Vivo en un país donde los gatos pasean entre ruinas.
Donde nada ha cambiado por siglos y siglos, donde las vidrieras no reflejan los hierros oxidados, ni las columnas dóricas emergen de la desesperanza.
Aquí, algún desconocido, alimenta un gato sin nombre, en una calle cualquiera y lanza monedas a una mujer que se arrastra prendida a una lata… oxidada también.
Donde un esclavo sueña que es Apolo volando en un yet, y una Dafne corre tras un Apolo, no al revés.
Mientras otro gato vive en las meteoras, rezando entre oropeles. Tan alto allí, que no puede ver a la niña de manos pequeñas cosechando copos de algodón.
Esa niña tan igual, tan semejante al desposeído que nació allá, allá lejos, en un lugar de Belén.