Carta abierta (y desconsolada) al presidente gritón

Carta abierta (y desconsolada) al presidente gritón

“Señor Presidente, estimado profesor, Alberto querido, Beto, Betito, le escribo esta carta bajo un impulso irrefrenable. Estuve escuchando sus dos horas de discurso ante la Asamblea Legislativa, y tengo que agradecerle los gritos que pegó en un momento para atacar a los dos estoicos jueces de la Corte que estaban allí, muy cerca de usted. Si no fuera por ese desborde, que, convengamos, tan poco rimaba con la imagen de moderado que traficó en el comienzo de su mensaje, yo hubiese seguido torrando; sí, lo confieso, su verba primero me desconcertó, después me aburrió soberanamente y terminó por entregarme a los brazos de Morfeo (le evito la consulta en Google: es el dios del sueño). Así estaba, plácidamente dormido, cuando usted se puso a vociferar. Sea sincero: un poco de vergüenza le debe haber dado esa rabieta, ¿no? Digo, si impulsó el juicio a la Corte en el Congreso, ¿qué necesidad tenía de hacerse ahí el malo, el ofendido, cual vecino sacado porque un perro ajeno le ensució la vereda? Hasta el Kun Agüero le tomó el pelo, imitándolo en el histeriqueo. Para peor, acompañó los alaridos apuntando a los jueces con el dedo índice. ¡Ese dedito, profe, qué de problemas le ha traído! Con ese dedito nos amonestaba cuando, durante la cuarentena interminable, salíamos a la puerta de casa para ver si el mundo seguía existiendo, mientras usted y Fabiola tiraban Olivos por la ventana. Hay que hacer algo urgente con ese dedo: háblele, convénzalo de que se llame a recato, prohíbale las manifestaciones espontáneas y, si insiste, enyéselo; duro con él. Los gritos, igual; como que hay gente que grita mejor, más dignamente: a usted se le afina la voz, pierde tono, se le bajan los anteojos. Los escribas que pergeñaron el discurso no habían hecho, desde lo estilístico, un mal trabajo, y va usted y arruina todo con un dedo y un falsete. Alberto, vamos a tener que enyesarlo de pies a cabeza.

“Le decía que durante un buen rato su perorata me desconcertó. Describió un país que está bárbaro, en plena superación, una pinturita, pero no dijo a qué país se refería, con lo cual, imposible salir a comprar un ticket de avión. Habló de la ‘invasión de Rusia a Ucrania’ –muy bien, después de un año se le animó a ‘invasión’–, pero ni una palabra de la invasión de rusas embarazadas que estamos teniendo; usted invitó a Putin, le abrió las puertas de la Argentina, y el muy cretino nos manda miles de parturientas con toda su familia a instalarse acá. Rusitos y rusitas, go home.

“Señor Presidente, estimado profesor, Alberto querido, Beto, Betito, le escribo esta carta bajo un impulso irrefrenable. Estuve escuchando sus dos horas de discurso ante la Asamblea Legislativa, y tengo que agradecerle los gritos que pegó en un momento para atacar a los dos estoicos jueces de la Corte que estaban allí, muy cerca de usted. Si no fuera por ese desborde, que, convengamos, tan poco rimaba con la imagen de moderado que traficó en el comienzo de su mensaje, yo hubiese seguido torrando; sí, lo confieso, su verba primero me desconcertó, después me aburrió soberanamente y terminó por entregarme a los brazos de Morfeo (le evito la consulta en Google: es el dios del sueño). Así estaba, plácidamente dormido, cuando usted se puso a vociferar. Sea sincero: un poco de vergüenza le debe haber dado esa rabieta, ¿no? Digo, si impulsó el juicio a la Corte en el Congreso, ¿qué necesidad tenía de hacerse ahí el malo, el ofendido, cual vecino sacado porque un perro ajeno le ensució la vereda? Hasta el Kun Agüero le tomó el pelo, imitándolo en el histeriqueo. Para peor, acompañó los alaridos apuntando a los jueces con el dedo índice. ¡Ese dedito, profe, qué de problemas le ha traído! Con ese dedito nos amonestaba cuando, durante la cuarentena interminable, salíamos a la puerta de casa para ver si el mundo seguía existiendo, mientras usted y Fabiola tiraban Olivos por la ventana. Hay que hacer algo urgente con ese dedo: háblele, convénzalo de que se llame a recato, prohíbale las manifestaciones espontáneas y, si insiste, enyéselo; duro con él. Los gritos, igual; como que hay gente que grita mejor, más dignamente: a usted se le afina la voz, pierde tono, se le bajan los anteojos. Los escribas que pergeñaron el discurso no habían hecho, desde lo estilístico, un mal trabajo, y va usted y arruina todo con un dedo y un falsete. Alberto, vamos a tener que enyesarlo de pies a cabeza.

