Presentación del libro Sin ojos que los miren de Juan Botana en el VI Encuentro Internacional de Escritores, Actores y Músicos (MIEL) en la Insurgencia Cultural en el CMA de Avellaneda.
Hola a todos, todas. Mi nombre es Juan Botana y yo vengo a hablar de este libro que se llama Sin ojos que los miren. Es un libro de crónicas. Entendiendo la crónica como un cuento que fue verdad. Pero eso no quiere decir que todo el cuento fuera verdad, si no que gran parte del cuento fue verdad o hace parecer que lo fuera. Las crónicas y en especial este tipo de crónicas personales, sociales, urbanas, parten de un recuerdo, de un caso periodístico o de una imagen fuerte y después recién entra la ficción. A mí me basta la anécdota para contar una historia.
Para describir el género podemos decir que la crónica es: 1) La crónica es una mentira. 2) La crónica es un freak. 3) La crónica es una investigación periodística. 4) La crónica es Nuevo Periodismo. 5) La crónica es no ficción. 6) La crónica supone un “haber estado ahí”. 7) La crónica es mirada. 8) La crónica es un macro-genero. 9) La crónica es literatura menor. 10) La crónica es política. 11) La crónica es colectiva. 12) La crónica es un género fronterizo: una escritura a la intemperie de los “otros”, “otras”. 13) La crónica es un género baldío. 14) La crónica es calidad de estilo propio. 15) La crónica fue inventada por los modernistas.
Y esa tradición de la crónica modernista es la que sigue el libro, donde el peso la historia está en la escritura. Y podemos nombrar ejemplos como los de José Martí, Julián del Casal, Rubén Darío. O más cercanos como: Lucio Mansilla, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh. O más próximos aún como: Osvaldo Soriano, Martín Caparrós, Carlos Monsivais o Pedro Lemebel. Al que tuve la suerte de conocer en el MALBA y hacer una tesis sobre sus crónicas en mi libro Toda la voz de América en mi piel.
Pero acá vine a presentar Sin ojos que los miren y para que conozcan el tipo de escritura del libro, les voy a leer algunos comienzos y finales de las crónicas:
Boca de lobos
Comienzo
Hablaba solo. Así lo encontró su padre, sentado en el furgón del camión de mudanza, mirando con ojos sin retorno la casa donde vivían, como si nunca más la fuera a ver. La casa, que en realidad era un departamento en planta baja sobre la calle Gurruchaga, se borró de su memoria por completo por un tiempo, al menos hasta hoy.
Pero a la distancia todo se ve distinto.
Nunca más estaría su abuela Roxana asomada a la ventana charlando con cuanta vecina pasaba por allí, alargando las tardes en la primavera callada del ‘79.
Ni Mariela arrancándole los pelos a cuanto “negro”, como decía ella, pasaba por la puerta corriendo a su hermano, Ricardo, con el afán de obligarlo a seguir jugando a las escondidas. Un juego -que por contar siempre él- había dejado de divertirlo y por eso escapaba.
Final
-“Buenas tardes, señora, soy el Sargento Cuevas. Recibimos una denuncia por un perro muerto hace un par de horas en el Parque Centenario. Aparentemente lo mató un Bull terrier y todo indica que se trata del perro blanco que anda siempre con su hijo y su marido. Su hijo es menor, así que tenemos que llevarnos detenido a su marido. Cuando me llegó la denuncia en su contra me quería matar, porque se trababa de Mario. La orden viene de arriba y esta vez no lo podemos salvar. El dueño del Gran Danés es un milico. Y a pesar de que su esposo colaboró con la fuerza para que atrapáramos a Alberto, no se olvide que él estaba implicado en el atentado con el coche bomba al Hospital Militar. Que era él quien manejaba el vehículo. Aparentemente lo hizo por amistad y porque decía que Alberto no iba a tener huevos, y que no militaba en ningún partido de izquierda, ni en montoneros, ni es un guerrillero. Qué lo hizo porque quiso ayudar al único amigo que tuvo y que lo comprendió. El certificado que usted presentó de insania, puede ser que lo ayude nuevamente. ¡Llámelo por favor! Y haga desaparecer al perro. ¡Hágalo! “Muerto el perro se acabó la rabia”, dicen. De lo contrario, puede pasarle lo mismo que le pasó a su amigo Alberto.
La crónica es una anécdota personal y transcurre en plena dictadura militar.
Desencuentro
Comienzo
Seguramente dice mucho más de nosotros
lo que callamos durante mucho tiempo.
Yo te quería y me callé. Hasta que no pude ocultarlo más y lo dije.
Se notaba demasiado.
Y en ese no decir y esperar me hice fuerte.
Y entre otras cosas… ya no tiemblo.
Mi cuerpo se re–encontró en el tuyo
y fue el mejor regalo que me hicieron en toda mi vida.
(El cuerpo re–encontrado)
Eso sentí la primera vez que estuvimos juntos.
La descubrí y me enamoré como un chico. Yo estaba casado. Ella no. Nos conocimos en el trabajo. Era dueña de una belleza enfurecida, ni alma ni diamante y de todas mis miradas. Su sonrisa, una emboscada; pero su ceño fruncido y su gesto de enojo fueron para mí mi sur. Sus ojos, un enigma, bellos, penetrantes, llenos de preguntas.
Pedían ayuda.
