Pocas mujeres son tan fotogénicas como ella. Celeste Cid (San Cristóbal, 1984) integra ese grupo de personas que cuando posan o actúan “traspasan la pantalla”. Todo en su rostro parece dibujado (piel tersa, boca carnosa, nariz delicada), según la definición de la “proporción áurea” (ese número que descubrieron pensadores de la Antigüedad al advertir el vínculo entre dos segmentos de una misma recta).
Esa proporción puede hallarse en la naturaleza (flores,hojas, semillas, incluso en el cuerpo humano), en las figuras geométricas y, por supuesto, en las artes. Tanto en la música, como en las artes plásticas y en la arquitectura se puede encontrar “ese número de oro”. Aunque ya no se entiende la belleza como sinónimo de simetría, podría ser ejemplo de la belleza clásica, ahora contenida en un marco más amplio, el de la belleza de la diversidad. Sin embargo, Cid no “traspasa la pantalla” solo por esa belleza áurea. Hay en su mirada una profundidad, la hondura de un espíritu lleno de matices. También hay algo en su voz, de dicción clarísima y tono cristalino. Por eso, resulta genuina, transparente, vulnerable… real.
Todo empezó cuando era muy chica, justamente en Chiquititas (el programa de Cris Morena) y luego con su rol de Yoko Vázquez en Verano del 98 (otra ficción de la misma productora). No tenía 20 años cuando protagonizó Resistiré, junto a Pablo Echarri, tira que no solo representó el gran éxito de rating de 2003, ya que la historia de Diego y Julia se convirtió en uno de los más grandes fenómenos que generó la televisión del nuevo milenio. Luego vinieron, Mujeres asesinas, Locas de amor, Para vestir santos, Las estrellas y muchas más. También llegó el cine (Motivos para no enamorarse, su debut, junto a Jorge Marrale; y El amigo alemán), algunos videoclips, las nominaciones y los premios. Llegaron dos hijos, varios amores públicos, algunas etapas dolorosas y su férrea pervivencia, a través del paso del tiempo y de las dificultades. Ahora, se prepara para dos grandes lanzamientos: la segunda temporada de El Host, junto a Adrián Suar, y Separadas, la nueva ficción de Pol-ka para El 13.
–En 2019, interpretó a Susana Giménez en la serie Monzón. No fue una caracterización sino una composición. ¿Qué herramientas le permitieron consolidar su propia Susana?
Sí, tal cual. El no habernos apoyado en la caracterización sino en componerla fue para mí la clave más sólida sobre la que podíamos sostenernos. Sin dudas, hubo un acercamiento desde lo externo, pero no quisimos hacer de eso una máscara, sino tratar de encontrar el alma de nuestra propia Susana (la que se desarrolla en la historia). Traté de trabajar un poquito mi voz que tiende a ser más grave, mientras que la de Susana es tan característica… Es una voz más aguda y más aniñada también. Me ayudaron algunas entrevistas que tuve con Mercedes Bassi, una fonoaudióloga muy meticulosa; con ella hice ejercicios para encontrar algo de eso en mí. El resto fue estar lo más presente posible en el set y ver qué surgía en los encuentros con los demás actores y el director, Jesús Braceras, quienes tenían muy claro el rumbo que querían tomar con esta historia.
–¿Es más difícil componer un personaje cuando la persona que lo inspira está tan presente y de la que no es posible apartarse?
Sí, porque la necesidad de comparación es muy inmediata. Lo primero que hace la mente es juzgar: “es igual”, “no se parece en nada”. Luego viene todo lo otro. Incluso para mí fue un dilema al principio, pensaba en cómo podría hacer ese personaje si no somos en nada parecidas. Veía fotos, buscaba videos y cada vez me asustaba más, hasta que comprendí que yo tenía que ser muy sincera con la parte de la historia que me tocaba contar (es decir, cuando una Susana muy jovencita y un Carlos también muy joven se conocen en medio de un rodaje y se enamoran). Traté de acercarme lo más posible a esas sensaciones, por intuición, por imaginario, tratando de no imitar sino más bien de recrear el personaje, como la misma Susana me ha dicho, del modo más honesto posible.
–Cuando se produjo el femicidio de Alicia Muñiz, usted era muy chica. ¿Cómo vivió el caso ya siendo parte de la serie?
No recuerdo haber escuchado del caso hasta más bien pasados los 12 o 13 años. Fue un hecho muy espantoso, con un montón de condimentos que suelen ser comunes. Por eso, también es necesario ver y contar.
–Actualmente se debate cómo se trata en la ficción los casos de femicidio. ¿Cuál le parece que es el aporte de esos contenidos?
No creo que el cine o la televisión sean espacios que tengan necesariamente el rol de educar pero, sin dudas, son espacios que abren ventanas, que muestran universos, que delatan pensamientos, reflejan épocas y modismos. Se puede reflexionar a través de estos universos. En el caso de la serie –que no es un halago al “campeón” sino más bien una mirada ante el machismo y tantas otras cosas muy propias de la época– se toma una postura muy determinada: comienza la primera escena con la muerte de Alicia. Se va a hablar de un crimen, más precisamente de un femicidio. Es allí donde hace pie la historia.
–Del streaming pasó a la televisión de aire y cable, tanto en la segunda temporada de El Host como en Separadas, la tira de El 13 para 2020. Aunque no sea nativa digital, ¿le resultó cómodo el pasaje entre las diferentes plataformas?
