Al final los molesto a todos con mi bombo. ¡No sé para qué lo traigo! ¡Si ni siquiera lo sé tocar! Ustedes vienen de trabajar, preocupados con sus cosas. Seguro que están cansados, quieren volver a sus casas lo más rápido posible. Y yo acá, lo más cómodo, sentado, ocupando dos lugares en el vagón del tren.
Yo le digo que se corra:
–¡Correte, che! ¡¡Corre-e-te! –pero él no se corre, no me hace caso.
Tengo ochenta años y me da vergüenza contarles lo que les voy a contar.
Pero nunca tuve una novia.
Se ve que a las mujeres no les gustan los hombres de mi edad, y mi canción desafinada.
Que de tanto cantarla solo, se volvió bolero. Un bolero triste y pegajoso. Monótono.
Se ve que ya no les gustan los boleros a las mujeres de mi edad.
–¿Qué opinan, mis amigos? ¡A las más jóvenes, quizás sí! Pensar que de chico me seguían las gurisas y yo me les escapaba. Y ahora que estoy grande ya no me quieren, porque soy viejo, porque no tengo plata.
Porque a las mujeres les gusta presumir.
–Ja, ja, ja… ¡Me entienden, no!
(Nadie le contestaba, ni siquiera le hablaba a alguien en particular. Tenía la mirada fija en la ventana de enfrente, porque la palabra Talleres de la Estación de Escalada era la única imagen que se movía entre tanta apatía. Y él necesitaba que un pedazo de vida se moviera en ese instante)
-¿Saben qué?
Mi amor no es impotente. Se vino viejo de tanto amar… sin suerte, sin saber a quién.
¡Tengo hambre!
Y no tengo plata para comer. Por eso pido.
Lo único que tengo es este bombo, que no se corre.
Y mi canción cada vez más desafinada.
Al final, con los años estoy peor…
¡Me entienden, no!
(De pronto, se paró y volvió a decir…)
-¡Tengo hambre!
¡Tengo hambre!
¿Pero qué estás diciendo, Evaristo?
¡Escuchate!
¡Escuchate!
Si estás hablando como si fueras un hombre.
Y yo no soy un hombre.
Soy un pájaro.
Un pájaro que silba.
Un pájaro que silba en los vagones del tren.
Un pájaro que silba en los vagones del tren,
esperando,
que una ruiseñora le ofrezca
“la manzana partida
de su loco corazón”.