“Le decía que durante un buen rato su perorata me desconcertó. Describió un país que está bárbaro, en plena superación, una pinturita, pero no dijo a qué país se refería, con lo cual, imposible salir a comprar un ticket de avión. Habló de la ‘invasión de Rusia a Ucrania’ –muy bien, después de un año se le animó a ‘invasión’–, pero ni una palabra de la invasión de rusas embarazadas que estamos teniendo; usted invitó a Putin, le abrió las puertas de la Argentina, y el muy cretino nos manda miles de parturientas con toda su familia a instalarse acá. Rusitos y rusitas, go home.

“El aburrimiento y la modorra me invadieron cuando empezó a criticar a la Justicia, la oposición y los medios: jefe, ¿por qué ese cover, teniéndola pegada a la autora de la letra y la música? Es cierto: ella, que tan agriamente le rechazó el agua, que no le dedicó ni un solo aplauso y ni una sola mirada, no le hubiese devuelto el micrófono y nos teníamos que fumar cuatro horas de sanata. Qué terrible dilema: entre los 120 minutos suyos o los 240 de Cristina, ¿con qué nos quedamos? Yo ya elegí: quedarme dormido.

“Máximo también eligió: no lo quiere escuchar nunca más y pegó el faltazo al Congreso, gesto descomedido si los hay. No lo tome como algo personal: siempre ha sido un chico díscolo, huracanado, poco amigo de guardar las formas; e inconstante, claro. Vea, odio las comparaciones, pero usted es un respetado profesor de Derecho Penal, y él, con todo respeto, nunca pudo terminar el primer año de Derecho. Profesores de la Universidad de Belgrano todavía recuerdan cuando se presentaba a los exámenes sin haber leído una página, confiado en que lo aprobarían por ser el hijo de Néstor Kirchner, por entonces presidente de la Nación. Después de uno de los tantos bochazos dejó la carrera y, para alternar con la Play, decidió crear La Cámpora; es decir, la agrupación es hija de su vagancia.

“Alberto, tengo la impresión de que sigue con la suerte cambiada. Dijo que ‘la Argentina es la energía que necesita el mundo’, y al rato, medio país se quedó sin luz. No pega una. Al día siguiente del discurso se produjo el ataque narcomafioso en Rosario, incluida la amenaza a Messi: el maravilloso país que usted acababa de describir fue título catástrofe en todo el planeta. Aníbal contribuyó a esa repercusión al admitir que “los narcos han ganado”, dicho esto con la autoridad del que sabe de lo que habla. ¿Cómo no pensar en que usted ha sido engualichado? Volvió a quejarse de que le tocó enfrentar los peores escenarios, pandemia, guerra y sequía, y ese mismo día acá enfrente, en Uruguay, Lacalle Pou rebajó los impuestos; casi que le mojó la oreja el muy atrevido.

“Todo el mundo se le anima, señor. Ofenden su investidura. Ahora andan diciendo, incluso en memes, que lo mejor del mensaje a la Asamblea es que fue el último. No voy a sumarme a esa diatriba. Para mí, Beto querido, lo mejor fue el aplauso final, esa verdadera ovación, diputados, senadores e invitados de pie, festejando. Por fin usted había dejado de hablar”.

Fuente: La Nación

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