Es madrugada, ya el otoño se adueñó como un señor todopoderoso del clima. Hizo lo de siempre, desnudó árboles, ahuyentó pájaros, desafió al verano que no se quería despedir tan fácilmente. Con picardía le preparaba el terreno al invierno que tan sólo en un mes y medio vendría con su gélido viento para hacer tiritar a los cuerpos ateridos aunque se defendieran con gruesos abrigos para no sentirse congelados.
Un dron sobrevolaba la ciudad todavía dormida, recorría lentamente la metrópolis con sus edificios de propiedad horizontal, algunos más altos que otros, todos pegaditos, amuchados. En realidad es un mundo vertical, no horizontal ya que son muchos pisos que quieren trepar al cielo, por eso también se llaman rascacielos.
Cada uno de ellos se afana por distinguirse de los compañeros de la cuadra. Unos tienen espacios verdes que anteceden las puertas de ingreso, otros tienen los frentes con ladrillo visto, aquéllos pintados de blanco hospital, éstos amarillo patito, en una cuadra, de una vereda a la otra, separada por una calle asfaltada, se abre panorámicamente una paleta de colores.
Los balcones, una ilusión de patio, un escape, un punto de fuga, tienen plantas en macetas, ropa tendida, unos pocos con asadores de material, ésos son la envidia de todos.
Sin embargo, aunque parezcan distintos, no lo son, tienen algo en común, son consorcios donde cada habitante de la colmena es dueño sólo de su PH, pero para bien o para mal, no es dueño del edificio, debe compartir espacios comunes y respetar el Reglamento de Copropiedad, esto de copropiedad no deja dudas que “la propiedad es compartida”.
Ese Reglamento es un disciplinador para los díscolos y para los respetuosos de las leyes. Hay en dicho Reglamento una serie infinita de “noes”, es decir: No se puede tener mascotas. No se puede hacer ruidos molestos desde tal hora hasta tal hora. No se puede ocupar los espacios comunes con muebles, bicicletas, personas en tertulias. No arrojar basura, colillas de cigarrillos , agua, y otras menudencias por los balcones o a otros departamentos con patio en el mismo edificio, y la lista de las prohibiciones continúa. Todo esto si no se respeta es pasible de ¡multas!, de un castigo, es decir que el administrador es el encargado de hacer cumplir dicho Reglamento , y si no tiene mano firme y pone límites, pues hay rebelión en la granja y como a nadie le gusta que le metan la mano en el bolsillo, entonces a regañadientes intentan cambiar su conducta de rebelde sin causa, asumir que no viven en una casa particular, si no que viven en un “espacio común compartido por decenas de propietarios”. Y allí está el conflicto, el nudo gordiano que nadie puede desatar ya que cada propietario a veces cree, o siente que puede hacer lo que se le dé la regalada gana. Pero no se puede, nunca se pudo nadar en contra de la corriente, así que todos se resignan a ceder un poco para lograr la tan ansiada y armoniosa convivencia.
Hay modos de comunicación en los consorcios, tales como, carteles en los ascensores que avisan tal o cual evento disruptivo que se produjo en el conglomerado de departamentos, otro medio para enterarse de todo es el grupo de whatssapp, o notificaciones que se pasan por debajo de las puertas avisando que habrá reunión de consorcio para tratar los temas que a continuación se detallan. También se reciben de la misma manera las temidas expensas, tan caras ellas que cada vez que un propietario las recoge del suelo y las abre, se agarra la cabeza, controla los gastos , mira cada rubro detenidamente y piensa que esos gastos han sido hechos con un inflador, o sea que están “inflados”, y es ahí que siente que con lo que paga, seguro que de más, podría vivir en un country en una casa con quincho, asador, pileta, cochera para su auto, y al Sr le dan ganas de no pagar esa boleta asesina, pero si no paga dos expensas seguidas, es muy simple, se come un juicio y las costas de los abogados, y la mar en coche. De nada le sirve quejarse amargamente con el encargado del edificio quien además de mantener limpio todo, y ser el hombre orquesta, debe escuchar airadas críticas de los consorcistas quejosos por todo.
Nos vamos a detener en un consorcio para poder ir de lo general a lo particular, en este caso el edificio se llama “Alejandro I”.
_ ¿Vio Pedro? Otra vez el ascensor con orina de perro.
_ Seguro que es el del cuarto piso, el perro no sólo orina frecuentemente el ascensor, yo que vivo en el mismo piso de ese energúmeno, también he tenido que soportar caca del perro en el palier.
_ Si se respetara el Reglamento de Copropiedad el dueño de la mascota o se va del edificio a una casa o se deshace del perro.
_ Mire Miriam, el Señor en cuestión presentó un certificado firmado por un sicólogo que dice que el can es su “acompañante terapeútico”.
_ ¡Qué ridiculez Pedro! ¡Acompañante terapeútico! Pero ¿qué es este edificio, un neurosiquiátrico?
_ En realidad Miriam es un zoológico, hay de todo, gatos, perros y vaya a saber qué otros animales.
_ Llegamos a planta baja. Otra cosita Pedro, ¿ va a ir a la reunión de Consorcio el martes?
_ Ni loco, yo no pierdo ni un minuto en esas tediosas reuniones que nunca se saca nada en limpio.
_ Pero Pedro, es necesario que vayamos, Ud puede aportar un montón de cosas positivas para el edificio. Creo que es Ud criterioso, inteligente y sobre todo me parece que prima en su forma de ser el manejarse con “sentido común” , sin tantas vueltas.
_ No Miriam, yo privilegio mi salud mental, de los que van a las reuniones, pues con algunos ni nos saludamos, así que imagínese si voy a ir , a qué,¿ a pasarla mal? ¡No! Por mí paso.
_ Yo sí iré Pedro, al menos expongo mi punto de vista.
_¿Y? ¿Alguna vez logró que se tuviera en cuenta su punto de vista Miriam?
_ A veces los asambleístas han estado de acuerdo conmigo. Vamos Pedro, anímese, Ud tiene mucha antigüedad en el edificio, compró el departamento ¿hace 20 años?, su voz será escuchada.
_ No Miriam, prefiero salir a caminar como hago todos los días.
_ ¿A dónde va ahora Pedro?
_ Mire, estoy pensando ir a la veterinaria de la vuelta, quiero comprar un perro, también iré al sicólogo para el certificado de “acompañante terapéutico”.
_ ¿Me lo dice en broma, no?
_ No Miriam, estoy muy solo.
_ Yo también estoy sola, los dos estamos solos.
_ Sí, ¿cuánto hace que vive acá?
_ 5 años.
_ Nunca me había fijado en el color de sus ojos. ¿Le gusta el bar de la esquina? La invito a tomar un café. ¿Acepta?
_ Sí, con todo gusto. ¡Ah! Y si compra el perro, sería mejor uno chico, un perro grande no se adapta tan fácil en un departamento ¿no le parece?