La grieta es más que un accidente geológico de resquebrajamiento de la tierra, o en la pared de una casa vieja. Está tallada, incluso, en nuestro interior. Quizá, podemos pensar, en la estructura anatómica de nuestro cerebro, esa materia gris, partida por una cisura similar a una grieta, que divide ambos hemisferios. Y pensemos que esa separación, divide también el bien y el mal que todos llevamos dentro.
Ahora bien, esa coexistencia en nuestro interior, esa pelea hace que prevalezca, casi como un análisis estadístico, una de las dos posiciones, lo cual produce un tsunami que tapa al sentimiento minoritario. Cuando dentro nuestro, logramos esa homeostasis necesaria, el bien y el mal afloran, y se desparraman por toda la sociedad. Y es ahí justamente donde comienza el problema.
Porque solo es remontarse en el río de la historia, y eso nos permite ver un fenómeno muy antiguo, pero con combustible permanente, para retroalimentar esa hoguera que destruye y nos destruye.
Desde la Revolución de mayo existieron dos bandos (Saavedristas y Morenistas). El tiempo fue acompañando como guijarros arrojados en cuentos infantiles, se marca un camino de similitud antagónica. En ese barro de la historia, todos nos manchamos, irritamos y la arena movediza nos devora y escupe, con un formateo indeleble, que no hace más que potenciar nuestra reafirmación.
Y en esa telaraña, tejida delicadamente durante siglos de poder, van o vamos cayendo. El eslabón más reciente y sangriento a la vez, fue la Dictadura cívico-militar-clerical. Y con esa sangre y una pizca de miedo, sazonaron un sistema cultural hoy vigente, que se basa en la creencia que los políticos son todos delincuentes, y la política es material descartable. Esa pátina oscura, llega a hoy, potenciado por una catarata mediática, que solo logró ponerle leños a la hoguera. Esa hoguera que en el 2001 detonó el sistema. Y muchos creímos que teníamos una epifanía de la democracia ateniense, en la que las asambleas populares se asemejaban a las grandes Asambleas atenienses. Y esa masa supuestamente uniforme, no pudo sostener la efímera esperanza. Y se abrió un camino y una nueva oportunidad a la política. Los que por inoperancia o por complicidad con el poder nos habían empujado al abismo, parecían metidos en una cueva. Y solo asomaban para dar un apoyo tibio al nuevo gobierno.
Pero cuando ese gobierno, iba por la buena senda, y existía un reverdecer de la política, las sombras volvieron a aparecer, para recordarle al pueblo, que no se puede creer en los políticos, que son delincuentes, y que están formateados con un barniz de corrupción.
Y aquellos lacayos, que estaban recluidos, salieron envalentonados de sus criptas a nublarnos el camino nuevamente. Y una parte del pueblo, que estaba anestesiada, salió como hordas a pedir sangre. Nuevamente sangre. Y se sumó un eslabón más: jueces y fiscales corruptos que cerraban y le ponían moño a ese paquete macerado desde 1810. La grieta fue, es y será. Porque está dentro de nosotros, solo se necesitan catalizadores que reafirmen lo que pensamos. No hay, al final del camino, una luz, un rayo paralizador, que haga que el odio y las antinomias desaparezcan. Porque la verdad no importa, aun cuando esté a la vista de todos con marquesinas brillantes.
Desde Loma Verde, Buenos Aires, Argentina