Vos, remà, José, total son tus brazos los sometidos. ¿Y si fueran tus piernas, que’? Ya no sirven, José, ya no son la promesa de la isla. Ahora te resumís entre el agua marrón y la garúa finita, que rebota entre los químicos. Y volvés a capitular entre el olor a mierda del riachuelo; y entonces, las baratijas de tus brazos guían los botes, que separan la Boca de la Isla Maciel. Y ahí va la gente, José. Hoy tenés suerte, el primer viaje es solo de tanos, que van a los mercados de capital para abastecer sus proveedurías y hablan como tanos, y no se les entiende nada. Entonces de refilón observas la Isla y seguís con la mirada esa sucesión de chaperíos y clavas tu mirada en la mugre de la orilla, y esta da olor y el olor llama a la garúa y la garúa a las gotozas, y las gotazas al barro y el barro a los residuos y los residuos al agua estancada; y todo ese devenir, te decís, por la puta suerte, porque la pelota no entró.
Y es así, José, vos remà, hacelos cruzar el riachuelo por unas chirolas. Y ahora que estás en la orilla, levantà la vista. ¿Lo ves? El puente Nicolás Avellaneda está ahí, te va a cagar el negocio, pero vos seguí, José. Ya tenés lleno el bote, entonces, cuando estés a mitad de camino y la niebla repentina se entremezcle con el silencio, vos recordarás el día glorioso del ascenso de San Telmo, cuando la gente cantaba tu nombre y las minas se abrían de piernas… “Y es acá, José, sí, José, acabame acá”, te decían y pensaban que tu semilla era el origen de la fortuna. Y pensar que todo ese mambo terminó en dos años, cuando descendió San Telmo y te lesionaste, José. Y tus potenciales semillas nacieron José, y a veces los llevás en el bote, y el silencio de la mutua indiferencia es relajador. Y en el fondo, saber que vos no sos el padre de esos críos, que el padre de esos críos fue una supuesta promesa del balompié es liberador. Todo eso es relajador, y respirás hondo ese puro olor a mierda, y la neblina que te envuelve y te lleva al pasado.
Y luego chocàs con el muelle, y la gente baja y entonces el bote se vuelve a llenar y tus brazos inútiles vuelven a remar, y la niebla en la jeta, un pretérito campo de fútbol y la gambeta presente, que dejaba de garpe a los rivales; y de repente se erigió el arco, y tus piernas como indefinidas oscilaciones; y al instante, ¡paf!, madera contra madera, y el muelle de nuevo; y la gente baja y te putea, entonces los mandas a la mismísima mierda.
Un viento agresivo te silva en el oído…, pero vos, seguís gambeteando… y el arquero abre los brazos …, y la tribuna canta tu nombre …, y las mujeres acarician su vientre…, y el agua con olor a mierda te salpica; y el muelle, ahí, y la gente baja, y de repente la isla para ellos. Entonces sube una pareja; y los remos empiezan a zigzaguear, pero tu pensamiento no está, porque como cantaba el polaco: “Tu vida es el ayer que te detiene en el pasado”. Y de pasado hablamos en aquel partido contra Huracán cuando tenías que definir. El arquero era un manojo de miedos. Y, vos, reconócelo, canchereaste, tiraste una rabona, que fue a parar a la tribuna. Y la hinchada se acordó de tu mamá, y te acordaste de los ravioles de los domingos; y la hinchada a grito pelado: “La puta que te parió”, entonces, vos, te cebaste y buscaste la redención.
Y detrás de la niebla solo está el muelle y ese camino angosto de maderas putrefactas, que guían a la pareja; y entonces tiràs los remos y empujàs el bote, y la gente del muelle te putea, consecuentemente aflora en vos “que te recontra”. Y la niebla te humedece el pelo. El bote sin rumbo amaga para el puente, pero también para la ribera. Y tus ojos enormes se clavan en el cielo; y los astros cantan tu nombre, pero luego de la rabona te putearon; y quisiste ser más ,y fue al soberano pedo, y eso te calentó y fuiste contra el delantero de Huracán; y este se chivó, y cuando tus piernas volvieron a ser aclamadas, y tu nombre nuevamente vitoreado; el delantero del globo te pegó una zurda en los meniscos que te dejó, como ahora, en medio de un camino a la deriva, mirando el cielo plomizo y rodeado de voces y de supuestos hijos y supuestos admiradores. Sí, fue esa zurda en los meniscos que te resumió a lo que sos hoy: un etcétera navegante. Un etcétera que mira el cielo y busca un susurro que todavía lo recuerde.