Participé del encuentro de autores y autoras de Lomas de Zamora en el Museo Americanista. Y tuve la suerte de leer mi poema “Bolivia”. Ese que habla de una patria grande y mestiza, mezclado con la elección del nombre de mi hija y el reclamo de una niña boliviana por ver el mar. Juntando la patria (latinoamericana), raíces y familia, como nos pedían. Yo no nací en Lomas, pero hace mucho tiempo que elegí vivir ahí.
En la foto estoy junto Marta Albarracin El registro es de Alejandra Patané y la invitación fue de Literatura Lomas a través de Laura Coronel Muchas gracias. Se escucharon grandes historias allí.
BOLIVIA
Yo pongo el corazón
donde me duele
y donde me duele estás vos.
¡Bolivia!
Me pareció escuchar tu nombre
¡Bolivia!, repitió.
Hasta que te nombraran siete veces.
Una tras otra después:
Alina
Catalina
Victoria
Malena
Sofía
Lucila y Paula.
y otra vez Paula tal vez.
Pero antes, sin saber, sin pensar
fuiste Bolivia.
Allí,
donde hasta el miedo llega
y te detiene
-donde mataron al Ché-
Mitad mujer, mitad linterna.
Sueño que flota una luz tenue en la que ve.
Que no entra en una panza,
en la que sobra,
en la que queda,
en la que flota.
En ninguna panza,
una caverna
y en mi sed.
Se mueve.
Una luz interior rodeada por un halo de sombra
la acompaña.
Cuando no hay luz, ella ve.
Con los ojos cubiertos de lágrimas,
entre Góngora y Lezama lima,
entre limón y mandarina.
¡Ella ve!
No es carnaval, no es feriado.
No es comparsa, ni murga,
ni polacos,
ni mamparas que se rompen al caer.
Ni máscaras.
Ni ventanas que se abren con el sol.
Ni cenizas.
No es, pero ella ve.
Por suerte nadie muere,
ni se excita de más en el apuro.
¿Por qué deberían hacerlo?
Acaso no aprendieron.
En el ayuno.
Nadie ve, pero ella ve.
No hay puna humahuaqueña,
ni apuno ni mareo.
No hay quebrada que la nuble con el sol.
Ni canto boliviano, ni ch’allá.
Ni estrellas en la noche de navidad.
Ni navidad ni fin de año,
ni cumpleaños.
Hay espera.
Es chicha.
Es Checha.
Es comarca.
Es Ekeko que no fuma.
¿Para qué?
Si no es mentira.
Es un baile que se baila con los tres.
Donde ella ve.
Con máscaras que aún están colgadas
en la casa
que se mueven en disfraz
en diagonal.
Hacia ambos lados.
En la pared.
donde ella mira.
Como las muñequitas chinas que juntaba
(o eran rusas)
en lanas tejidas al crochet.
Entre limón y mandarina
las separo,
o los dibujos que calcaba
de una nena
que no es
que no es.
Lo que no es decir que ya no fuera,
o que haya sido,
por más que esté siendo
en este instante,
en que Bolivia se duerma
en la que es.
Sordo
era el silencio cuando me lo contaste.
Mudo
su nombre cuando la nombraron
por séptima vez.
Que hasta creí no haber respirado esos segundos.
Las últimas luces
que apagaron aquel capítulo triste de su corazón
Butulcof.
Pero no te diste por vencido ni vencida
ni árabe
ni turca
ni judía
y caminaste por sierras interminables
sin aire ni esperanza
desde ese día,
transpirando,
mascando coca,
ardiendo como arena en el desierto
seco de adjetivos
que ni Perlongher pudo,
que ni Perlongher pudo,
que hasta Pedro murió.
Ni Austria-Hungría con sus orientales
ni el lugar aquel donde ella estuvo.
Ni éste
(ni esta copia)
arrastrando un mal recuerdo pero vivo
a la huída de un recuerdo malherido
de una pérdida
que cada tanto te muerde en la garganta
y te lastima.
Te ahoga en el flujo del reflujo.
Pero no hay piel naranja
que pareciera
cubrir su rostro
todavía.
Donde las mariposas revolotean
su sonrisa
en un país
donde solo los que soportan el dolor
pueden vivir o se van
quebrados como flores
por el peso de sus hojas
las exhaustas madres
pasean a sus guaguas (a salvo ella)
con el rencor que deja el abandono,
“ese vil resplandor que esparcen las estrellas
cuando se caen del cielo y se deshacen”.
La pared de los jardines salpicada
por las gotas de paraíso tras la lluvia,
por los haces de una luz
enceguecida a deshora.
Porque ya estamos grandes
pero ves
su sombra entre los párpados de dicha.
En esas noches cansadas
de fiestas
carnavales
donde ya nadie pasa
perfume de un amante sin sol
jadeos
drapeos aromatizantes
kayak
el desvío de una nube en primavera
vista desde la ventana de una flor.
Y ella escucha la llovizna entre las chapas
y ya no confunde sueño con deseo
y se hace traer su propia voz
su caricia
su anhelo
su cara
su hija
mi deseo
y se acuestan
suavemente en la cuna
las lágrimas de virgen
que dejará libres a la intemperie
por si acaso.
De vacaciones
esperando.
Diciendo que está ahí, que está al caer,
que está por venir,
que llegó tarde,
que la perdonen,
que repartan los regalos,
(que esta vez hay para todos)
que trajo un mar
en un frasquito de vidrio
que desborda mares
Un mar
para una niña boliviana.
No para que sus ojos se conviertan
en azules
-que quizás los tenga-
sino para que le devuelvan