A Juan José Saer
Al terminar el poema, en vez de sentirme torpe y débil ante el verbo,
me sentí colmado, expandido, saciado de plenitud y agobio.
Como si hubiera hecho el amor con el lenguaje y la escritura.
Como si debiera esperar días precisos para releer,
seguir corrigiendo y no abandonarlo nunca.
Todo es extraño aquí.
Lo cierto fue ayer.
El porvenir siempre es podría.
Disculpen, pero nadie me dicta.
Son estrépitos, mordiscos,
guadañas, cactus.
Al cruzarse los sentidos
se formula otro.
Encuentro una rareza inesperada, una fogata, un presagio, una osadía.
Las frases asoman frente al aguijón de la soledad.
Veo unos pescadores con lanzas marrones.
Veo diábolos rondando en un puente.
Prostíbulos rojos al borde de una ruta.
Después, me doy cuenta que se pusieron amarillas
las hojas del cuaderno.
La vida será un libro viejo, páginas que se harán invisibles.
Cualquier fábula lúcida resulta real.
Adieu, mes chers amis.
Ahora fugo, como un alguacil
en la víspera de alguna revelación.