Opinan Martín Becerra, Pablo Alabarces, Luis Alberto Quevedo y Sergio Olguín
Los especialistas coinciden en el interés que genera el éxito del formato y resaltan el interés del público por las historias, que hoy la TV ya no entrega.
“Si caminás por una calle con casas en las dos veredas y todas tienen las cortinas cerradas menos una, vas a mirar a través de esa ventana. Siempre queremos mirar la vida de otras personas. La gente es curiosa, le interesa lo que otra gente está haciendo”. La frase la dijo hace años Jhon de Mol, el holandés creador de Gran hermano, el formato que hace dos décadas irrumpió masiva y polémicamente en la TV argentina. Veinte años después, y muchísimos cambios sociales en el medio, el reality show regresó a la pantalla chica devolviéndole a la TV abierta audiencias que hacía mucho tiempo no acaparaba y, lo más importante, sumando a nuevas generaciones frente al televisor. ¿Cómo explicar, entonces, el fenómeno detrás de este reality show de encierro en pleno reinado de las plataformas? ¿Qué razones hacen posible que un formato voyeurista y sin sustancia sea el contenido más visto de la TV argentina? Página/12 reunió a especialistas en el ámbito de la cultura popular y los medios para analizar la perdurabilidad de un producto que la mayoría dice denostar pero que tiene los niveles de audiencia más altos del país.
Lo primero que hay que señalar es que la continuidad en el tiempo del reality show no es potestad de la Argentina. En el mundo entero, el formato sigue vigente año tras año. De hecho, se trata de un programa que actualmente tiene emisiones en países tan disimiles como Brasil (donde va por su vigésima tercera temporada ininterrumpida), Australia, Canadá, Finlandia, Israel, Nigeria, Reino Unido, Kosovo, Estados Unidos y Hungría. Incluso, en Chile este año se realizará por primera vez una emisión propia. Su perdurabilidad en culturas tan heterogéneas es un signo de su éxito, que trasciende fronteras y composiciones socioeconómicas. Sin embargo, no es menos cierto que el ruidoso regreso del formato a la TV argentina, en una sociedad que evidenció cambios profundos en términos sociales y tecnológicos, demanda un análisis particular.
“Gran hermano es una especie de oda a la multiplicidad de perfiles que representan cierto sentido común juvenil urbano de clase media en la Argentina, lo que en una pantalla televisiva tan monocorde y previsible para las audiencias, incluso un programa guionado e hiper producido, introduce novedad. Aunque parezca paradójico que lo ‘nuevo’ provenga de un formato tan conocido y consolidado”, analiza Martín Becerra, especialista en medios. En su visión, las razones detrás de las grandes audiencias que conversan alrededor de la edición que Telefe emite a diario tienen que ver con el aspecto diferencial que el programa posee respecto de la generalidad de contenidos actuales ofrecidos.
“Este reality recrea elementos básicos de entretenimiento que son inusuales en la TV de hoy, pero que son parte de la fértil historia del medio: la diversión liviana que permite desconectar de la solemnidad que contamina gran parte de la grilla televisiva, ciertas transgresiones en los comportamientos y en las opiniones, el morbo de observar cómo otras personas, que podrían ser uno mismo y por ello son “representativas” (a la manera de las buenas telenovelas costumbristas), experimentan situaciones que son tal vez deseadas pero percibidas como inaccesibles para la mayoría y que ‘la magia de la tele’ las realiza”, detalla el analista.
Lo viejo, lo nuevo, lo distintivo
La eterna aspiración del público común y corriente de ser parte de los medios, profundizada por la exposición cotidiana de la vida privada-pública que se da a través de las redes sociales, encuentra en GH un formato ideal para canalizar ese interés. Se trata de un programa masivo, que además para las nuevas generaciones irrumpió como algo “nuevo” y diferencial. Al fin de cuentas, es un formato que no se encuentra en las plataformas de streaming, abocadas exclusivamente a las series, películas y a lo sumo a algún que otro concurso de competencia. Pero en ningún caso ofrecen en su catálogo reality shows de encierro, con excepción de Pluto TV, la plataforma gratuita de Paramount que ahora tiene un canal que emite las 24 horas GH. Guste o no, es un formato que no tiene competencia y que puede atraer a toda la familia frente al televisor como en los viejos tiempos.
