“Chorra”, “corrupta”, “hay que echar del país a estos zurdos hijos de mil putas”; “el cáncer es CFK”; “esas pistolas que no matan hay que usarlas con los hijos de la Vidal y los hijos/parientes de la Bullrich”; “Carrió es una señora enferma, sucia”. Ver o leer este tipo de mensajes en las redes sociales nos lleva, inevitablemente, a preguntarnos: ¿qué nos pasó a los argentinos? “Yegua”, “planeros”, “vamos por vos”, entre otras tantas, ya no son expresiones sueltas, sino forman parte de una herramienta política y contribuyen a la narrativa de periodistas militantes generando un clima social que acaba desembocando en episodios de violencia, sociedades divididas y ataques genocidas. Pareciera que se acepta el odio como argumento fundamental en un nicho adecuado, como son las redes, para que se propaguen estos mensajes. Por tanto, algo debe hacerse para menguar esta actividad digital que se vuelve cada día más preocupante y lamentable.
Claro, no solo sucede en Argentina. La organización inglesa Demos estableció que alrededor de 200 mil tuits utilizan palabras ofensivas en contra de las mujeres. La UNESCO también ha informado sobre el auge de discursos intolerantes en Internet contra diferentes minorías. Discursos extremistas y antiderechos también los encontramos en las redes digitales de EEUU, Brasil, España, Francia, entre otros.
Transitamos un ciclo histórico de resurgimiento de algunas ideas y valores que hasta no hace mucho creíamos haber superado. ¿No les parece raro que hayamos vuelto a caer en debates que habían sido resueltos? Un ejemplo, el debate en redes sociales sobre comunismo. En serio, ¿alguien cree, honestamente, que en Argentina quiere imponerse el comunismo? Es decir, aparecen discursos simplistas que su único objetivo es cancelar la discusión, acusando a los otros de chorros, zurdos, idiotas, berretas.
Las consignas y discursos de odio son aceptados y replicados. Muchas veces no solo se hacen a través de frases o palabras, sino también a través de “juegos de odio” en los que se elige un objetivo; se postea nombre y foto con el hashtag #MuerteA; se aclara que los objetivos más populares serán eliminados después de determinada
hora del día; y que, finalmente, el juego se resetea a la medianoche.
¿POR QUÉ ES NECESARIO HABLAR DE ODIO EN LAS REDES
SOCIALES?
Varios dirigentes políticos y mediáticos empezaron a cuestionar los discursos de odio. El presidente Fernández afirmó hace un tiempo que quiere terminar con los odiadores seriales; el exjefe de gabinete, Santiago Cafiero, llamó oportunamente a desarmar estos discursos.
Consecuentemente, se produjeron revuelos entre reconocidos periodistas como Eduardo Feinmann que publicó en su cuenta de Twitter: “Pensar distinto es odio para @SantiagoCafiero. Son fanáticos del pensamiento único”. El funcionario se refería a poner límites a mensajes como: “Fase 1, fusilar políticos; Fase 2, fusilar sindicalistas; Fase 3, Argentina despega”. Este año, y ante el plenario de la Cepal, Fernández insistió en repensar los modos de comunicar e informar sin afectar la vigencia de los derechos individuales, el derecho a la información o los principios que fundamentan la libertad de expresión.
Obviamente, la libertad de expresión y de opinión deben resguardarse. No es posible censura alguna sobre estas libertades. El problema se genera cuando, en nombre de la libertad de expresión, se difunden mentiras o mensajes violentos. Una cosa es tener opiniones diferentes o miradas del mundo distintas, debiéndose garantizar que todos, absolutamente todos, puedan expresarse; pero algo muy diferente es la opinión de odio. El límite a la libertad de expresión comienza cuando se propaga el odio, cuando la dignidad de otra persona es violentada. Nadie puede decir que se trata de un deseo comunista ni de zurdos, sino del derecho a expresarse con obligaciones, deberes y responsabilidad.
ENTONCES, ¿QUÉ HACEMOS?
Educar. Sabiendo que las expresiones de odio son un conjunto de palabras que acosan, segregan, discriminan, limitan el ejercicio de derechos y generan así un clima intolerante cargado de prejuicios que consolidan la discriminación contra ciertas personas o grupos.
Son ataques motivados por temas raciales, de género, de religión, de nacionalidad, de ideología, de postura política o color de piel, y muchas cosas más. Los que odian siempre tienen cualquier motivo y padecen una borrachera mental que se apoya en prejuicios y datos infundados. Los odiadores seriales ensayan explicaciones sencillas en las redes que clausuran la disputa política, diciendo –por ejemplo– “todo es culpa de los negros”; “las feministas son todas unas sucias”; “son garcas”; “son todos kk”.
Se debe advertir sobre el peligro de usar estos discursos como herramienta política, porque son fácilmente reconocibles y aceptados por quienes se identifican con ellos. A tal punto que logran construir una comunidad. Una comunidad horrible, pero comunidad al fin.
Entonces, es responsabilidad de la política dar el primer paso coordinando acciones para enfrentar discursos de odio motorizados por algoritmos que generan adicción digital. Será difícil, pero se los debe erradicar cuestionándolos vengan de donde vengan. Si en Argentina unos se vinculan con otros a través de la descalificación y el odio, es probable que ese otro también recurra a la misma herramienta. Por qué, ¿no? Para esto, se debe tener una mirada más amplia que exceda las normas legales. A las normas legales nadie las lee. Es necesario forjarnos en la educación a partir de la construcción de una sociedad basada en la diversidad, el pluralismo y el disenso. Es un enorme desafío. Nadie puede insultar, desear la muerte y pretender que esto
no tenga ninguna consecuencia. Se puede decir lo que uno piensa sin incitar y sin negar derechos a nadie.
La pandemia puso a prueba una nueva forma de comunicación a través de las redes sociales. Estos medios pueden presentar cierta permeabilidad a discursos que afectan nuestra sensibilidad. Hay informes que permiten identificar si una red social es un espacio amigable o no; y/o si sus proveedores filtran o no los mensajes de odio.
No es posible que 200 mil tuits diarios se emitan desde una sola cuenta/usuario con mensajes agresivos o se utilicen otras tantas para juegos de odio, jaqueo de sitio o estafas. Tampoco son posible aquellas que utilizan Instagram para preparar un acto terrorista o hacer bombas caseras.
Es preciso regular la temperatura en las redes, porque aquello que se extrema con la palabra después termina radicalizándose en las calles.
En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/
Gregorio Andersen es comunicador social de la Universidad de Belgrano y docente de la Universidad Nacional de Río Negro