Ayer, caminé sobre tus huellas. Y sentí que mis piernas se convertían en raíces para poder llegar a vos, para poder abrazarte. Para que cual savia, subieran hasta mi corazón los latidos de tu propio corazón.
Hombre, hermano, peregrino, no sé tu nombre. Pero tenías uno; y tenías ojos, manos, hambre, frío, dolor. Y también tenías voz y un día la alzaste hasta aullar por tus derechos.
Tus derechos
humanos…
Ignorados, pisoteados.
Mientras caminaba sobre tus huellas, mis ojos se perdieron en la maravillosa explosión de la naturaleza. Y mis ojos, fueron por unos instantes tus propios ojos mirando por última vez los cerros nevados mientras éstos te abrazaban como en blanco cortejo.
Traté de imaginar cuáles podrían haber sido tus últimos pensamientos mientras tus manos cansadas y sangrantes cavaban la fosa…
La misma fosa donde terminaste junto a tus hermanos luego de que cruel y cobardemente te arrebataran la vida. Sólo por pretender un poco de dignidad para tu maltratada existencia.
Ayer caminé sobre tus huellas una vez más.
Y lo hice para pedirte perdón.
Yo antes no sabía. Pero hoy sí.
Y hoy te prometo que nada ni nadie callará mi voz.
Prometo que mi voz se elevará tan fuerte que la Memoria no podrá ser silenciada, que la Verdad tendrá que imponerse sin más tardanzas y que la Justicia dejará de ser sólo una palabra. Ayer, caminé lentamente sobre tus huellas y el viento comenzó a soplar suave, muy suave y en él creí escuchar tu voz que me decía: “No estés triste. Si no me olvidas, muy pronto podré descansar definitivamente en paz”.