Siempre vemos las consecuencias de la violencia cuando esta es física o incluso letal, pero antes de llegar a este punto hubo una acumulación paulatina, constante y sistemática de agresiones verbales, insultos, humillaciones y aislamiento para la víctima, estos actos son conocidos como “violencias sutiles”, no porque sean menos peligrosos, sino porque son más difíciles de detectar.
Las mujeres históricamente hemos sufrido este tipo de acoso, tanto en la esfera familiar como en la laboral, en un estudio realizado por el Instituto de las Mujeres en el estado de San Luis Potosí en 2012, se evidencia tanto la vulnerabilidad como el daño que sufren estas mujeres frente a sus parejas, estos ataques constantes y cada vez más intensos dejan una secuela psicológica permanente. Estas son algunas características: baja autoestima, se culpa de las agresiones, se siente fracasada como mujer, esposa y madre (lo que hace insostenible sus sentimientos de culpa), temor, aislamiento y miedo al estigma del divorcio.
Este estudio revela que “este tipo de maltrato puede ser aún más incapacitante que el físico, si es continuo puede provocar desequilibrio emocional” y también aporta una cifra estremecedora: 1 de cada 7 mujeres es violada durante su matrimonio por su marido.
El documento “Violencia sutil y violencia invisible: Psicosociología de la impunidad”, realizado por Rafael González Fernández, profesor de psicología social de la Universidad Complutense refiere que existen “víctimas invisibles”, es decir, todos aquellos que no alcanzarán los titulares de los periódicos ni el acceso a la justicia, esas víctimas cotidianas y ocultas de la violencia sutil, “una violencia que transcurre casi siempre en los ámbitos domésticos de la familia y los entornos cuasi privados de los centros de trabajo”
Esta problemática fue detectada en 1979 por la ONU, el primer organismo en registrar la violencia contra las mujeres y reconocer que la violencia en el entorno familiar es el crimen encubierto más frecuente en el mundo.
González Fernández explica en su estudio que “es en el seno de la familia donde este tipo de violencias se agudizan y hacen crónicos sus perfiles más dañinos, con efectos demoledores, por su casi siempre absoluta, rotunda, permanente invisibilidad, y –debido a ello- por las mayores dificultades de las víctimas para poder pedir y encontrar ayuda”. La familia es un ecosistema y Jorge Barudy lo ha estudiado así desde 1984 y ha descrito los escenarios posibles donde se gestan estas violencias: “Existe un primer grupo compuesto por los abusadores y maltratadores, un segundo grupo, conformado por las víctimas y un tercer grupo, constituido por los terceros, los otros, los instigadores, los ideólogos, los cómplices, pero también los pasivos, los indiferentes, los que no quieren saber o los que sabiendo no hacen nada para oponerse a estas situaciones y/o tratar de contribuir a crear las condiciones para un cambio”.
Así pues este estudio explica que: el maltrato familiar suele sustentarse en una ideología grupal o sistema de creencias que permite al maltratador justificar, como algo legítimo y “necesario”, el abuso y la violencia ejercida sobre la “víctima”.
Excepto cuando se alcanzan los límites del maltrato explícito visible, la violencia sutil se considera un “problema privado” o doméstico, lo que significa que cuando es descubierta, es demasiado tarde, el daño es irreversible. A decir de Noemí Díaz Marroquín, profesora de la Facultad de psicología de la UNAM “La violencia psicológica es muy sutil, no deja marcas en el cuerpo, pero deja consecuencias en la salud mental y física de las personas que, incluso, puede llevarlas al suicidio”
En México contamos con la “Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia” que da un marco jurídico para combatir la violencia del entorno, y aunque es un medio de protección legal aún falta un largo camino por recorrer en este sentido, pues en una sociedad tan violenta como la nuestra que normaliza el maltrato hacia las mujeres y donde la primera violencia es al lado de la pareja y la segunda es la comunitaria (aquella que sucede en espacios comunes como la calle o el transporte público), no parece ser una prioridad la detección de las “violencias sutiles”