Amanecidos. Por Gabriel Palleres

Amanecidos. Por Gabriel Palleres

Rubí era una travesti que trabajaba en Constitución. Sus clientes, en su mayoría, eran los amanecidos de las bailantas: seres solitarios, carentes de amor, tristes.

La madrugada de un domingo estaba en la esquina de siempre y apareció un amanecido: estaba vomitado y sombrío. Ella le dio un poco de calor y de inmediato le dijo el precio.

Llegaron al hotel, él repetía: “Me dejo como un perro, se lo beso en mi jeta” Rubí le acarició la cara y le dijo: “Ya está amor, no sufras más. Estoy para vos” Él se ablandó y casi hecho agua, repitió: “Puta…puta de mierda” Entonces Rubí lo besó y esa ternura lo conmovió: la abrazó con fuerza, le dijo que la quería

Rubí se sacó la ropa y se tocó la pija dormida. Le preguntó si la iba a usar y él le dijo que sí. Luego, como un torrente salvaje, la sangre se agolpó violentamente en la cabeza de su chota.

Se empezaron a amar, ella lo dio vuelta y, lentamente, lo empezó a penetrar. A medida que ella se excitaba y se endurecía, él se ablandaba y se volvía melancólico. “Ya está amor”, repetía Rubí, lo consolaba, se concentraba en acabar. “Pensaron que se iban a reír de mí”, Balbuceaba. Rubí, en tanto, volteaba los ojos y se soñaba entre machos duros, venosos. “Yo leí sus labios, le dijo que lo amaba “escuchaba perdidamente, mientras soñaba que la lamían y que elegía a un negro monumental, le chupaba el culo con desparpajo, se tensionaba. “Amaneció y la gente se empezó a ir…los seguí, agarraron Santiago del Estero; idiotas, en el techo del puesto de diarios dejé mi cuchillo”, concluía al borde del llanto.

En la fantasía, Rubí, le arrimaba la pija, lo penetraba mientras lo masturbaba. “Tenía el cuchillo en mis manos, solo faltaba el lugar” Toda la sauna empezó a masturbarse y ella volaba, todo se hacía blanco, inmediato. “Doblaron en la cortada y en la clandestinidad se expresaron su sucio amor” Las palabas de él se perdían en las lucubraciones oscuras de Rubí que seguía de largo, atravesaba las paredes, buscaba la meta. “Apagué sus gemidos con un cuchillazo en los riñones y cayó seco. Entonces ella quedó enfrente, mirándome” Las civilizaciones se desmoronaban en sus pies; había llegado al orgasmo. “La apuñalé hasta que me desmallé sobre su cuerpo. El piso era un mar de sangre”

Rubí abrió los ojos, levantó las manos que lo rodeaban: sangre y más sangre. “Cuando
desperté seguí acuchillándola y después la escupí” Al terminar las últimas palabras sonrió
y se quedó dormido.

Estaba aturdida, salió de la habitación y recorrió los demás cuartos del hotel: estaban todos vacíos y tampoco estaba el recepcionista. Pensó salir a la calle, pero se miró en el reflejo de un espejo: tenía el preservativo con semen puesto y estaba llena de sangre.

En la habitación comenzó a sonar un teléfono, entonces corrió desesperada: estaba arriba de la cama vibrando y sonando. Él ya no estaba. Buscó con su mirada en toda la habitación y nada. De repente comenzó a cerrarse la puerta que había quedado abierta. En ese mismo momento, se fue desvelando el misterio: estaba ahí, parecía herido y tenía un cuchillo en la mano.

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