Estela Eisenberg es profesora regional UBA, doctora en psicología UBA y directora en Eudeba.
Diferencias diagnósticas
Generalmente vemos verificada la dificultad de precisar los diagnósticos clínicos por la vía del trastorno del humor. A través de los siglos la variable del humor que proviene de la teoría humoral ha demostrado un nivel de pregnancia que aún continúa. La apuesta del psicoanálisis, incluso en la época que podemos considerar pre-analítica, fue introducir aquello que no tenía existencia dentro del campo de la ciencia hasta ese momento, la variable sujeto. Pero también ha habido imprecisiones producto heredado de la oposición entre las ideas y los afectos. Recordemos que si hay una entidad que ha visto modelado y remodelado su estatuto es la vieja melancolía. Ha pasado de la doctrina de los humores, a la versión romántica del temperamento melancólico, y ha sido reinsertada en el corpus médico por las nomenclaturas psiquiátricas en un intento de clasificar una graduación del dolor psíquico, de la depresión en adelante. En ese sentido el psicoanálisis no ha sido ajeno a éstas nebulosas.
La apuesta psicoanalítica
Haciendo una apretada síntesis proponemos pensar en tres tiempos los intentos de sistematización de Freud con respecto a las manifestaciones del dolor psíquico. El primer tiempo podemos situarlo desde los textos pre-psicoanalíticos, comenzando por el Manuscrito G en el que diferencia una excitación sexual somática de una excitación sexual psíquica que adscribe a la hemorragia melancólica. Si bien la teoría sexual era abordada con el modelo de la acción específica y el objeto-partenaire adecuado, pudo ubicar, produciendo una diferencia sustancial, que las variaciones clínicas se debían a la respuesta del sujeto frente a una experiencia primaria de goce. Frente a la misma experiencia de goce es la modalidad de la defensa lo que cuenta y un resto, el reproche, la culpa, el asco, la desconfianza, modos de irrupción de lo sexual en lo psíquico, testimonio de ese encuentro iniciático.[1]
Forzando un salto temporal, el otro gran movimiento es metapsicológico. Incluye dos aspectos inéditos. Una elaboración sobre cómo se constituye el yo, que le permiten fundar el narcisismo y qué pasa cuando se pierde al otro, en tanto objeto de amor, es decir, el duelo. Elaboraciones acerca del yo y el otro en tanto objetos, tanto de identificación como de elección que introdujeron una nomenclatura nueva, las neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas, dentro de las cuales se incluía la melancolía. La importancia de éste período alcanza hasta nuestros días ya que el diagnóstico de neurosis narcisistas fue usado en exceso impidiendo que se sostenga cierta rigurosidad en su aplicación. Resulta insuficiente y engloba cuadros que debemos diferenciar como la paranoia y la melancolía. Con la lectura lacaniana del narcisismo podemos circunscribir el espacio en que se manifiesta el dolor melancólico, haciendo hincapié, no en la manifestación fenoménica sino justamente el espacio topológico en el que se juega. La clínica estructural que indica la imposibilidad de transformación de una estructura en otra, hace que las elaboraciones sinuosas acerca de la melancolía encuentren cierta precisión. Debemos pensar la melancolía en el eje a- i’(a), un fracaso en la separación entre el yo y el objeto. Aquel objeto que el melancólico hace existir como perdido, el modo más extremo de rechazo de la pérdida es hacerlo coincidir con el sí mismo. El yo y el objeto que debiera ser falta consisten en Uno[2].
