1-
Cuando yo era chiquita, a algún desgraciado se le ocurrió decirme en el patio del colegio -esas cosas ocurrían en el patio siempre porque no era jurisdicción de nadie -las maestras tomaban té a esa hora, por eso varias roturas de cabeza y pérdidas de dientes ocurrían en ese espacio…- así, bien impunemente: “Shaka Zulu”, tendría yo seis o siete años, no más, hablaba bajito, y lo único que asocio con ese nombre es una miniserie muy conocida en el momento, que ni en esa época ni ahora pude terminar de ver, porque las escenas de dolor me hacen cambiar de canal o de tema… RAÍCES. Compré hace años la novela, no pude pasar de la primera parte, es genial, pero no pude hacerlo, para mí es la condensación de muchos dolores juntos, y me abruma. Supe por la contratapa del libro que su autor trabajó primero en PlayBoy antes de poder publicar. El imbécil que me dijo eso y los que se sumaron al maltrato me hicieron ver en ese momento una parte de mí, de la que yo no tenía noticias… más que en el espejo o frente a sus ojos.
A mí no me dijeron “india de mierda” como puede suceder en otras partes en situaciones parecidas. Sino NEGRA, y me dieron de inmediato una filiación africana que yo desconocía, pero que muchos años después sabría que de verdad portaba en la sangre y en el cuerpo, VISIBLEMENTE, repito, como marca de lo que es innegable. Junto con el que para ellos era un insulto, me trajeron no solo la negritud, sino además una sensación que me dejaron para siempre, una fea sensación. Me trataron de fea, de tonta, de chico, de ultrajable, de sucia -lo negro es siempre sucio desde la mirada blanca-, de pobre, y como si estuviera siempre fuera de lugar.
No hubo un acta al respecto nunca, tampoco la pedí, no tenía palabras para hacerlo, empecé a leer… también en el patio de la escuela, fui entonces la rara… Yo hablaba BAJITO, siempre, BAJITO. Por eso empecé a escribir, en algún lugar tenía que gritar… bah, qué se yo, estas son cosas que digo ahora, lo real es que la pasé tan para el culo en el colegio, que SOBREVIVÍA.
Escuché esas voces a lo largo de toda mi trayectoria escolar, en lo que restaba de la escuela primaria, y durante toda la secundaria. Pero si me preguntan, no tienen rostro. Lo que recuerdo son murmullos, cada vez más fuertes, y cuando me daba vuelta, de repente había silencio. Algún racista “valiente” de vez en cuando daba la cara, pero no me acuerdo de muchos, lo que recuerdo son sus caras coloradas de la risa, y sus ojos claros. Podría mencionar algunos nombres que me siguieron, pero la suya era cobardía, sabían que estaba mal lo que hacían, entre quienes recuerdo hay chicos y chicas, los dos por igual, además fui a un colegio católico, ¡ qué tortura ¡
Aunque recién ahora sé que tampoco era RAÍCES, la miniserie, sino Shaka Zulu, efectivamente. Lo que yo veía por la tele sí era RAÍCES. Lo que mis compañeritos racistas repetían era el nombre de otra serie del momento que trataba la misma temática.
2-
Cuando fui creciendo daban un programa en Canal 2, que mi madre no se perdía nunca: GENTE QUE BUSCA GENTE. Ella se jactaba de no ver telenovelas como otras mujeres… no le hacía falta, pienso ahora, si lloraba a moco tendido cada vez que se producía algún encuentro entre esos desconocidos que buscaban a padres, madres, hijos, hijas, que habían dejado de ver al comienzo de sus vidas, ahora ya de adultos, o de ancianos. Franco Bagnato condujo años ese programa, después lo sacaron del aire… no sé por qué pienso que las redes sociales tienen un poco de culpa, pero también creo, las redes habrán sido solamente un remplazo parcial de la tarea del programa, y que, sin embargo, después no llegaron a cubrir “la demanda” real… hay ciertas búsquedas que no se pueden hacer por Google.
GENTE QUE BUSCA GENTE venía de un formato español, que a su vez tenía su versión en otros países. De vez en cuando había búsquedas que tenían que ver con “nuestra madre patria” y la Guerra Civil Española; entonces, de repente, por la pantalla de Canal 2 comenzaba a pasar la Historia -así en mayúscula- y entonces, todo encajaba como en las muñequitas rusas… Otros días, en lugar de mirar del otro lado del mar, las búsquedas tenían que ver con “el interior del país”, y ahí otra vez se partían en dos: las apropiaciones vinculadas con la dictadura, y los otros tipos de apropiaciones, esas que fueron en algún momento tan frecuentes en el norte y litoral del país, las que más certeramente llamaron en Paragüay: CRIADAZGO.
