¿Qué manos? ¿Con qué barro? ¿En qué fuego?
Ideales hechos raíz
con la sangre de todos los perdidos.
En la olla inmensa
parece que no hay guiso para todos.
Por momentos la democracia
es solo horizonte,
se sirve allá lejos.
Unos, amasados con la indiferencia
y un no te metás
en los genes,
echan culpa a los políticos.
Que otros vayan a la calle,
se ensucien.
Otros, tentados por las roscas,
arruinan las palabras,
no se sabe que nombran,
solidaridad que no solidariza,
progreso que no progresa.
Alguien es llevado a la rastra,
en una camioneta sin patente,
patadas sin nombre,
la calle espera.
Tantos ojos que no saben que miran,
un revólver apunta a la cara,
la calle espera.
Alguien llora de hambre,
casas y bosques ardiendo,
una comunidad arrasada,
cosas que no salen en la tele,
la calle espera.
Un nene y su mamá,
sentados a la puerta del supermercado,
esperan
dejar de ser invisibles.
Mientras tanto
abajo,
día a día,
chiquito,
alguien
da de comer,
enseña,
cura,
parte el pan
y la poesía.
A medio naufragar en La Medusa,
otras soñando la Utopía,
empezamos a despertar.
No esperemos más,
no abandonemos,
que en el silencio
y en la soledad
se crean los monstruos
volvamos a mirarnos a los ojos
a abrazarnos;
si caminamos juntos
llegamos,
el banquete de la democracia está servido para todos.