Vamos iniciando el viaje. No hay destino a la vista, pero lo hacemos. Algunos pocos viajan cómodos – primera clase.
Otros lo hacen incómodos -segunda clase. Y hay una tercera clase que ni siquiera sé da cuenta que viaja, porque ya es lo mismo.
Para ellos el viaje no importa, siempre se siente el sacuden, el mareo, la náusea.
Hasta, a veces saben que morirán ahogados, tampoco les interesa, porque al fin y al cabo can a morir, siempre se muere.
En este caso, ni siquiera van a protestarle al capitán. Patalear antes de sucumbir. Eso es todo.
Nadie lo notará, porque no han nacido para ser notados y lo saben, lo aceptan. Cómo si en ellos existiera el destino, o la condición divina de cumplir con lo que se vino hacer al nacer.
En todo caso es que uno anda eligiendo a los padres, las condiciones de vida, para aprender.
Sí, de la pobreza se aprenden muchas cosas ¿de la riqueza? No lo sé, supongo que también.
Al fin y a cabo uno aprende de todo.
Claro está que la clase que viaja en primera no le importa aprender, ni tampoco salir a ver a mirar desde la cúspide de timonel a las clases que vienen a bajo.
La clase del medio que es la que aspira a viajar en primera, pero no le alcanza para el pasaje, lo hace en segunda, mirando a los de arriba, copiando sus gestos, movimientos, el vestir, el habla.
Jamás mira a la segunda. No quieren ni saber que existen, le tienen aberración. Entonces los insultan, y trataba de hacerlos desaparecer del mapa.
No a ellos , los de la segunda aspirantes a primera, que le lamen los zapatos, a ver si por una vez lo admiten en primera y pasan a ser de la élite con todos los privilegios que ello trae.
Si los de segunda mueren ahogados no importa son invisibles para todos los sectores, aún para los que se jactan de ayudarlos.
Está es la partida de un barco que va con toda su tripulación a alta mar.
Disfruten el viaje.
Maria Elena Gómez Link.