El último movimiento freudiano podemos recortarlo en relación a las producciones de la segunda tópica. Su distribución de las categorías diagnósticas retoma el concepto de conflicto, complejo de Edipo y castración mediante. En la neurosis se trata de un conflicto entre el yo y el ello, en la psicosis de un conflicto entre el yo y la realidad, y para la neurosis narcisistas de un conflicto entre el yo y el superyó. En la melancolía no está en cuestión la realidad, su realidad no es delirante, no repite nada con lo que no podamos estar de acuerdo. En comparación con la riqueza y variedad de los delirios paranoicos, el delirio melancólico, si lo hay, ya que existe la melancolía no delirante, es monótono y repetitivo. El conflicto es entre el yo y el superyó que lo trata como a un objeto despreciable. Separa entonces la psicosis de las neurosis narcisistas. Este punto no carece de interés ya que ha llevado a múltiples desacuerdos y variaciones diagnósticas, agravados por los antecedentes que ya de por sí arrastra este cuadro. ¿Es la melancolía una psicosis o una neurosis narcisista? Cuándo se mencionan las melancolizaciones o los duelos melancólicos, ¿A qué se alude con dicha mención?, ¿a una deflación del ánimo en el primero, a una aflicción demasiado prolongada en el tiempo, respecto del segundo? El estado de ánimo tiene una presencia innegable en la clínica y Lacan le ha dado su especificidad a toda una variedad de afectos, pero si no se precisan las coordenadas se dificulta la precisión diagnóstica, ya que por ejemplo la sola junción del duelo y la melancolía, ignora que el trabajo que el duelo implica se encuentra en franca oposición a la forclusión, cuya caracterización más inmediata es la de un duelo imposible.[3]
Precisiones lacanianas
Las elaboraciones lacanianas pueden ordenarse en torno a la noción de Padre que esté en juego. En el primer movimiento, teniendo en cuenta que la estructura es el lenguaje, ella dependerá de la afirmación de un significante, el significante del Nombre del Padre, cuya inscripción vale para las dos primeras entidades y su forclusión, su rechazo, para la tercera. Eleva una dimensión del padre a la categoría de significante, con función significante, ya que tendrá operatoria metafórica. Su forclusión implica no sólo una falla en lo simbólico, sino que acarrea la ausencia de la significación fálica en lo imaginario. El paradigma es la paranoia. En el caso de situar a la melancolía como una psicosis (no todas las lecturas coinciden en este punto), además de las particularidades que se mencionaron más arriba respecto de los espacios topológicos imaginarios afectados, el eje a-i’(a), ¿cuál será su diferencia con la paranoia? Es decir ¿cómo se escribe esa diferencia? La forclusión del nombre del padre será condición necesaria del campo de la psicosis, pero no suficiente para dar cuenta de las diferencias de presentación. Hay en la clínica lacaniana modos de diferenciar tanto la paranoia como la esquizofrenia y la melancolía,[4] pero creemos que la teoría de los nudos de la cual Lacan se sirve, propone ceñir las estructuras de un modo preciso y al mismo tiempo flexible, ya que a través de ciertos movimientos básicos pueden definirse variedad de casos, dentro de los casos mismos, variedad de manifestaciones clínicas y probablemente delimitarse los movimientos que, en la diacronía, un análisis pueda producir.
Acercamiento inicial a los Nudos
El segundo momento lo ubicamos entonces en relación a su teoría de los nudos. Pasaje de pensar el lenguaje como la estructura a pensar el nudo como la estructura. La dimensión sujeto no se trata ni de una sustancia ni del aparato psíquico, sino de un “nudo mental”[5]. Se entrama con un nuevo modo de situar la función del Nombre del Padre, ya no como significante, sino como un cuarto nudo que hace posible un anudamiento, pero no el único. Giro del Nombre del Padre en tanto significante, al padre-síntoma, solidario del axioma “no hay relación-proporción sexual”. Este pasaje está posibilitado por las elaboraciones de las fórmulas de la sexuación en las que el Padre es un ex-sistente, que como excepción, sostiene el conjunto fálico. El nudo que propone es en verdad una cadena, que bautiza “cadenudo”[6]. Tres redondeles que se anudan siguiendo una legalidad de cruzamientos, una cuerda debe pasar por debajo de una y por arriba de otra. Sustentada en una prohibición, no puede haber interpenetración. Si entre los sexos no hay posibilidad de encadenarse de ese modo y los nudos son la estructura, la interpenetración será un modo de la falla, falla de la inscripción de la imposibilidad de la relación sexual, implicará la Forclusión. Ningún eslabón pasa por el agujero del otro. Asimismo tienen cualidad tórica, son tres toros, cuyo agujero es irreductible[7]. No hay prevalencia, cada cuerda tiene su simbólico, su agujero; cada cuerda tiene su real, su ex-sistencia; cada cuerda tiene su imaginario, o sea su consistencia, y su recubrimiento, su empalme. La zona del triple agujero, el lugar del calce corresponde al objeto a. El objeto no será el resultado de un corte sino de un encaje o calce. Hay empalme entre registros cuando no hay anulación por interpenetración entre registros. En el nudo de tres, basta que haya un error en alguna parte para que se reduzca a un redondel, ó que se deshaga su propiedad borromea. Dado que no hay estructura sin falla, ya que la misma se sostiene de la falla de la relación sexual, no se puede pensar un nudo de tres en el parlétre, sólo se anudan con el cuarto nudo.[8] La modalidad de anudamiento neurótico, permite a Lacan, en un momento de su elaboración de los nudos, ubicar como cuarto y de modo freudiano a la Realidad psíquica, el Edipo, el fantasma. Las variaciones clínicas implican que el anudamiento puede producirse o puede fallar, que puede haber distintos modos de fallar y puede haber anudamientos no borromeos. El Nombre del padre será un anudamiento posible, pero no el único, habrá otros modos que lo remplacen supliéndolo, él mismo será suplencia, suple la relación sexual que no hay. El sinthome será lo que viene a reparar la falla en el anudamiento impidiendo que el nudo se desarme. Es una cuerda agregada que repara en el lugar en el que el error se produce e indica retroactivamente el lugar de dicho error. La reparación puede no producirse en el mismo lugar y resultar un anudamiento distinto. Es a partir de la reparación que puede inferirse retroactivamente el lugar del error. Para la Neurosis, propone un nudo de cuatro, con lo real, lo simbólico y lo imaginario, apilados y enlazados por un cuarto que los mantiene juntos, equiparable a la función paterna[9]. No hay interpenetración de registros. Una posibilidad de pensar la melancolía es que se desamarre lo Simbólico, quedando interpenetrados Real e Imaginario. Lo real gira sobre lo imaginario, arrasando el narcisismo hasta su total avasallamiento. Aplastamiento del objeto a y la imagen especular, en donde la búsqueda del velo imaginario, sin mediación simbólica, produce que lo real retorne arrastrando lo imaginario. Al soltarse la mediación simbólica de la castración entre i’(a) y el a, se verifica la interpenetración, la falta de distancia.
