Camino a Galilea. Por Susana Rodríguez

Camino a Galilea. Por Susana Rodríguez

Siempre nada. Nunca algo. Jamás alguien. Ése es el panorama para nosotros, los que conocemos el barro, los que juntábamos billetes de dos pesos, moneditas de cinco o de diez, por las dudas se descompusiera (otra vez ) algún artefacto de la casa o se enfermara alguien de la familia y tener disponible algo para el remise de emergencia porque la ambulancia, los bomberos o la policía no entran en los barrios no iluminados.

Ahora no. Hoy es imposible porque, a duras penas se puede cargar la SUBE para ir al trabajo que no sabemos si seguiremos teniéndolo el mes que viene. Entonces volvemos a casa, donde la Obra Social que sigue descontándonos religiosamente para coberturas, nos tiene colgados del teléfono apretando números que se diluyen en la nube, esperando horas, días para dignarse a darnos un turno.

Así vivimos muchos. De esta manera tan injusta para casi todos. Aunque desgraciadamente algunos todavía no se enteraron. Pero de eso no se debe hablar, dicen que es una falacia porque la evidencia precisa un esperanzado y vacío tiempo del que muchos no disponen. Hoy tienen hambre, ahora necesitan medicamentos. Ya es el tiempo. No esperemos que sea la hora 25. No dejemos que los que no leyeron el Canto VI ( Purgatorio, de La Divina Comedia , ni les importa la historia, desconozcan el sacrificio de los demás, abandonen a los débiles, ignoren las necesidades de tantos y sigan prometiendo un futuro bienestar. No podemos suponer que las tan mentadas
fuerzas del cielo solucionen nuestros desvelos diarios.

Soy una persona de fe y defiendo el axioma Ora (Lege) et Labora porque a mis casi setenta años sé que los aplausos frenéticos carecen de emoción, son huecos de contenido ante funciones caricaturescas que no tendrán trascendencia significativa. Mis mayores predicaron con el ejemplo, mis padres me criaron con principios y mis vecinos me demuestran diariamente que no podemos pagar las cuentas con fábulas, exabruptos o cuentos de hadas. El Universo nos enseñó respeto por cada ser vivo.

Gracias a Dios, todavía muchos podemos reconocer la diferencia entre la realidad y la fantasía.

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