¿Por qué los nuggets de pollo, las salchichas, las hamburguesas, las milanesas, los fideos y las galletitas “de paquete” son los alimentos más elegidos por los comensales en este siglo XXI? ¿Porque son ricos? ¿Por qué son prácticos para cocinar? o ¿Por qué el mercado nos convenció de eso?
Los recuerdos sensoriales de la infancia de muchos hombres y mujeres de más de 30 años son los aromas de las comidas del hogar, la imagen que perdura de la abuela cocinando con “esa” mirada de amor y sus sabores inolvidables.
Preparaciones como pastel de papa o calabaza, pucheros, estofados, guiso de lentejas, zapallitos rellenos, pan de carne, soufflé de verduras, tortillas o masitas caseras van quedando rezagadas del menú semanal. Contrariamente gana terreno aquello que ¿es más rápido de cocinar? ¿Es más barato? ¿Nos gusta más? Alimentos procesados y ultra procesados parecen venir ganando la batalla.
Pero en cuanto al valor nutritivo de estas nuevas preparaciones en relación a lo elaborado podemos decir que es abismal la diferencia. No sólo por el exceso de sodio que las caracteriza, sino por la falta de variedad. Variedad de colores, sabores y, sobre todo, de nutrientes.
En las comidas elaboradas conviven diferentes vegetales y texturas. Los vegetales son fuente de vitaminas y minerales, micronutrientes esenciales para la vida y la salud.
Parece que cada día corremos detrás del reloj para llegar y cumplir con tantas ocupaciones que no queda espacio de tiempo para la cocina. O no nos lo hacemos… O no buscamos recetas sencillas y saludables. O no pedimos ayuda para lograr una mejor organización culinaria y nutrición.
Invertir tiempo y dinero en la comida es sinónimo de salud a largo plazo. Y es sinónimo de amor hacia uno mismo y hacia los demás cuando la mesa es compartida.
La comida por supuesto es la nafta que necesita nuestra máquina para andar, pero también implica algo más, que no se puede explicar tan sencillamente.
Juliana Labat es licenciada en nutrición UBA.