No solamente por el doble facto de que soy amante confeso de la banda británica Pink Floyd y además Licenciado en Psicología he realizado este ensayo en búsqueda del vinculo entre ambos universos. No, el simple y masivo hecho constituido de un “significante Pink Floyd” asociado con múltiples conceptos de la ciencia que estudia el psiquismo y que circula desde hace décadas por la sociedad hace sencilla la elaboración de este intento.
Pink Floyd sería una figura para observar de dos modos; la estrictamente vinculada con la música, con la banda de rock que supo ser, y esto es; un grupo humano con diversas, enigmáticas y carismáticas individualidades que lo constituyeron, quienes a través de diversas épocas crearon obras tan únicas como irrepetibles e indispensables en el imaginario de la cultura popular. Y por otro lado todo aquello que trasciende la mera figura de un conjunto musical y se instala en el imaginario e inconsciente colectivo: letras que se salen de una estructura musical y devienen en herramienta de análisis y evaluación de distintas variables de la sociedad. Versos que aparecen como certeras maneras de explicar fenómenos, situaciones tan cotidianas como inevitables: la vida, la muerte, el dinero, tiempo, amor (en pocas dosis tratándose de la obra floydiana) la guerra, la sociedad y sus vicios, la música y sus caretas y, casi como un eje transversal a lo largo de toda la obra independientemente de sus ocasionales lideres: la locura, aquello que la psicología observa, estudia, confronta, vuelve a observar, estudiar y confrontar. Es allí donde iniciaré la asociación Pink Floyd-Psicología. No hay entre los integrantes de Floyd psicólogo o psiquiatra alguno pero el trágico destino de su fundador Roger Keith “Syd” Barrett obligó a sus co-equipers a adentrarse en los confines de la locura. Encima cuenta la historia que Barrett era un pibe súper amable, cool y buena onda, pero el alto consumo de acido y el peso de la incipiente fama hicieron estragos en su cabeza a punto de, luego de bizarras y disruptivas conductas dentro y fuera del escenario, ser expulsado de Pink Floyd, banda para la que, a ese momento, componía el 80% del material y hasta el nombre le había puesto en honor a los bluseros Pink Anderson y Floyd Council. A partir de allí ese despido será, a su vez, la eterna causa de tributo de hasta incluso su reemplazante: David Gilmour, quien junto con los demás; Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason producirán sus caóticos dos discos solistas y lo homenajearán en docenas de canciones y hasta un álbum conceptual entero ( “Wish you Were here” de 1975”). Nunca un despido, la consecuente culpa, intento de redención-disculpas y el transversal homenaje al “héroe caído” (o terminado de empujar al precipicio) fueron tan exitosos y rendidores en la historia de la música. El mismo Sigmund Freud debería haberle dado unos retoques o ,al menos unos pies de pagina, a esta historia emocional de locura-alienación asistida por amigos y posterior culpa y melancolía millonariamente redituable. Aquella locura y despido de “Syd” ocurrió a comienzos de 1968 y hasta el año pasado (2024) Gilmour, Waters y Mason seguían rindiéndole homenajes en cada uno de sus recitales solistas.
No sería descabellado que ese brote de locura literal de ese inicio (la banda tenía apenas un año de antigüedad al enloquecer Barrett) marcara el pulso (vaya termino tratándose de Floyd) de toda su obra posterior. Es la locura y la alienación un tema constante que, ocasionadas por variables cotidianas como el dinero (“Money”, “Welcome to the Machine” o “Have a Cigar”), el irreversible paso del tiempo y su consecuente “pase de factura” (“Time”, “What shall we do”, “High Hopes”), la guerra (“Corporal Clegg”, gran parte de los discos “The Wall” y “The Final Cut”) y demás tópicas hacen siempre presente a la locura. Pink Floyd crea, lucra y deslumbra con la locura. Hay una locura sin filtros, como un “Ello” a flor de piel en la poética de Barrett, con galaxias lejanas o en la descripción de una bicicleta o seres mitológicos tan inocentes como psicodélicos. Luego la locura adquiere un tono más diagnóstico con las letras de Waters, se trata de una especie de DSM-V de locuras diagnosticadas ante variables asociadas por el Doctor Waters (ipso facto en los shows de “The Wall” en 1980 y 1981 el mismo Waters aparecerá en escena durante la apoteótica presentación del himno “Comfortably Numb” vestido con chaquetilla de facultativo). Waters en su lirica concibe al mundo moderno como un auténtico generador de locura. Se trata de un mundo que por derecha o izquierda desquiciará hasta al más cuerdo. En “Dark side of the Moon” (“El lado oscuro de la luna” de 1973) la idea de una humanidad acuciada por básicamente todo lo que hace al status quo o el establishment social genera alienación mental. Luego en el disco que sigue (“Wish you Were here” de 1975) además de “desear que este aquí” Syd Barrett, narran como es su locura en “Shine on you crazy diamond” y como te puedes transformar en un potencial “Syd” mediante las imposiciones de la industria musical (“Welcome to the Machine” y “Have a Cigar”). No es un extraño detalle menor que en la mismísima grabación de ese disco un desconocido y corroído Syd Barrett se le aparece a los Floyd y estos no saben que decir o hacer ante la locura en primera persona. Por ello el “deseo que estuviera allí” es poco más que discutible y habla de aquello que un viejo amigo clamaba cada tanto: “Una cosa es escribirla, otra vivirla”.
Y el gentil David Gilmour, al marcharse del liderazgo Roger Waters, también hablará de locura. Acompañado usualmente por su mujer, la escritora Polly Samson, brindara letras donde hay una locura tan amable, melancólica, bucólica como el mismo Gilmour y su maravillosa Stratocaster negra: seres alienados de melancolía por una vida otrora feliz que no volverá, la vejez como un punto más de alejamiento del yo mismo que un estadio de paz y, más que nada tratándose de los dotes musicales de Gilmour; una música cargadísima de tristeza, redención y depresión. Canciones como “Sorrow”, “On the Turning away”, “High Hopes”, “Poles Apart” o “Louder Than Words” son solo algunos de los ejemplos de esta locura ya sin necesidad de chaleco de fuerza pero sí de antidepresivos varios.
Autor: Lic. Rodolfo M. Zamora Damonte