Que el viento sea cómplice y disperse tus lágrimas, que no quede expuesta tu mirada mojada,
que el manantial apague el fuego de la lava y el volcán impiadoso cicatrice su llaga.
Que la espera no cave un hueco profundo, ni retumbe su eco como mil puñaladas, que no anude las tripas, ni socave hasta el hueso, que no haya vacíos que hagan mella en tu almohada.
Que el ocaso se lleve el equívoco dogma, que tu sangre supure la borra acumulada,
que tus labios expulsen los restos de los suyos y la palabra rota que quedó trancada…
Muchacha, no llores, que el viento sea cómplice de tu carcajada.