Me agarro de la realidad como buscando el dial de una radio que se me escapa. Mi hijo nunca canta en voz alta, no tararea, sólo raspa una púa imaginaria contra su pantalón. Es de noche cuando me llaman de la clínica. En el formulario de la psiquiatra donde dice “estado civil”, mi mamá pone: viuda. Mi papá está vivo.