Escritor y dramaturgo.
¿Cuántos años tenés Hugo? ¿Sos muy joven…? ¿ Dónde naciste?
Tengo 35 años, y sí, creo que la edad está en la mente.. Nací y me crie en Florencio Varela.
¿Quién es Hugo Frankestein y quién es cuentistaborder?
¡Muy buena pregunta! Hugo Frankenstein es la persona que tiene sus vivencias, cuentistaborder es quien las escribe.
¿Desde cuándo escribís?
Desde los 9 años de edad imitando a mis escritores favoritos del momento, en ese entonces leía mucho a Ray Bradbury.
¿Te dedicás a la dramaturgia?
Actualmente estoy craneando lo que será mi próxima obra de teatro para el 2025. No puedo adelantar mucho, pero voy a decir que se vienen cositas.
¿Tenés proyectado editar algún libro?
Si Dios quiere este año voy a editar mi primera antología de cuentos. Lo vengo cocinando hace 6 años, así que será brutal.
¿Dónde te pueden seguir o contactar?
Pueden seguirme en Instagram, mi usuario es @cuentistaborder. Ahí van a encontrar todo mi material hasta la fecha.
TU ESCRITURA HUELE A MUERTE
Tu escritura huele a muerte, me dijo. Me tiró mi manuscrito al piso y me cerró la puerta en la cara. Yo me agaché para recogerlo cuando vi que mis lágrimas de llanto caían gotita a gotita en la portada de mi manuscrito. Lo dejé tirado en el suelo, me di vuelta y me fui corriendo.
No hay peor cosa que te rechacen. Pueden insultarte, esquivarte, golpearte, escupirte, pero el rechazo te genera algo que te rompe por dentro. Vi sus ojos de malicia cuando me lo dijo. De malicia y de alegría. Él estuvo esperando el momento de decírmelo: tu escritura huele a muerte. Sus palabras fueron balas que penetraron profundo. Si yo tuviera un alma, ésta ya estaría en coma. Duele. Mucho. Y el dolor no se va. Un año entero tecleando sin parar. Huyendo de mis amigos. De mis novias. De mis novios. De mi familia. Recluido en mi apestosa habitación, con mi inspiración alimentada por el sueño de ser publicado. Hace un año él me dijo “ey, pibe, tenés pasta, mandame algo bueno y te lo publico”. Luego esa mirada de maldad gustosa, como si fuera un niño de seis años cometiendo una travesura. La inocencia infantil de querer hacerme daño para divertirse. Tu escritura huele a muerte. La sonrisa siniestra. El dejar caer mi manuscrito al suelo. Mi año entero de trabajo. Mis sueños haciéndose pedazos. Mi vida a la deriva. El manuscrito en el suelo. La sonrisa siniestra. El portazo definitivo. Mis lágrimas en la portada del manuscrito. Por último mis pasos alejándose casi a las corridas, dejando abandonado en la vereda aquel montón de hojas abrochadas que representaban una esperanza. Ahora no existe nada. Estoy sentado frente a la ventana. Estoy en la misma posición hace días. No tengo ganas de bañarme, comer ni mucho menos salir de acá. Veo por la ventana los autos que transitan de un lado a otro por la avenida. Veo el barrendero que limpia la calle. Las personas que caminan y charlan. Veo un tipo que corre con su mano levantada a ver si alcanza al colectivo, pero éste se niega a abrirle la puerta y lo deja abandonado en la vereda, veo la cara de fastidio de aquel hombre, veo el rechazo. Rechazo: sentimiento que te fragmenta el ser. En mi mente se despierta un pensamiento extraño. ¿Qué hice durante todo el año? ¿Sobre qué escribí? Me levanté de mi silla y caminé hasta la computadora. La encendí. Busqué entre mis escritos y no encontré aquel archivo que imprimí. Busco en mi celular la página de aquella editorial importante donde quise editarme, ahí está el nombre de aquel editor. Sé que nos vimos hace un año, sé que me dijo que veía algo bueno en mí, también recuerdo que me dijo que le llevara algún escrito jugoso, pero ¿dónde fue exactamente? ¿Cuándo sucedió todo esto? ¿Realmente sucedió? ¿Qué hice con mi vida en todos estos años? ¿Quién soy? ¿Cómo me llamo? ¿Realmente existo? Apagué la computadora y corrí al baño para