La última vanguardia: Guy Debord y la Internacional Situacionista. Por Jorge Hardmeier

La última vanguardia: Guy Debord y la Internacional Situacionista. Por Jorge Hardmeier

La hora de sentar cabeza no llegará jamás
(Guy Debord)

Universidad de Estrasburgo, otoño de 1966. Cinco estudiantes aburridos de las clases, de sus profesores y descontentos con los grupos políticos de izquierda se presentaron a elecciones para el sindicato de estudiantes. Propuesta: arruinarlo. Para sorpresa del grupo, ganaron esas elecciones. Se contactaron, entonces, con la Internacional Situacionista (IS): tenemos poder, les dijeron, y algo de dinero, queremos destruirlo. Organizaron el escándalo invirtiendo los fondos en una obra titulada “El regreso de la Columna Durruti” y en la publicación del texto “Sobre la miseria en el medio estudiantil”. Polémicas. Caos. Revuelta. Los tribunales entraron en juego y clausuraron el sindicato de estudiantes. Al año siguiente se editaron, en Francia, trescientos mil ejemplares de “Sobre la miseria en el medio estudiantil”. En todas las universidades del país se crearon grupos seguidores del ejemplo Estrasburgo: pedían instrucciones a la IS. La orden era sólo una: actúen autónomamente. Pintadas en las paredes, interrupción de clases, críticas a los planes de estudio, a la universidad y a la idea misma de universidad. Barricadas, luchas callejeras: Mayo del 68’. El propio presidente De Gaulle pensó en dimitir. Finalmente no lo hizo y concedió una reforma educativa y aumentos salariales. Pero, ¿quiénes eran esos fanáticos de la IS liderados por un tal Guy Debord?

La historia comenzó en 1948: Isidore Isou organizó el grupo letrista. En el Festival de Cannes de 1952, el grupo interrumpió todas las conferencias hasta lograr que se exhibiera una película de Isou. Este hecho indujo a un joven Guy Debord a unirse al grupo. En abril de ese año estrenó su propia película: “Aullidos en favor Sade”: no contenía imágenes. La pantalla permanecía en negro cuando la banda sonora quedaba en silencio y tornaba al blanco cuando se escuchaba el diálogo de cinco personas, entre ellas Isou y Debord. En un momento de ese diálogo se escuchaba la voz de Debord: el arte del futuro será el derrocamiento de las situaciones o no será. Sobre dicha frase girará toda su vida y su pensamiento. El público estaba desconcertado: protestas, insultos, aullidos (para Sade). Luego de este hecho, Debord fundó una tendencia dentro del movimiento de Isou: La
Internacional Letrista. Otro acontecimiento fue el desencadenante para la ruptura definitiva: la llegada a París de Charles Chaplin. Debord y sus compañeros realizaron una suerte de escrache a la estrella, a la que tildaban de chantajista emocional. Repartieron un panfleto: “No más pies planos”, en el cual se leían frases del siguiente tenor: Rezamos para que tu última película sea realmente la última.

En 1957, ocho hombres y mujeres se reunieron en Cosio d’ Arroscia, Italia y fundaron la Internacional Situacionista, última vanguardia del siglo XX. Ese mismo año, Guy Debord, líder del grupo, nacido en París en 1931 y cuyos personajes más respetados eran el dadaísta Arthur Cravan y Lautréamont, editó un libro: “Mémoires”: no lo escribió. Tomó cincuenta páginas y esparció sobre ellas fotografías, anuncios, recortes de periódicos, planos de edificios, etc. Su amigo, el pintor Asger Jorn, llenó el resultado con manchas, trazos, salpicaduras. Luego, lo encuadernaron con papel de lija. El libro, al ser analizado, es una historia de la Internacional Letrista y fija los orígenes de la IS. La aventura situacionista fue la búsqueda para encontrar una sola fórmula: la que destruyese al mundo. Es hermoso haber contribuido a llevar al mundo a la bancarrota, ¿qué otro éxito merecíamos? Practicaban el terrorismo intelectual: Donde había fuego, nosotros llevábamos la gasolina, diría Debord años después. Tenemos que multiplicar los sujetos y los objetos poéticos y con los objetos poéticos debemos organizar juegos entre los sujetos poéticos. Este es todo nuestro programa que es esencialmente transitorio, escribió Debord en el documento fundacional del grupo. La IS como grupo revolucionario constituía una desembocadura donde convergían el surrealismo, el dadaísmo, Saint Just, los herejes medievales, Lautréamont, el joven Marx y Arthur Cravan. Sostenían: que toda ideología es alienante, transformadora de subjetividad en objetividad; que se debía recobrar el lenguaje de la autodestructora poesía moderna pero no para escribir sino para vivir; que la poesía no está al servicio de la revolución (tal como sostenían los surrealistas) sino la revolución al servicio de la poesía; que la exigencia de cambiar el mundo es absoluta o no es; que sólo estaban interesados en la libertad entendida como licencia absoluta: las consecuencias podían ser el robo o el asesinato pero también, por qué no, la posibilidad de descubrir qué es lo que realmente se desea hacer; que el mundo debe ser novedad permanente: los miembros de la IS utilizaban dos medios para ello: la dérive (vagar sin rumbo por la ciudad en busca de signos de atracción o de rechazo) y el détournement (extraer artefactos estéticos de su contexto y reutilizarlos en una creación propia, transformándolos en otra cosa o en, tal vez, su opuesto); que todo lo que conformaba la vida, en la sociedad moderna, era escenificado como un permanente espectáculo.