“Lo que nosotros conocemos como la TV, que es un discurso forjado en el siglo XX y que tuvo muchas actas de defunción y que sin embargo hoy sigue siendo un medio poderoso, justamente se afianza en el broadcasting. Es decir: se afianza mucho cuando hay algo que compete a todo el mundo”, analiza Luis Alberto Quevedo, sociólogo e investigador de Cultura y Comunicación de Flacso Argentina. “Un ejemplo clásico es el Mundial de Fútbol, donde la TV es central. Otro momento de broadcasting son los días de elecciones. GH logró otra vez ser el fenómeno de la TV, reunir a grandes públicos y teñir a toda la pantalla. ¿Por qué tantos públicos van hacia GH? En mi parecer, el principal motivo es que se cuentan historias que atraen a diferentes públicos. Y creo que este grupo que entró a la casa y está protagonizado esa experiencia desarrolló historias, algunas personales y otras que surgieron en la misma casa, que resultaron atractivas para ciertos públicos”.El reality tiene atmósfera de
Quevedo, quien formó parte de la primera edición de Gran Hermano en el país como analista de “El debate”, considera que es imposible reflexionar sobre los altos niveles de audiencia que cosecha la actual temporada sin tener en cuenta el contexto comunicacional de la pantalla chica argentina. Como toda producción cultural, GH debe ser leído en su época, a partir de los cambios socioculturales que evidenció la sociedad argentina desde su irrupción hace dos décadas y de la actualidad del medio en el que se emite. También ahí se pueden encontrar motivos para explicar un éxito a prueba de feriados, partidos de fútbol y plataformas online.
“Quienes trabajan en la TV repite que ellos no educan y que no están para formar ciudadanos, sino que tienen dos funciones: la de entretener e informar -desarrolla Quevedo-. Ahora, ¿qué pasa cuando la TV tiene un declive en ciclos de entretenimiento, no produce grandes audiencias y hay géneros que entraron en decadencia como los formatos de Tinelli? ¿Y qué ocurre cuando además tiene un sesgo en la información, donde en un sentido toda la TV se ha vuelto política, los noticieros tienen una marca política clara y entonces las audiencias desconfían? Si siempre se desconfió de la TV, ahora se desconfía mucho más de la información televisiva, que ha perdido bastante el carácter pretendidamente neutro y todo se transformó en un editorial permanente. En ese contexto de decepción por partida doble, aparece un programa de puro entretenimiento, que cuenta historias, que vuelve atractivo la entrega por capítulos y que compite con una TV muy pobre en su capacidad de atraer públicos”.
Claro que también hay aspectos exógenos a la industria televisiva que pudieron haber ayudado a la atracción masiva que provoca Gran Hermano. En esa búsqueda, Becerra señala que la actual temporada del icónico formato contiene un elemento coyuntural y novedoso que no tuvo ninguna anterior y que pudo haber contribuido a que las audiencias resignifiquen positivamente su vinculo con el ciclo: la pandemia. “La cualidad representacional del casting es combinada en GH con el ingrediente del aislamiento de los participantes, que le da su característica atmósfera de ‘laboratorio de conductas’ y que inevitablemente evoca la etapa del confinamiento obligatorio durante la pandemia”, subraya el especialista.
El arte de las historias
Pablo Alabarces, doctor en filosofía y especialista en cultura popular, considera que analizar el fenómeno Gran hermano es necesario, más allá de las opiniones subjetivas sobre el interés que puede despertar el programa. Un ciclo que genera tanta atracción social no puede desconocerse, porque evidentemente algo genera en las audiencias. “Que todavía siguiera existiendo GH ya me llamaba la atención, pero que además fuera con tamaño éxito me hizo repensar el programa anclado en la cultura de hoy. El programa captura a un adolescente que la última vez que se emitió GH no lo había visto. Algo está sucediendo, y creo que los que pensamos la cultura y los medios no podemos dejarlo pasar”, advierte.