Nos acompañábamos a la hora de la siesta.
–Se lo dije.
Y ella pareció no oírme. ¡
¡Es que no se lo dije esa tarde! Se lo dije en un bar en San Telmo la noche previa a su cumpleaños número veinticinco. Le pregunte qué hacíamos con eso que nos pasaba y ella dijo… “nada”.
“Nada”, dijo, como resignada, como caminando por enésima vez su calle melancolía, en el número siete, recién mudada a Boedo. Pero no “me” dijo. Dijo. Y en ese decir dejó caer la llave de su puerta entreabierta, apenas entornada adelante mío. Para que yo lo notara. Por descuido tal vez, por lo visto segura de lo que iba a suceder porque era su única llave.
Dijo algunas otras cosas esa noche en el bar también, pero no muchas, Algunas otras cosas, pero más de forma que de fondo, por lo que no le di mayor importancia, “que se sentía conmocionada y que estábamos inmersos en un berenjenal” o algo así.
Pero no la escuché. Al menos no del todo.
No estoy seguro que la frase sea literal y mucho menos qué significaba berenjenal en ese momento si estábamos juntos.
Pensé: “Esto que pasa lo tengo que arreglar, pero necesito un poco de tiempo. Nada más que eso. Tengo la cabeza partida en dos y el alma en sus brazos y en esas condiciones hago lo mejor que puedo.
Se lo dije y creo que lo entendió.
Y nos besamos… como si en ese beso pusiéramos en juego el resto de nuestras vidas, en el suave rayo de luna que alumbra por los cuerpos una vez cada tanto. Nos besamos en un beso largo, prolongado, que hasta el día de hoy perdura, ni tan fresco ni tan joven como aquel, porque yo ya no era un chico y ella…
Y ella me creyó.
Pero yo no. Porque por lo general no me creo las cosas que digo.
Final
Sería mentira decir que ese día empezó todo. O decir que fue el día de su cumpleaños una semana atrás. O seis meses antes. O cuando tomábamos el colectivo después del trabajo. O cuando caminamos por Av. Entre Ríos buscando zapatos. O cuando simplemente caminábamos para desandar un sendero que no estaba marcado.
“Nos amamos hace una vida. Hace un momento. Nos amamos sin certeza del principio. Por eso no sabemos si este amor terminará alguna vez”, decía ella.
Ella era virgen y no.
Yo no era virgen y sí.
Ella temblaba, yo no. Ya no.
Dejé de temblar al hacer el amor (a veces al dormir) gracias a su compañía. Dejé de maltratar mi cuerpo. De descuidarlo, de temblar doliendo.
Ella me pasó una receta, quizás por eso, que yo guardo celoso en un cajón: “Te amo y en ese te, incluyo tu cuerpo. Sos tu cuerpo. Sos en tu cuerpo. Por eso amo tú cuerpo. Por eso desespero cuando te dejás doliendo. Por eso desespero ante el abandono. Hay algo más allá de lo mecánico de tus actos que te reclama, que te convoca. No te vayas”. Lo decía casi como súplica, como pidiendo ayuda, reclamándome que me ayudara, que confiara en mí, que todo iba a salir bien en la vida a pesar de…
Siempre tuve tendencia al aislamiento. Pero sus caricias fueron la llave, las mismas que dejó caer aquella vez como olvidadas. Siempre expresé con el cuerpo las voces que callan. Puede parecer que estoy y no. Los movimientos y las palabras son las mismas y no. Porque yo no estoy ahí, al menos no del todo, pero siento. Lo que siento sí está ahí. Y es tan real que tengo que irme cada tanto para soportarlo, porque no puedo, porque no puedo; pero vuelvo, siempre vuelvo. Porque yo estoy donde están mis sentimientos y nunca mis sentimientos se mostraron tan fuertes en toda mi vida.
Dejé de dejarme querer para querer como nunca antes había querido.
Dejé mis miedos de lado y los de ella.
Dejé a mi ex. Y estaba dispuesto a dejarla a ella también planeando el desencuentro.
–Me miró con lágrimas en los ojos y con el mismo amor y paciencia de siempre me contó la historia de un muchacho que estaba decidido a dejar a su amada. Había pensado cómo decírselo una y otra vez, lo planeó, lo practicó frente al espejo, memorizó las palabras y se lo iba a decir.
Cuando se encuentra con ella el silencio lo salva y en lugar de dejarla –el amor lo traiciona– y le dice que la ama.
A lo que ella le contestó con más lágrimas en los ojos:
“Yo también”.
El libro tiene 24 crónicas y como verán sus personajes e historias son personas a las que las cosas les cuestan. Les cuesta vivir en la calle, les cuesta la vida, les cuesta la vejez, les cuesta la relación con los padres, les cuestan la muerte, les cuesta la locura, les cuesta el amor, les cuesta que les presten atención, les cuesta el abandono, les cuesta la infancia, la sexualidad, vender en la calle, un festival de poesía, la militancia, migrar, la cuarentena, les cuesta los muertos, etc. Con la intención de que la vida de estos seres desgraciados por momentos nos conmueva, nos corran el centro, en busca de alguna sensibilidad social.
En las crónicas por lo general y en estas en particular hay una muerte que nos hace abrir los ojos. Para no mirar para otro lado, más que sea la próxima vez.
¡Muchas gracias!