Aquel fue un año especial. Entre otras cosas por la vuelta de la democracia y el regreso de Perón a la Argentina. Pero no fue eso lo único. Huracán, por ejemplo, obtendría su primer Torneo Metropolitano de la mano de Cesar Luis Menotti.
Además, en una pensión de la calle Miravé, casi esquina Velez Sarsfield, en el
barrrio de Barracas… “laala, la la lalaala la la lalaala lala lala….” desde la vieja radio de madera oscura, grandes perillas cromadas y tela marrón sobre el parlante, la sirena de una ambulancia acompaña la melodía con su toque desolador, mientras Domenico Modugno entona “…sabes que la distancia es como el viento…”
A un costado de la pequeña mesa, misma en la que cocina, come, lee, pinta sus uñas o plancha, encorvada sobre ella, Antonia repasa una tras otro, camisas y pantalones que mañana sus clientes lucirán impecables, con cuellos almidonados y rayas perfectamente
marcadas, y los amontona sobre los asientos de las dos únicas y desvencijadas sillas que,
junto a una crujiente cama de dos plazas, un placard de pino apolillado y una vieja heladera Siam, integran el frugal mobiliario de esta pieza de tres por dos noventa, paredes encaladas y pisos de mosaicos, que es su vivienda desde hace mas de cinco años.
Ruedan dos lagrimas por sus mejillas al oír la canción. Recuerda la casa de la infancia allá, en Saldungaray; sus padres, el campo. Le duelen, aún, la soledad y el desgarro que le produjo la muerte de su esposo, siete años atrás y su huida a la gran ciudad buscando el olvido.
Mientras esto sucede adelante, en lo que fuera la sala de la vieja casona, ahora partida en dos pequeñas piezas cuya única fortuna son los sendos ventanales a la calle, con balcón francés y postigones, que Antonia tiene siempre cerrados para no perder intimidad,
en el primer piso, al fondo… “laala, la la lalaala la la lalaala lala lala….” desde la vieja radio de madera, con algunas perillas faltantes y tela raida sobre el parlante, la sirena de una ambulancia acompaña la melodía con su toque desolador mientras Domenico Modugno entona “…sabes que la distancia es como el viento…”
A un costado de la pequeña mesa, misma en la que cocina, come, lee y arregla algún
artefacto eléctrico, encorvado sobre ella, Antonio rebusca de entre cuatro o cinco latas
grasosas, tornillos, tuercas o alambres con los que arreglar una agujereadora u otra
herramienta que sus clientes usarán despues en sus trabajos, amontonándolas, mientras
tanto, en los asientos de las dos únicas y desvencijadas sillas que, junto a una crujiente
cama de una plaza y un placard de pino apolillado, la puerta sin una bisagra y un cajón
faltante, integran el escueto mobiliario de esta pieza de tres por dos noventa, paredes
encaladas y pisos de mosaicos que es su vivienda desde hace seis meses
Ruedan dos lagrimas por sus mejillas al oír esta canción. Recuerda la casa de la infancia allá en Bahia Blanca; sus padres, el campo. Le duele la soledad, el desgarro por el abandono de su esposa, siete años atrás; su huida a la gran ciudad buscando el olvido.
-¿Me dejaría un lugarcito en la soga?, preguntó el muchacho aquel día con mucho
respeto, a poco de llegar, sin conocer las costumbres de la casa cuando, al subir a la terraza, encuentra el soguerío repleto y a la muchacha colgando ropas desde un gran fuentón plástico.
-No. Esta soga no es de la pensión. Esta la compre yo, para colgar todo lo que lavo.
Por eso la saco y la coloco otra vez, solo cuando la necesito ¿Entiende?, contestó la chica
con dureza.
-E-es solo una camisa y un calzoncillo.
-¡Cómprese usted también una soguita!, terminó de colgar sin dejarle sitio y se fue.
Mientras que los conventillos los habitan familias, las pensiones son para hombres
y mujeres solos que duran poco tiempo en ellos. Antonio empieza, poco a poco a conocer
las costumbres del lugar.
-¿Qué es eso del candadazo? Pregunta un día refiriéndose al candado colocado en la
puerta de la pieza del que no paga a tiempo el alquiler, que deja a este afuera y sin sus
pertenencias hasta que se pone al día.
-¿Tendría una papa de mas? Después compro y se la devuelvo.-consulta una noche
en que, como ha trabajado hasta tarde, no alcanzó a pasar por la verdulería.
-No. Pero…,¿te crees que soy tu hada madrina, pánfilo?-Después de años de vivir sola, la chica está mas que entrenada para evitar que la usen.
-¡Dale che, que yo también tengo que bañarme! Antonia a los gritos contra Antonio
que se demora un poco de mas en uno de los baños. El uso de los tres baños para las quince piezas es siempre un punto de conflicto, así como las seis hornallas, no hay horno, en el horario de la comida.
-Antonia, ¿me podes guardar esto hasta mañana en tu heladera?
-Esperá. Me fijo a ver si me queda lugar, porque José también me encajó una fuente.
Al final, yo pago más caro el alquiler para tener esta heladera y me la usa medio mundo.
-¡Ufa, che! Yo nunca te pido nada, que joder.
-¡Si, si, tomátelas.!¡Y limpiá bien tu pieza que está llena de cucarachas y se pasan a la mía!
