocado a Fernando Báez Sosa, para después pasearse con uno de los asesinos de José Luis Cabezas en su extraña campaña como candidato a gobernador por el partido de Javier Milei que no parece haber prosperado.
Las luchas feministas son colectivas. Muchas voces e historias empujaron juntas la posibilidad de desnaturalizar el abuso sexual y también lograron transformar leyes y la escucha de muchos y muchas operadores de justicia. Es nuestra responsabilidad colectiva no depositar sobre una sola historia el triunfo o la derrota, dos términos que son igual de inútiles para la complejidad de lo que implica construir colectivamente ideas de reparación y de Justicia. Igual que es nuestra responsabilidad colectiva oponernos a la crueldad que implica borrar la particularidad de cada historia, cada conflicto, cada demanda de Justicia. Que no siempre igual a condena. Que no puede medirse por el tamaño de la pena.
Fuente: Página 12