La Defense. Por Ana María Figueira

La Defense. Por Ana María Figueira

La ciudad es extremadamente gris. Con idénticos rascacielos, de largas uñas, que se alzan hieráticos atravesando las nubes. Un arco vidriado, gigantesco, soberbio y poderoso preside
el vasto escenario.

Las calles se entrecruzan asépticas, solitarias, surcando la inmensidad de acero y cristal. 

Algunos ventanales espejados se miran insensibles en sus propios reflejos. Están esperando.

Justo a las seis, hombres y mujeres extremadamente grises comienzan a derramarse por
las puertas de salida.

Los grupos recorren las calles en silencio, ateridos.

Caminan cabizbajos, apurados, contemplando el pavimento.

Van en igual sentido: hacia el metro. Esa boca urgente, de labios luminosos, que los va tragando con voracidad, para lanzarlos luego a la paleta de mil colores que pinta la vieja ciudad de París.

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