Sinceramente, yo le pongo mucho amor y dedicación a cada trabajo que hago, intento ser lo mejor que puedo y dar lo mejor de mí, independientemente del ámbito donde luego se reproduzca. Obviamente, una serie supone más tiempo para la realización y desarrollo de las escenas, pero hoy en día todo va tan rápido que incluso esto ya no es tan así.
–El mundo del espectáculo y el entretenimiento dio un giro de 180 grados en los últimos años a raíz de las nuevas tecnologías. ¿Le genera nostalgia el trabajo como se entendía en sus inicios?
Sí, a esto me refería. Hoy corren tiempos mucho más extremos, veloces, que quince años atrás. La tecnología es otra, permite agilizar muchos aspectos. Sin embargo, este modo de trabajo deja en el camino –a mi gusto– el tiempo para probar, para ensayar, para encontrarte con el otro, para la construcción. El actor tiene que estar listo para las 25 escenas del día, un ensayo (y a veces ni siquiera) y ya la escena se graba. Son pocos los lugares donde uno puede encontrar ese reparo llamado “tiempo”. Podría decir que ese reparo se puede encontrar en ciertos ámbitos del cine.
–Usted empezó su carrera siendo muy chica, desde entonces, ¿hubo algún momento de crisis o una etapa en la que se sintieras menos enamorada de su vocación?
Sí, varias veces por año, te diría, me sucede (risas). Pero así como digo esto, también digo que no cambiaría mi trabajo por nada del mundo. Es uno de los espacios donde más feliz y completa me siento. También creo que tengo mucho por aprender aún, como una especie de batalla que se conquista cada día.
–A su vez, le llegó temprano la maternidad, por eso ya es mamá de un adolescente. ¿Qué le preocupa del presente de los jóvenes?
Creo que es un momento del mundo bastante convulsionado, por lo que hablábamos antes de la tecnología, que puede ser maravillosa por momentos, pero también puede irse al otro extremo. Estamos todos bastante escondidos detrás de nuestros teléfonos, detrás de nuestra propia inmediatez, exprimidos por un mundo que va cada vez más acelerado. Así como sucede esto, también creo que es un momento en el que los jóvenes tienen la voz muy en alto, se cuestionan, nos cuestionan, nos interpelan, preguntan. Me gusta que mis hijos se estén criando en esta época. No les dejamos un mundo particularmente hermoso, pero creo que solo los pibes con la mirada fresca y clara, sin tantas ataduras, lo podrán embellecer.
–A propósito de cambios ¿cómo le resulta la maternidad de Antón, con poco más de una década de diferencia con André?
Antón es un niño con una información mucho más efervescente que la que tenía André a su edad, por ende, yo soy otra madre también, porque estoy más grande y porque él pide algo distinto. Mis hijos son, sin dudas, mi mayor orgullo y mi mayor satisfacción.
–Existe un gran desafío en la crianza de las mujeres del siglo XXI pero, ¿cuál es el desafío de las mamás que criamos a los varones del futuro?
Darles libertad, enseñarles el respeto, el cuidado propio y el cuidado del otro. También escucharlos, validarlos, valorarlos. Nunca me voy a olvidar de ese dicho tan preciso que dice “es mejor criar niños fuertes que reparar hombres rotos en el futuro”. Sin dudas somos nuestra base, de donde venimos y cuidaremos a los otros tanto como nos hayan cuidado. Creo que el mejor ejemplo lo damos con los actos. Ese es el mayor desafío.
–Hoy crece el concepto de “separación consciente” (relaciones de pareja que terminaron sin toxicidad o resentimientos sostenidos en el tiempo). En su caso esto ocurrió naturalmente, con un visible agradecimiento por el vínculo compartido y los hijos que quedaron. ¿Qué significan para usted el agradecimiento y la gratitud?
No es magia y no necesariamente he terminado relaciones sin ningún tipo de toxicidad. A veces las cosas llevan tiempo pero, como te digo y sin entrar en detalles de vida personal, no es magia. Tener un vínculo sano es una construcción y, por supuesto, primero es una elección. En el caso de una familia, donde ya hay hijos, no puede ser de ese modo. Por respeto a los niños, al otro y a uno mismo. Y también por el amor, porque –como decíamos antes– es la base de cualquier cosa para que crezca fuerte y sana. Desde allí hay agradecimiento y gratitud.
–¿Cómo vive la transformación que trae el paso del tiempo y los nuevos paradigmas de belleza?
La vivo comprendiendo que el tiempo es algo limitado, más en un mundo en el que la belleza y la juventud son valores tan grandes y sobrevalorados. Se valora poco lo “viejo”, lo “distinto”. Por suerte, cada vez son más fuertes las voces que hablan de lo diverso, de la aceptación más allá de las formas bellas, de las muchas cosas que no están exhibidas en vidrieras pomposas y grandilocuentes. Está en uno encontrar la belleza de las cosas y no es algo que debamos pasar por alto ni perder. Porque sin eso… ¿qué?
María Celeste Cid nació el 19 de enero de 1984 y creció en el barrio de San Cristóbal de la ciudad de Buenos Aires. Su carrera como actriz inició a los trece años, cuando decidió pedirle a su tía que la llevara a un casting para la tira infantil Chiquititas. Después de haber pasado por Verano del ’98, Celeste recibió la oferta para su primer protagónico, junto con Emanuel Ortega en EnAmorArte.
Fuente: Yenny El Ateneo