“A mí no me gustan esos programas, no me gustan los realities”, aclara, en términos personales. “Me parecen que son falaces, que venden una pretendida no ficción cuando en realidad son pura ficción. Todo está guionado, y el casting está pensado para producir ciertos efectos y conductas. Nada que nadie no sepa. Incluso, los mismos espectadores saben que es así y sin embargo uno comprueba de la eficacia descomunal del formato”, reconoce el investigador. En su opinión, la eficacia de un formato de estas características descansa en dos aspectos. “Una eficacia tiene que ver con que GH reedita con otras herramientas el encanto de las historias, de lo que antes eran las telenovelas, y que no se ha desplazado del todo hacia las series. Por otro lado, también atrae esa suerte de ficción no ficcional en la cual los personajes son gente como uno, cualquiera de nosotros podría estar en ese lugar y debería desarrollar estrategias para la audiencia como lo hacen hoy Natalia o Alfa, por poner dos extremos: una chica joven poco convencional y un señor mayor poco convencional”, desarrolla.
La “ficción no ficcional” que propone GH, entonces, puede haber “ocupado” el vacío de ficciones existente en la TV argentina: hay un público ávido de escuchar, ver e involucrarse con las historias. “El Gran Hermano -escribió en este diario hace unas semanas Sergio Olguín– rescata de las telenovelas algo que no siempre ha sabido hacer la literatura o el cine de las últimas décadas: construir personajes perfectamente definidos, héroes o villanos, víctimas o verdugos, apasionados o indiferentes, queribles u odiables. Y lo que es mejor: parte del público piensa que tal participante es un encanto mientras otros están seguros de lo contrario. Es mucho más rica la discusión sobre el comportamiento de los participantes del Gran Hermano que esos falsos debates políticos que ofrece la televisión y que no convencen a nadie. En cambio, los debates del Gran Hermano pueden persuadir al espectador de que Fulanito es un demonio. ¿Manipulan al espectador? Sí, como lo intenta la mayoría los programas televisivos.”
Resulta paradójico que un reality show venga a ocupar el lugar que históricamente ocuparon las telenovelas en la pantalla chica argentina, hoy proclive casi exclusivamente a la actualidad y el panelismo, o a los ciclos de juegos. “No creo que el consumo de GH pueda ser leído como una vía de escape”, aclara Quevedo. “Todos los públicos, nosotros, necesitamos un menú de medios que tenga distintos colores, matices, intereses. Si ese menú esta solo teñido por la parroquia a la cual voy yo, que reafirman lo que yo pienso de la política y la sociedad, y no tengo diversidad, me empobrezco. Creo que los públicos quieren otras cosas. Sobre todo, no han renunciado y demandan buenas historias. GH puede no tener muy buenas historias, porque no están escritas por ninguna pluma por algún guionista importante, pero sí tiene muchas que interesan, que son bastantes humanas, cotidianas, sencillas, donde hay identificación con personajes que despiertan amores, pasiones y odios”.
Producto televisivo que despierta el morbo y las pasiones, que puede seguirse en forma salteada y sin continuidad, que les permite a las audiencias juzgar con total desprejuicio a los participantes, GH -coinciden los especialistas consultados- no envejeció mal en la era de las redes sociales. Más bien, todo lo contrario: los nuevos medios y el viejo formato se retroalimentan, estimulando las interacciones. “La producción del programa para ser aprovechado en conversaciones multiplataforma, y la dosificación de segmentos pensados para su reproducción y su viralización en distintas redes sociodigitales, de modo tal que nutran conversaciones paralelas con lógicas diferenciadas, son atributos distintivos del GH hoy”, puntualiza Becerra. “GH es un fenómeno del siglo XX tomando las transformaciones del siglo XXI. La vieja TV de aire capturando las audiencias de masa transversalmente, sin distinciones de género, edades y clases”, subraya Alabarces.
“John de Mol pensó el formato para entretener, generar polémica y teñir a buena parte de los programas de TV, incluso en noticieros. Las redes sociales ahora potenciaron todo eso bajo la forma de noticia, chimento, odio, desprecio, de repulsión de ciertos personajes y adoración de otros. Es decir: todos los ingredientes que De Mol pensó a la hora de desarrollar el formato”, aporta Quevedo. La nueva relación de GH con las redes sociales terminaron de darle volumen cotidiano y conversación permanente al ciclo de encierro de “gente común”.
Esencia pura de la TV comercial, experimento sociológico llevado al extremo, producto narcotizante de las ideas, entretenimiento perfecto en tiempos de imagen, Gran hermano sigue despertando pasiones, polémicas y reflexiones a dos décadas de su llegada a la Argentina. Pasan los años y el Big Brother sigue ahí: los ojos televisivos de una sociedad cada vez más vigilada.
Fuente: Página 12