mirarme al espejo: vi mi barba, mi pelo enmarañado, mis ojeras, mi palidez. Me toqué la cara, mientras trato de reconocer algún rasgo familiar. Salí del baño y caminé de nuevo a la silla junto a la ventana. Me senté y miré el mundo exterior. Las personas yendo y viniendo. Los autos. El barrendero. El tipo que espera en la parada de colectivo. Pienso. Pienso muchísimo. No sé quién soy, no recuerdo absolutamente nada de mi pasado. Lo único que sé es que escribí durante todo un año un manuscrito con la esperanza de ser publicado en una editorial importante y que cuando fui a la cita con el editor, éste me tiró mi trabajo al suelo y me dijo que mi escritura huele a muerte. El rechazo, luego la depresión y las ganas de matarme. De mi corazón brota una idea poderosa. La analizo por un momento. La angustia se convierte en rabia porque entiendo lo que me está sucediendo: resulta que soy un personaje de un cuento. Mi escritor quiere plasmar alguna idea extraña sobre lo que padecen algunos escritores con sueños de publicarse. Mi escritor quiere que me quite la vida. Abrí la ventana y grité a viva voz “¡No te voy a dar el gusto, hijo de puta!”. El barrendero me miró asustado, el hombre en la parada de colectivo también. Cerré la ventana y me volví a sentar y acá pienso quedarme para siempre. No siento ganas de comer ni tomar líquido. No me duele el cuerpo. Tampoco tengo sueño. Acá estoy sentado. Sin hacer nada. Respiro. Siento mi corazón latiendo. No haré absolutamente nada. Acá sigo sentado. No pienso moverme. Si soy el personaje de un cuento, pienso ser el peor de todos. Esto se llama rebeldía. La verdadera rebeldía literaria. Suena el timbre de mi casa y salto del asiento. ¿Quién será? No conozco a ninguna persona en el planeta. No tengo amigos, familia ni conocidos. No quiero atender. Vuelvo a sentarme. El timbre vuelve a sonar. No pienso levantarme a atender. El timbre suena. Esa persona es insistente. Vuelve a sonar. Parece importante. Me levanto del asiento. Camino hasta la puerta. Pongo mi mano en el picaporte. Espero. El timbre vuelve a sonar. Abro la puerta. Del otro lado veo a un hombre que tiene en sus manos mi manuscrito que dejé tirado en la puerta de aquella editorial. Veo las gotas de mis lágrimas en la portada. Veo el rostro de ese hombre y no lo reconozco.
-Me llamo, Hugo-me dijo-. Estoy escribiendo tu vida, pero me quedé sin inspiración. Rescaté tu manuscrito de la calle y decidí traértelo porque no escribiré por un tiempo. Espero que encuentres un sentido a tu vida y ojalá algún día me perdones por todo esto.
Agarré el manuscrito. Hugo me abrazó y luego se fue. Cerré la puerta. Vi la portada del manuscrito. Vi las manchas de mis lágrimas. Leí el título. El texto se llama CARNE. Comencé a leerlo. Me pareció horrible. Esta escritura huele a muerte. Tiré el texto a la basura. Me senté frente a la ventana de nuevo y lo vi a Hugo esperando el colectivo con aquel hombre. Vi el ciento once frenar delante de ellos, luego el colectivo arrancó y ellos ya no estaban más. Me levanté de mi silla. Abrí la computadora y comencé a teclear: me llamo Hugo y soy un escritor frustrado. Me tomé el ciento once rumbo a alguna parte. Hace un momento le dejé el manuscrito a un personaje que inventé para un cuento. Lo hice por compasión. Sentí lástima porque lo inventé para algo, pero ahora resulta que me quedé sin inspiración. Todo esto no es nada comparado al problema que estoy sufriendo y que se agrava cada día más. Resulta que tengo hemorroides. Y mi ano se inflama todos los días. Duele y sangra sin parar. No hay analgésicos que me calmen. Se inflama tanto y tan rápidamente que ahora parece una pelota de tenis a punto de estallar. Tengo una bomba en mi culo. No hay peor cosa que sufrir hemorroides. Si sigo así tendré que operarme o quizás, en el peor de los casos, quitarme la vida.