¿Espectáculo? En noviembre de 1967 se publicó en París el libro fundamental de Guy Debord: “La sociedad del espectáculo”. El libro continúa siendo un texto secreto, lo cual resulta sospechosamente significativo, pues es un libro premonitorio sobre la sociedad actual y la describe con una crudeza única. Quizás, uno de los motivos por los cuales el libro de Debord adquiera el carácter de maldito, sea el detalle de que los miembros de los ghettos de intelectuales, que señalan qué es lo que debe ser leído, participan – sin dejar de criticar, por supuesto, al mercado y sus adyacencias desde columnas en las revistas dominicales de los grandes periódicos deformadores de la opinión pública – de los múltiples beneficios de la sociedad espectacular, beneficios que Debord, inclaudicablemente, criticaba y rechazaba: becas, financiamientos de fundaciones y monopolios, protecciones académicas, subsidios estatales. Se sabe: ser coherente entre la teoría y la práctica no es tarea sencilla. Es sabido que esta sociedad firma una especie de paz con sus enemigos más declarados cuando les ofrece un sitio en su espectáculo. Pero yo soy justamente en estos tiempos el único que posee cierta celebridad clandestina y mala y que no se ha dejado persuadir de aparecer en ese escenario de la renuncia.

¿Qué es el espectáculo?

En el espectáculo nada parece real hasta que aparece en él, aún cuando en el momento de su aparición pierda cualquier grado de realidad. Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación. Esa es su victoria. La que padecemos. El espectáculo no es una serie de imágenes, sino una relación entre personas mediatizada por las imágenes. El espectáculo no es tan sólo la publicidad o la TV – ese es su rostro exasperado -: es un mundo, una totalidad. El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. Dice solamente que lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece.

En el espectáculo los hombres son sometidos en la medida que la economía política los ha sometido totalmente. Convierte a todos, tanto al trabajador transformado en consumidor como al burgués que ya lo era, en proletarios. El humanismo de la mercancía: ésta se convierte en humana y el ser humano se transforma en mercancía. Allí está la grieta, sugiere Debord: cuando casi todos son proletarios casi todos son revolucionarios en potencia.

En el espectáculo la economía ha llegado a su fase de degradación final de la vida: la fase inicial produjo una degradación del ser en tener; actualmente la degradación se desliza del tener al parecer. Todo lo nuevo se convierte en viejo tan pronto como es representado y es reemplazado por algo más falsamente nuevo: tanto Stalin como la mercancía que pasa de moda son denunciados por los mismos que la impusieron. Cada nueva mentira de la publicidad es también la confesión de su mentira precedente.

En el espectáculo hay un discurso ininterrumpido y único: el del orden actual sobre sí mismo. Todos los bienes (automóvil, TV, hoy podríamos agregar: celulares, Internet) son medios para generar el aislamiento de los hombres. Creemos estar comunicados y cada vez estamos más solos. La charla en el café ha sido reemplazada por el chat. La separación ha sido consumada.

La sociedad espectacular, señalaba Debord en ese 1967, no es tan sólo la del mundo capitalista. El nacimiento definitivo del orden actual se dio en el momento en que el capitalismo occidental luchó por el viejo mundo y en que el bolchevismo triunfó en Rusia: la representación obrera se opuso radicalmente a su clase. Partido bolchevique: partido de los propietarios del proletariado, burócratas que impusieron un nuevo tipo de dominación. Una clase dominante sustituta en la economía mercantil.

Vivimos en la época del triunfo total del espectáculo: es el triunfo de la ideología total, despotismo del fragmento que se impone como verdad. Global. Debord fue premonitorio. Espectáculo: versión exasperada de todo sistema ideológico: empobrecimiento y negación de la vida real. La apariencia ha sido definitivamente organizada.

Son unos pobres asalariados que se creen propietarios, unos ignorantes engañados
que se creen instruidos, unos muertos que creen votar.

Luego de los sucesos de Mayo del 68, la Internacional Situacionista comenzó a desintegrarse paulatinamente. En 1972, Guy Debord decidió disolver el grupo en forma definitiva para destruir la mercancía revolucionaria en que se habían convertido. Los fans de la IS, dijo, jamás responderían la pregunta más importante: ¿qué color metálico habrían elegido para la portada del número 13 de “IS”? Guy Debord comenzó un proceso de autoexilio del mundo. Editó algunos otros libros y filmó un par de películas en esos años, hasta salirse de esta época a la que amaba y por lo tanto atacaba en forma virulenta, mediante el único recurso posible, aparte de la locura: el suicidio. Fue en 1994 y la noticia, en la sociedad del espectáculo, pasó prácticamente desapercibida.

Bibliografía:
La sociedad del espectáculo, Guy Debord, Biblioteca de la mirada, La Marca, 1995.
Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici, Guy Debord, Anagrama, 2001
In girum imus nocte et consumimur igni, Guy Debord, Anagrama, 2000. Rastros de carmín, Greil Marcus, Anagrama, 1993.

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