¡Hola Pedro! Te escribo esta carta sabiendo que no la vas a leer. No me animé a decírtelo la vez que nos vimos en el Malba. Yo quería hacer una tesis sobre la crónica a través de tu obra y vos querías presentar tu último libro “Háblame de Amores” y me atendiste por un conocido en común o por compromiso.
Mientras esperaba un chico chileno me dijo lo importante que debía ser para mí entrevistar a la pluma que uno admira y le dije: “No sé”. Para mí eras un personaje de ficción y al verte más. No podía mirarte a los ojos ni seguir tus movimientos.
Probablemente todo mi prejuicio hetero saltó en ese momento. Y supongo que el tuyo también ante un tipo casi normal en su aspecto.
El mismo prejuicio que tuvo la docente que corrigió mi tesis. Que cuando me vio en el pasillo esperaba encontrarse con un marica –como decís vos- y no con un muchacho ya grande, encorvado, con anteojos, casado, que le decía que quería recibirse por su mujer y su hija. Y que encontró en Lemebel una excusa para escribir.
Yo había dejado la carrera dos veces. La primera porque vendía publicidad en una editorial exitosa de videojuegos y necesitaba dinero. Y no me parecía conseguirlo leyendo a Marx y Durkheim en la facultad de ciencias sociales de la UBA. La segunda: no sé. Supongo porque había vuelto después de la muerte de mi padre y no era razón suficiente. Al menos no académica.
Pero el conocer a mi actual mujer y sus amigas -todas recibidas e intelectuales- mi pasado lector y estudioso volvió, y me propuse terminar la carrera. Después mi mujer quedó embarazada y quería que mi hija tuviera al menos un papá licenciado. Y me apuré para graduarme en comunicación social. Y en las últimas materias conocí a Baigorria y él nos hablaba de la crónica y de vos. Y primero compré tu libro “Loco afán” y después “De perlas y cicatrices”, que para mí es el mejor. Y hoy tengo todos. Y los que no conseguí por Seix Barral, me los hice traer de Chile. Y hasta tengo una edición cartonera de uno que se llama “Bésame de nuevo forastero”.
En tus libros encontré teoría social mezclada con metáfora y adjetivación. Y una mirada tierna hacia el otro. Tenían la misma melancolía que yo tengo a veces, la misma sed de justicia o reivindicación. Yo soy un progre de clase media y mis desvíos son pocos. Ni siquiera puse el cuerpo en el teatro ni en las marchas como vos. Pero sufrí maltratos y abandonos de chico que me hicieron hacer alianza con los más desprotegidos.
Te cuento que escribí cuatro libros, que hablan un poco de eso: “Recovecos”, “Amores truncos”, “Sin ojos que los miren” y “Toda la voz de América en mi piel”. Este último es la tesis sobre la crónica latinoamericana a través de tu obra, que te conté.
Yo quería ser Foucault y volví a escribir leyéndote a vos. Tus crónicas tienen un formato y una cadencia maravillosa. Más allá del tema que trates: dictadura, homosexsuales o un desamor.
Vos sabés que ahora hasta me animé a dar talleres poniendo tu estilo y forma como ejemplo. Le saco un poco el barroco. Espero no te moleste. Yo no soy tan revolucionario, pero en uno de los festivales de poesía que hago, me crucé con un chico chileno que me preguntó por Perón y yo por tu Allende y mi admiración. Y él me contestó que Allende no era un revolucionario, que era un político clásico pero de buen corazón. Más o menos como yo.
Le hablé de vos y a los meses me pasó la película sobre tu libro “Tengo miedo torero” antes que saliera. Después dejamos de hablarnos. También con Baigorria. Pero quería agradecerte el haber vuelto a escribir inspirado en vos.
Juan Botana