Agustina se hallaba concentrada en la lectura de la carta que despacharía a su suegra radicada en la Provincia Equis. Sabía que Eloísa había caído en una nueva depresión nerviosa -de esas que solían postrarla por días y a veces, por semanas- y a las que se sobreponía cada vez con mayor dificultad. Retornaba de cada una de ellas a su vida cotidiana con menor fuerza de voluntad y el médico ya había preparado un tanto a la familia como para que estuviese alerta en prevención de un instante de angustia y desesperación supremos que la condujeran a lo irreparable. Era una suicida en potencia -según la expresión utilizada por el facultativo- y si bien Agustina nunca había sentido un amor especial por Eloísa, creyó un deber de conciencia escribirle dándole ánimos.
Querida Eloísa:
Tal vez, no pueda volver a escribirte nunca después de todo cuanto necesito decirte en esta carta. Tal vez, te resulte increíble que yo, Agustina, te mande a decir lo que vas a leer y más que nada, que haya sentido la necesidad de transmitirte cuanto siento; siendo que quizá para vos yo sea una mujer que no se conmueve por nadie y menos aún por aquellos que la rodearon en otros momentos de su vida. Sin embargo, desde que sé que estás más en cama que levantada; desde que recibí la carta de Mariano diciéndome que estás entregada a tu enfermedad y no tienes más voluntad de seguir viviendo; no he podido estar tranquila. De sólo pensarlo me rebelo. No puede ser que te entregues. No puede ser que no haya en tu existencia ni siquiera un recuerdo que despierte tu interés por seguir viviendo. A lo mejor, estas palabras sólo te traen indiferencia. Sendas para recorrer la vida, cuentos, relatos, micro-ficciones.
Quizá creas que únicamente me impulsa a escribirte la lástima, la piedad. No es así. Ni yo misma puedo explicarte cuál es el profundo motivo por el cual te llamo desde la distancia. Pero, es así. No puedo permanecer indiferente ante tu entrega. Por lo que tengo yo, de tu hijo en mí. Por lo que de él y tuyo hay en nuestros hijos; por todo lo que compartimos de bueno y de malo, no puedo dejar de expresarte el dolor que me causa el saber que no logras sobreponerte a tu angustia. Yo también estoy sola. Siento a veces crecer en mi interior una amargura inmensa. Miro, de noche, mi cama vacía… O por el contrario, cuando ya los niños se han dormido y permanezco levantada hasta la madrugada, veo mi tremenda soledad. Sé de las horas que me aguardan, larguísimas.
Sé que viviré mucho tiempo sin la compañía de nadie; ya que el ciclo de la vida se cumple para todos y sin embargo, sigo adelante y no uniría mi vida a la de ningún hombre si no sintiera algo parecido a lo que experimenté cuando acepté compartir mis días con tu hijo Juan Miguel. A pesar de vislumbrar un futuro solitario, no aceptaría a un hombre a mi lado nada más que para mostrarlo. No lo soportaría y hasta hoy, sólo he podido mantener ilusiones que duraron escaso tiempo y se desvanecieron en la nada -el tiempo que duran los sueños-. Ni siquiera guardo un recuerdo gratificante de ellas. Se han evaporado de mi mente y ya no vuelven más que en ráfagas de ensueño de cuando en cuando… Te pido que a pesar de saber que sólo he sido para vos una persona difícil de entender, de aceptar, una extraña; que empieces de nuevo. Que te levantes. Que
recuerdes que todos nos equivocamos en algo; porque nadie sabe por anticipado lo que le aguarda y a veces, se aprende únicamente por la dura realidad del error cometido o por la desdicha.
Sé que la vida es dura y lastima. Sé que el dolor ante la muerte de un ser amado es profundo y no pasa. Solamente se disimula. Pero, así y todo, insisto. Tienes que incorporarte y ayudarnos a todos cuantos te queremos desde cerca o desde más lejos.
Tus nietos te aman. Lo veo en sus ojos de preocupación y de pena cuando les leo las cartas que me hablan de tu estado cada vez más grave. Tu nieta ha heredado virtudes y capacidades tuyas; y reconoce haber aprendido buenas costumbres, modales, conductas que le ayudarán en la vida de relación, a tu lado. Te tiene en sus pensamientos y te menciona a cada instante con mucho cariño. Tu nieto siempre te ha extrañado y te quiere entrañablemente; aunque no sepa expresarlo con palabras. Y, aquellos que creo nos aman y yo, estamos trabajando a fin de que tus nietos tengan mejores posibilidades que las que tuvimos nosotros para salir adelante en la vida. Creo que van a sufrir con sus personalidades independientes; pero, también tengo la certeza de que triunfarán en lo que se propongan como meta. Insisto: aunque te cueste creerlo o entenderlo, no soporto la idea de que te dejes morir nada más que porque no deseas seguir viviendo.
Ya sé que el camino es largo, que está lleno de escollos… Mas, si te sirve de algo saber que estas palabras me han brotado del corazón, que me cuesta mostrártelas… – ¡Agustina! –la voz de la secretaria hizo que suspendiera por unos instantes la lectura.
Con la carta aún entre sus manos, y sin volver su cabeza en dirección a la voz; – ¿Qué sucede? –preguntó, y sin esperar respuesta agregó con tono ácido: – ¿Es que no soy dueña de un instante de intimidad acaso? ¿Siempre hay una interrupción?… –Teléfono para usted, Agustina. De la Provincia Equis. Piden hablar con usted. Es urgente –contestó la secretaria con su tono de voz más grave. Agustina se dirigió despaciosamente al rincón de la biblioteca adonde se hallaba ubicado el receptor y apretando el botón, dijo: – ¿Quién habla? –de modo que se notara su mal humor.
¡Siempre algo cortaba su inspiración! –Mariano, habla. Debo comunicarte algo grave Agustina. Se trata de Eloísa… – ¿Eloísa? –interrumpió mientras percibía cómo aumentaban los latidos de su corazón, y con voz entrecortada: – ¿Se… sui… ci… La palabra quedó flotando en el ambiente. La secretaria se acercaba con una taza de café y gesto temeroso en sus ojos verdosos. – ¡No! –cortó Mariano con voz firme, y siguió: Le sobrevino una hemorragia cerebral y acaban de confirmarme su deceso. Al cabo de unos segundos, aclaró: –Mañana a las 10 horas la enterraremos –se pudo escuchar la voz desde el otro extremo de la línea al tiempo que la secretaria, levantando el teléfono caído, decía: –Corte, señor, por favor. Agustina lo llamará en cuanto esté en condiciones
de hacerlo. Se ha desmayado y debo llamar con urgencia al médico – la disculpó.
Sobre la mesa del escritorio de Agustina reposaba la carta que Eloísa nunca leería; en tanto que desde la antesala donde se hallaba aún tendida, sobre un mullido sillón, Agustina abría con dificultad sus párpados y exclamaba: – ¿Qué pasó?… – para cerrarlos de inmediato y caer en un sopor profundo.
Juana C. Cascardo
Esta carta nunca enviada, está publicada en dos de mis libros: Cuentos para recorrer la vida y una selección digital, libro a demanda: Sendas para recorrer la vida de cuentos, relatos, micro ficciones.