Él llega a casa. Deja su morral sobre un sillón y alisa sus cabellos en gesto de peinarlos, mientras observa desde el interior, el jardín, que coquetea entre la cortina que danza al ritmo de la brisa en mediodía.
Las sábanas blancas colgadas bajo un tímido sol y subyugante viento, hacen un cuadro digno del pintor mas avezado en tonos blancos.
¡Qué belleza hay en las sábanas blancas, en la frescura del eucaliptus, perfumadas de pureza, propio de está época y sus movimientos oscilantes me hacen pensar en los veleros de alta mar que se hacen a la vida!
Me quedo un rato, disfrutando este instante único como si fuera una pintura en movimiento y que sólo me importa a mí. Lleno de albor y paz mi alma, hasta quedar en estado de éxtasis cuando voy al patio y cuelgo mis sábanas blancas entre el tímido sol y el viento subyugante. Es un momento de transfiguración.
¡Oh! Está precioso el jardín de invierno ¿Verdad?
Él ya ha tomado el morral donde porta los libros y se aleja sin despedirse. Sin cerrar la puerta.
Bueno. Así es él.
Una ola de viento más y así se quiere tanto…