Ponía un sol en su ventana mientras las nubes cubrían el cielo, cobijaba sus miedos con cuentos envueltos de sueños, escribía historias con anécdotas robadas a la almohada, llenaba de caricias rincones dañados y, con esa flor que le regalaba en la pantalla, armó un huracán del que no se podía huir.
Y cuando ya nada más podía suceder, se extinguió el ciclón, y todo volvió a la calma.
Desapareció el sol en los días nublados, los cuentos, las historias inconclusas y hasta las flores dejaron de llegar y, quizás ese huracán, que solo podría tener nombre de persona, en algún lugar volverá a formarse con otros protagonistas y otras historias y otros lugares.