-¡A ver, todos! ¡Inspección policial! Apenas termina el encargado de avisar, cuando una decena de policías fuertemente armados irrumpe atropelladamente por los pasillos y entra en cada una de las piezas, los baños, la cocina, la habitación del encargado y también en el cuartito que guarda los elementos de limpieza buscando…¿armas, libros prohibidos, panfletos subversivos?. Bueno…todo eso. Cuando ya habían pasado por su pieza y luego de pedir autorización, Antonia sale con una pila de ropa recién planchada para repartir.
Subiendo la escalera, ve en el pasillo del primer piso a Antonio con la cara descompuesta y un pequeño paquete en sus manos, mirando preocupado a uno y a otro lado por donde entra y sale la policía de una a otra pieza. Al acercársele el muchacho, Antonia puede ver, por una rotura del paquete, un impreso con una Pe y dos fusiles cruzados abajo formando una ve corta. . No dudó. Sabía que si lo encontraban con eso su futuro sería, al menos, complicado. Lo miró a los ojos.
Con una seña muda le hizo poner el paquete entre la ropa que trasportaba y se metió en una de las habitaciones por donde ya había pasado la requisa, confiando en poder descargar el paquete de impresos. Un vozarrón la detuvo.
-¿A dónde va? ¡Venga para acá!
-Estoy repartiendo la ropa que terminé de lavar y planchar, oficial. Como ya pasaron
por mi pieza, el responsable de abajo me autorizo a traerla.
-¡Que responsable ni ocho cuartos! Vuélvase a su pieza y se queda ahí hasta que nos
vayamos, ¿entendió? A ver, Rodriguez. Ayúdele con ese montón de ropa a la señora. Que
le debe pesar bastante ¿no?
Antonio, que mira de lejos la acción, comienza a traspirar. Antonia, con una frialdad
increíble, pone en brazos del agente la pila con los impresos convenientemente ocultos, da
media vuelta y comienza a bajar la escalera.
Hora y media después, luego de que se fuera el comando policial de la pensión, el
muchacho golpea a la puerta de la chica. Ella aún tiembla cuando le abre.
-Pasá, le dice.- Ya que arriesgué mi tranquilidad por esto, me vas a contar de que se
trata.
Fue la primera vez en años de vivir en pensiones, que un hombre estuvo a solas con
ella en su cuarto. El mate fue testigo de todo lo que hablaron. Hablaron de la dictadura.
Hablaron de la gente sin trabajo. Hablaron de los mártires de Trelew. Hablaron…
hablaron…
Antonio la invitó a una manifestación. Allí estuvieron juntos repartiendo volantes, cantando contra los militares, denunciando la entrega del país que ellos mismos habían ayudado a nacer y ahora vendían, corriendo cuando comenzó la represión. Después fueron a otra y más tarde a otra y a otra más. Estuvieron juntos también en la Plaza de Mayo cuando asumió Hector Campora su presidencia. Creció entre ellos el respeto mutuo por la entrega y la decencia moral de ambos. Y poco después, algo especial comenzó a brillar en sus ojos, a latir en sus corazones.
-Pasado mañana regresa Perón al país. Vamos al puente doce a recibirlo-se decidió
en una reunión del grupo que los contaba a ambos en sus filas.
-Pasado mañana no, porque vamos a terminar muy cansados. Pero al día siguiente
quiero que vayamos al cine, vos y yo, le dijo Antonio al oído.
-¿Qué, es una cita?-contesto ella con una amplia sonrisa
-Si.
El 20 de Junio amaneció como un día normal. Pero no lo era.
-¡Mirá, mirá la cantidad de gente que va para allá!¡Nunca vi tanta gente reunida para
ver a un político!-se maravillaba la muchacha
-¡Perón, Perón, que grande sos…! La marcha peronista se cantaba de un grupo a
otro, de un colectivo a otro, en las estaciones de trenes, en los subtes, en todas partes.
-Es que…¿sabés?- contaba el muchacho,-¡hoy recuperamos la esperanza de tener un
país mejor! Fijate en la sonrisa de la gente. ¡Son dieciocho años esperando!,¿entendés?
¡Cuanto lloró mi vieja por la muerte de Eva! Y la bronca cuando lo echaron, los cientos de
muertos en la Plaza de Mayo .
Enormes multitudes llegadas de todas partes se dirigían a escuchar al líder a Puente 12.
Se hablaba de cientos de miles, de un millón, de varios millones. Los que salieron más
temprano, para ocupar lugares, se fueron acomodando. Los demás, quedaron atrás. De
pronto, disparos. Todo un sector de la enorme manifestación se echó cuerpo a tierra. Del
palco salían disparos. De los arboles les contestaban. En las ambulancias de Bienestar
Social eran trasportados grupos paramilitares armados que también disparaban. Caos.
Muerte.
-¡Ay!-grito Antonio alcanzado por una bala en su cabeza un segundo antes de tirarse
al suelo. Cayo inerte en brazos de Antonia, bañando con su sangre la blusa blanca con
bordados que la muchacha estrenara este dia .
-¡Nooo!.gritó ella abrazándolo y besándolo.-¡Noooo!…
No fueron ellos los únicos para los que la esperanza quedo trunca ese día.