El hecho de que sea la cuerda simbólica la que se suelta se sustenta en que es el padecimiento que revela más crudamente el efecto mortífero del lenguaje, que hace cuerpo de la falta de creencia en la palabra, y en lo inútil que considera la denuncia de su verdad, a diferencia del paranoico que no renuncia a reclamar al Otro justicia, para sí.[10] Continuaremos investigando la posibilidad de escribir variaciones clínicas como el duelo, ya sea patológico o no, perturbaciones narcisistas o ataques de angustia, sin tener que poner en cuestión la estructura pero precisando sus coordenadas. ¿Habrá una escritura del dolor melancólico cómo habrá una escritura de la tristeza del duelo, o de la depresión neurótica, que permita diferenciarlos de un modo no fenomenológico y regir los modos de intervención analíticos para cada caso? De modo que permita pensar por qué registro entrar, sobre qué cuerda operar.
[1] Ver “Melancolía: una tendencia a la desazón”, Estela Eisenberg en “Primera clínica freudiana”, J.C. Cosentino y otros. Ed. Imago Mundi, 2003
[2] Ver “Figuras del dolor psíquico” Estela Eisenberg, Memorias jornadas de investigación 2007
[3] Ver, “Preguntas acerca del duelo” Estela Eisenberg, Memorias jornadas de investigación 2006
[4] Esquemas Rho, Esquema I, Esquemas ópticos
[5] J. Lacan, El Seminario, libro XXII RSI (1974-75) (inédito)
[6] J. Lacan, El Seminario, libro XXIII El sínthoma(1975-76 Ed. Paidós
[7] En el nudo un toro equivale, como función de anudamiento a una recta al infinito. Tiene que ser al infinito porque un segmento de recta implica el riesgo de que en los extremos del segmento el nudo se deshaga. Se trabaja con la idea de un nudo con los extremos empalmados y no con los extremos sueltos de la idea tradicional de nudo. La apertura al infinito hace aparecer, sea cual fuere la cuerda que se abre, su agujero específico.
[8] Preferimos usar falla, para la relación sexual que no hay, error en relación a la escritura del anudamiento y lapsus en relación al significante.
[9] Hay oscilaciones en la consideración del nudo neurótico, como borromeo, tres apilados, anudados por un cuarto, como olímpico de tres y de dos eslabones. Ver P. Muñoz, “Los nudos de las psicosis en la enseñanza de Lacan”
[10] Para la Paranoia, habrá continuidad en los tres registros, se continúan uno en otro, como un solo hilo con una misma consistencia, y se vuelven imposibles de distinguir. Como un pegoteo imaginario. Esto es un cambio dentro de la misma teoría de los nudos ya que inicialmente, el supuesto de los redondeles juntos que hacen un Uno corresponderá a la neurosis, mientras que la idea de retirar el Uno, implicará que se independicen y desanuden dando cuenta de la psicosis. Este cambio es fundamental ya que no se trata solamente de mantenerse anudados sino de que los redondeles se mantengan diferenciables, distintos unos de otros. Que ex-sistan unos a otros y que el cuarto que anuda también les ex-sista. Esto evita la continuidad. Tenemos entonces que no debiera haber interpenetración pero tampoco continuidad. Valdrá la pena en otra oportunidad diferenciar continuidad e interpenetración.
Bibliografía
P. Cancina, “El dolor de existir” , Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 1992
P. Muñoz, “Los nudos de las psicosis en la enseñanza de Lacan” XII Anuario de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA
S. Freud, Manuscrito G, O.C. .Amorrortu Editores, Vol I
S. Freud, Introducción del narcisismo, O.C. Amorrortu Editores, Vol XIV
S. Freud, Duelo y melancolía, O.C. Amorrortu Editores, Vol XIV
S. Freud, Perdida de realidad en neurosis y psicosis, O.C. Amorrortu Editores, Vol XIX
J. Lacan, El Seminario, libro X, /1964) La angustia, Ed. Paidós
J. Lacan, El Seminario, libro XXII RSI (1974-75) (inédito)
J. Lacan, El Seminario, libro XXIII El sinthome (1975-76) Ed. Paidós