El actor, productor, guionista y realizador Charles Spencer Chaplin nació en un suburbio pobre de la Inglaterra victoriana en 1889 y murió en su mansión de Suiza en 1977. En el medio de estas fechas se desarrolló la obra de uno de los más grandes creadores de la historia del cine: debutó a los cinco años, suplantando a su madre en un music hall, cuando esta se quedó sin voz. El destino, luego de su prometedor debut, se desplomó sobre él con el peso de un piano: se agudizó una enfermedad mental en su madre y debieron internarla en un hospicio, su padre ya los había abandonado hacía años. El cómico y sus hermanos fueron llevados a una institución para pobres, donde pasaron años y años sin navidades, creciendo en esos pabellones oscuros.
Salió de la Institución y empezó a trabajar de lustrabotas, luego vendedor de diarios, mandadero y soplador de vidrios; hasta que, por una ecuación perfecta del destino, fue contratado por la compañía Frohman para hacer papeles pequeños. Luego de pasear su talento inútilmente por escenarios, fue contratado por Fred Karma, con quién recorrió varios países de Europa.
En una gira llegó a Estados Unidos y las bisagras del destino volvieron chirriar para él: estaba naciendo la industria del cine y su talento le abrió todas las puertas. Siendo más específico: en 1914 debutó en la película Carreras sofocantes su personaje Charlot. Luego del debut le siguió una producción frenética: decenas y decenas de películas al año. Más también: empezó a escribir los guiones, luego a dirigir y terminó también musicalizando todas sus películas. Fue más lejos todavía: en 1919 fundó, junto con Douglas Farbanks, David Wark Griffith y Mary Pichford, la United Artists, con el fin de ser el único responsable de sus producciones. Gracias a esta independencia el realizador pudo hacer películas con su sello artístico.
El cómico fue creciendo y empezó a florecer su compromiso político: en Tiempos Modernos denunció el maquinismo y la explotación de los trabajadores; graficó como nadie la desesperada lucha por el pan en medio de la depresión económica.
Hitler conquistaba Europa y Carles le dedicó una película: El gran dictador se estrenó en 1940, cuando los nazis ganaban la Guerra, en ella se ridiculizaba al dictador y todo su caníbal sistema de valores. Era humor, era sátira, hasta el discurso final: mirando a la cámara da uno de los discursos más conmovedores de la historia y arroja luz en un mundo ensombrecido.
Terminaba la Segunda Guerra Mundial y empezaba otra contienda: la ideológica, la de los vencedores; La Guerra Fría. Charles quedaba atrapado en la nebulosa de este evanescente conflicto: su apoyo explícito a líderes comunista, su permanente critica al sistema capitalista, lo arrojaban al ring. El macartismo husmeo en su desordenada vida personal y encontró el camino
para llevarlo al banquillo de los acusados: su afición a casarse con adolescentes, sus matrimonios truncos y una delgada y manoseada línea de legalidad entre ambas. En conclusión: lo acusaron de trata de mujeres, de no reconocer a sus hijos, de pederasta, entre otras cosas. Una campaña feroz de prensa se abalanzó sobre el cómico y realizador más importante del cine mudo.
Charles respondió presentando pruebas sobre su inocencia y realizando películas con una marcada crítica social; entre ellas, Monsieur Verdoux, en 1947, donde, a través del humor negro, echa luz sobre los valores del consumismo capitalista.
El país que lo hizo famoso y rico, ya no lo quería en su territorio. Hay varias cosas que jamás le perdonaron: su crítica constante a los valores norteamericanos, que nunca se nacionalizó y su inclinación a ideas socialistas.
Charles Chaplin siempre lo negó. Afirmaba: “No soy comunista, soy un humanista amante de la libertad” No importaron sus declaraciones: cuando viajaba a Europa a promocionar su película “Candilejas”, le comunicaron que ya no podía regresar a Estados Unidos.
Se instaló en Suiza, filmó algunas películas más: Un rey en Nueva York, La condesa de Hong Kong y escribió su autobiografía. Siguió criticando las injusticias y recibiendo galardones por su obra. En 1972 volvió a EE. UU. Para recibir un Oscar Honorífico; luego del estruendoso aplauso del recinto, volvió a Suiza y esperó la muerte, que le llegó en la navidad de 1977. Otro chiste del destino: odiaba la navidad, le hacía recordar la miseria de su infancia y los años sombríos del reformatorio.
Podemos decir que al filmar también se acordaba de su infancia: charlot no es más que ese niño arrancado de los brazos de su madre y obligado a vivir entre la mísera y el abandono. Es ese
chico que con dulzura y alegría nos enseñó a ver el lado luminoso de la vida