No encontramos familia por vía televisiva, tampoco recuerdo si conocía en esa época el motivo por el cual mi madre se dedicó obsesamente a mirar durante años todas las tardes ese programa, como si fuera una cuestión de vida o muerte, mientras lloraba a moco tendido.
3-
Pero un tiempo después, y un ratito antes de los 13, mi mamá me contó que ella no era hija de la familia que la había criado. Bueno, a partir de ahí, por lo menos empecé a comprender por qué mis primos eran blancos y yo la “morochita”.
En uno de los viajes a Corrientes, siempre a la casa de mis abuelos paternos, siempre en enero, cuando mi papá descansaba del trabajo, sucedió uno de los acontecimientos más extraordinarios en mi vida.
Dos hombres negros, uno viejo, otro un muchacho, se aparecieron en el patio delantero –allí hay muchos patios, es muy extenso el terreno, bueno, es el campo…- de la casa de mi abuelo Julián Sánchez, el papá de mi papá.
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Mis abuelas eran rubias, mis abuelos, bastante blancos, donde se empieza a ver la mezcla es en la generación intermedia, a mis ojos de niña mi tío Chano -el hermano mayor de mi papá, y el mayor de nueve- era de las personas más negras que yo conocía, y no me cerraba para nada eso que dicen en Corrientes de que se le hubiera “quemado la cuna”…
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Se bajan de los caballos, se aproximan, nos saludan… no recuerdo lo que dijeron los adultos, ni cuánto duró ese encuentro, creería que fue breve, porque habían hecho más de dos horas de viaje, por ruta, a caballo, y los iba a agarrar la noche si se extendía demasiado la visita. Trajeron comida casera, de campo, para compartir -bueno, mi abuelo Julián vivió siempre en el campo, y cuando íbamos a su casa, aunque es en el pueblo, para nosotros era ir al campo- pero ellos venían de más allá, más retirado, más lejos todavía de la ciudad-.
Cuando mi segundo abuelo – el tercero en realidad- me saludó finalmente, sentí una aproximación a un mundo que no formaba parte de mi radio hasta ese momento, y cierta impresión. Mi tercer abuelo: Domingo Frutos, el padre biológico de mi madre, además de ser la persona más negra que yo había visto hasta el momento en vivo y en directo -después de mí claro- tenía un ojo explotado. Mi abuelo Cayetano tenía ojos azules, era un hombre de porte elegante y siempre iba impecable. Además, había sido un abuelo cariñoso y presente. Bueno, la impresión del contraste duró mucho tiempo. No solo no había visto nunca a la otra familia, sino que para mí estaba lejísimos, geográfica e ideosincráticamente.
4-
Mi abuela Margara siempre me pareció un personaje de telenovela. Pero de los malos personajes, al estilo de Doña Bárbara, o de la mala de Avenida Brasil, o alguno de más contemporáneos de las películas que protagonizaba Angelina Jolie. Mantuve mi relación con ella hasta bien pasados los veinte. Hace un par de años la llamé, y me di cuenta de que es el diablo. Añá se dice en guaraní. Siempre me sorprendió la capacidad de ser añá de mis tres abuelas. La novela El color púrpura me recuerda mucho a la casa de mis dos abuelas –la paterna y la casa adoptiva materna-, y a esas falsas dinastías que cuidaban ambas, la tercera nunca estuvo presente. Doña rubia le dicen a mi abuela. El diablo para mí tiene ese tono de piel.
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Yo tendría diez años cuando ya era la escritora de quinto grado, y mi abuela Margarita empezó a ir a la escuela nocturna. Como hasta los dieciocho le seguí enseñando. No sabía escribir. Nadie había que le pudiera ganar a hacer cuentas, sin embargo… A mí, por el contrario, nunca me gustaron los números. La primera vez que publiqué en una revista fue en la que hacía la patrona de mi abuela, a los dieciseis, fueron varios números. De chiquita la adoraba, creo a veces que las personas perversas parecen buenas, entonces hay que cuidarse del estuche. De niña quería ser como mi abuela. ¡ Qué terrible¡ ¡Cuánto hacen falta muñecas de nuestro color para nuestras niñas ¡
(El punto 4 no lo voy a terminar de escribir ahora, porque realmente se me hace un nudo en la garganta cuando recuerdo la historia que me viene a la memoria.)
