Me sentaba en una esquina de la habitación
observaba desde los ventanales
la quietud de las chimeneas que adornaban
los edificios de enfrente
no había más horizonte
que su soledad frente a la mía
La luz llenaba cada uno de los recovecos de la estancia
como si a través de ella
entrase el cariño de los ausentes
Me acompañaba de una mesa ovalada que sostenía
un jarrón blanco donde permanecía en su interior
un ramo de rosas que hice enviar el día de mi cumpleaños
Detrás de la silla permanecía una mesa desgastada
la única herencia que recibí de mis padres
en la que aprendí a leer y a escribir
a darle la vuelta a los cromos
a recortar muñecas
en ella nos reuníamos los tres
cuando la geometría de los recursos era otra
ante la caridad de los vecinos
En mil novecientos veintinueve nos quedamos con lo puesto y esa mesa
a menudo las hormigas nos expulsaban del único lugar
que quedaba en pie después de la debacle
cuando llegué aquí con ella decidí cubrirla con un mantel granate
así evitaría reencontrarme con la memoria de esos días azules
Me sentía minúscula ante la ventana
ante la vida que asomaba al otro lado
aquí me sentía a resguardo de las llamas
de lo triste
Un día me escribí una carta
que explicaba de las carencias de mi vida
del recuerdo por lo lejano
de la estrechez con la que fui sumando años
me corté un mechón de pelo
y la entregué en la oficina de correos
llegó esta mañana
por un momento sentí la emoción adolescente
sabía que era mi carta
y fui a sentarme frente a la ventana a leerla
para que el cielo y la soledad de los extraños fuesen testigos
al celebrar que en mi corazón no todo estaba perdido.