5-
(El punto 5 no lo voy a terminar de escribir ahora, porque realmente se me hace un nudo en la garganta cuando recuerdo los hechos que me han referido.)
Mi abuelo biológico, Domingo Frutos, trabajaba para quienes después fueron mis abuelos de crianza.
Un día, el abuelo Domingo fue a trabajar y los dueños de casa ya no estaban. Lo que él no sabía es que se habían ido para siempre. Se fueron con su hijita, a Buenos Aires.
Mi “abuela” de crianza solía repetir-nos horrorosas frases que me quedaron grabadas para siempre: “es negrito, pero es bueno”, “una madre sin hijos no es madre”, para mi abuela, “madre” era un sinónimo pleno de “mujer”, así lo entendía en términos ideológicos claro, “si no lo van a querer denlo” –acerca de los hijos no deseados-, etc. Con el tiempo pude ver las penurias que pasó mi mamá a medida que fue creciendo. Esto ya no era culpa de mi abuelo.
6-
Domingo Frutos, mi abuelo materno, mi abuelo negro, negro, como la noche, murió este verano. Murió un domingo. Nunca traté con él, pero con el tiempo llegó a caerme bien, a la distancia. Trabajaba para los japoneses, en los viveros de cerca de Tatacuá, en Concepción. Plantaba. Eso me cae bien de la gente. Me cae bien la gente que hace crecer a las plantas.
No era perfecto, claro. Testimonios postmortem, y pre, lo acusan de cierto atavismo telúrico, que obviamente se sintetizan en el machismo y el desentenderse de ciertas obligaciones más allá de la crianza. Pero buscó siempre a mi mamá, su hija. Y crió también hijos y nietos que no eran su sangre, que le llamaron a su vez padre y abuelo. Y eso también me cae bien de él.
Cuando era joven Domingo trabajaba en la tala de palmeras -para hacer palmitos-. Un día una de esas espinas le hirió un ojo. Por eso lo perdió.
7-
(Este punto tampoco voy a terminar de escribirlo ahora. Me da una profunda añoranza de algo que no conozco, pero que siento como el paraíso perdido.)
A fines del año pasado me puse en contacto con la primera y única comunidad indígena reconocida en Corrientes. Por ahí, muy cerquita nació mi mamá. Fue esa de las emociones más fuertes e inconmensurables que sentí este último tiempo. Se resumieron allí largos años de búsqueda, de militancia étnica, y se condensaron todos los sentidos.
8-
De chica, cuando íbamos en enero a la casa de mis abuelos paternos, Ángela y Julián, había dos acontecimientos que nadie – ni los que habían salido del pueblo para irse a vivir a otros lados- se perdían, y que solo pude terminar de explicarme de grande, y por medio de libros de antropología y literatura donde se encuentran registrados estos eventos. Uno era el baile de reyes, otro la procesión de San Baltazar. En el libro de Pablo Cirio sobre literatura afro en Argentina, se recogen un par de cuestiones que conservo como parte de mis más emotivos hallazgos genealógicos: a la entrada de Empedrado -lugar donde vivió gran parte de mi familia siempre, en un paraje particular y retirado, además- hay una especie de altar que celebra al santo negro y de San Lorenzo -el pueblo de mis abuelos paternos- son las pocas producciones narrativas – poéticas que se conservan. Obviamente las narrativas que recopila Cirio están también habladas en guaraní. De más está decir que son afroindígenas.
9-
Es en esos lugares que son el comienzo de la selva y la continuación del monte, donde se conforman los llamados quilombos. Indios y negros convivían con lógica comunitaria-en esa zona al menos- que practicaban tanto los guaraníes como los esclavizados afro. A lo largo de estos años son varixs lxs compañerxs que escuché mencionar al pasar este tipo de “mezcla” en su historia, sin embargo, en Argentina seguimos siendo pocxs quienes hablamos de lo AFROINDÍGENA.
Por todo lo que aquí comento y consigno, también por lo que no cuento, por lo que aún no sé, pero sobre todo por lo que me dijeron en la escuela primaria -porque negra se es a los ojos de los otros o no se es, ES QUE SOY UNA MUJER VISIBLEMENTE NEGRA, AFRO – GUARANÍ, con algún ascendente gallego que no me quita la piel ni la historia ni deja de ser originario tampoco.
* (Escribí este texto con motivo de la celebración del día de la mujer negra y afro, el 25 de julio de 2021.)
Desde Ciudad de Mendoza, Mendoza, Argentina